La Opinión de A Coruña

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Isabel Zendal y los nuevos eslabones gallegos de la expedición de la vacuna

El periodista Antonio López Mariño se adentra en el alma de la expedición de la viruela en ‘Isabel Zendal. La madre de todas las vacunas’, primera biografía de la enfermera coruñesa | Su apellido aparece referenciado con las variantes Sendala, Sendal, Cendal, Cendalla, incluso Celdam, en la partida de nacimiento de su hijo Benito | Procedía de una familia de labradores casi “pobres de solemnidad

La ‘María Pita’, en la bahía coruñesa. (l) Acuarela de Miguel Camarero, 2016

La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna (1803-1812) fue la pionera de las campañas transcontinentales de Salud Pública. En este esfuerzo por llevar la primera vacuna que conoció la Humanidad hasta América (desde el norte de México al sur de Chile) y Asia (Filipinas, Cantón y Macao), los 21 niños que iniciaron, desde A Coruña, la cadena de inoculaciones contra la viruela eran expósitos. Pertenecían al grupo social más desamparado: abandonados por sus padres, de manera clandestina a la intemperie o en torno a una inclusa, no tenían otro amparo que la beneficencia. Del cuidado de estos expedicionarios (también de los niños que -de brazo a brazo- fueron distribuyendo la vacuna por el Caribe, por México y por Filipinas), se encargó Isabel Zendal Gómez, hija de una familia de labradores “quasi pobres de solemnidad”. Hasta el momento de su contratación como enfermera de la Real Expedición, Isabel venía trabajando -marzo de 1800-, como rectora de la coruñesa Casa de Expósitos, institución adscrita al Hospital de la Caridad que había fundado Teresa Herrera en 1791. 

Los apellidos de la enfermera

Festejando el Día Internacional de la Mujer, el doctor José Tuells (Cátedra Balmis de Vacunología, Facultad de Ciencias de la Salud, Universidad de Alicante) impartió una conferencia titulada La enfermera Isabel Zendal y Gómez, Pionera de la Salud Pública Internacional. Ese 7 de marzo de hace dos meses, en un generoso detalle con los oyentes, el catedrático adelantó siete documentos -procedentes de archivos de Puebla de los Ángeles- de una futura publicación sobre la vida mexicana de la rectora-enfermera, investigación que también cubrirá los avatares vitales de Benito, el hijo de Isabel.

El análisis de documentación aportada por el profesor Tuells forma parte de una nueva publicación: Isabel Zendal, la madre de todas las Vacunas, de Teófilo Comunicación (venta online, exclusivamente; 20 euros, envío incluido). 

Una primera conclusión del estudio de estos documentos se refiere a la grafía del primer apellido, con el que se identifica a la enfermera de la Expedición de la Vacuna. En los dos textos de carácter administrativo se utilizan las variantes Sendala/Cendalla. La primera versión aparece (abril de 1808) en la autorización del virrey Yturrigaray para el pago en Puebla de su salario como expedicionaria. Isabel había solicitado autorización para trasladarse a esta ciudad para reunirse con su hijo, que había quedado al cuidado del obispo poblano durante la campaña de vacunación que la había llevado hasta el norte de México y Filipinas. La segunda variante figura (marzo de 1809) en la resolución de la Suprema Junta de Gobierno de España e Indias para que se abonen a la enfermera los atrasos -tres reales diarios, desde el 1 de agosto de 1804- que la Junta había asignado para la crianza y formación de los niños expedicionarios, ayuda de la que su hijo Benito -uno de los portadores iniciales de la vacuna contra la viruela- no se había beneficiado.

El Hospital de la Caridad, antes de su derribo (1958) para crear la urbanización de Zalaeta. Plano de A Coruña (detalle). (l) AMC. Fondo Bugallal Marchesi

Cinco de estos documentos mexicanos son de carácter privado y el apellido utilizado es Cendal/Sendal. Quedará patente, en consecuencia, que tanto la madre como el hijo usan, en el ámbito privado, el apellido natural, sin la letra a final con la que la Administración identifica a la hija de un Zendal/Sendal/Cendal. 

El marido de Isabel

Dos de estos documentos están firmados por Antonio Palacios, escribano real, notario del Juzgado de Testamentos, Capellanías y Obras Pías de la ciudad y Obispado de Puebla. Son certificaciones (junio de 1810 y diciembre de 1811) “para que conste donde convenga que Don Benito Vales / Benito Bales y Cendal (según la fecha), familiar de Su Excelencia Ylustrísima el Obispo, mi Señor, es hijo legítimo de Don Estevan de Vales / Estevan de Bales (según fecha), difunto, y de Doña Ysabel Sendal y Gómez / Ysabel Cendal” (según fecha). 

Nada insensato ha de considerarse que Isabel le transmitiese al hijo (ya con catorce o quince años) el nombre de su verdadero padre biológico. Cuestión más matizable es el asunto de la legitimidad. La maternidad extramatrimonial de Isabel está acreditada por la partida de bautismo de Benito (julio de 1796: “hijo natural de Ysabel Celdam Gomez, natural de Santa Mariña de Parada”, Ordes). También por el registro de ingreso en la Inclusa coruñesa del expósito nº 875, donde consta (9 de febrero de 1802) que la madrina de bautizo de Juan Ramón de los Dolores es “Isabel Gómez, soltera y rectora de los Expósitos de este Hospital”. A no ser que se hubiese producido una legitimación en diferido -posterior a febrero de 1802-, la certificación que expide el escribano poblano más bien parece una proclama de “limpieza de sangre”, redactada a beneficio de “un familiar” del obispo que, además, es el patrón del propio notario.  

No sabe firmar

Los otros tres documentos desvelados por el profesor José Tuells son gestiones que “Isabel Sendal y Gómez” hace, en 1811, para que le transfieran a Puebla el importe de la ayuda para la crianza y formación de Benito. El motivo de estas peticiones es “por estar los caminos llenos de vandidos y no tener en el día persona de confianza que pueda cobrarla en esa capital” [del virreinato]. En 1810, la persona de confianza había sido Ángel Crespo, uno de los enfermeros de la campaña de vacunación. Pese a tratarse de una solicitud que Isabel hace en su propio nombre, “por no saber firmar, á su tiempo lo hace” José María Texada. Es decir, a esa altura de diciembre de 1811, Isabel, ya con 40 años, no sabía escribir su nombre. 

En ninguno de los archivos de Galicia se ha encontrado documento alguno firmado por Isabel. Tampoco puede considerarse una ausencia tan extraordinaria: era una asalariada humilde del Hospital -50 reales mensuales; 80 reales cobraba el carretador del agua- y su nombre, pese a ser la rectora de expósitos, nunca iba a aparecer entre los asistentes a las juntas de gobierno del Hospital de la Caridad ni tampoco a la par de los escribanos que registraban las criaturas que recogía la inclusa. Pudo haber dos ocasiones en las que la firma -de Isabel o de persona en su nombre- fuese imprescindible. 

Sin embargo, la rectora-enfermera no transitó ninguna de estas dos posibilidades. No se acogió a una espontanía, como medida de amparo legal (no ser molestada por autoridad judicial, administrativa o religiosa) ante su condición de madre soltera. Tampoco acudió ante notario para hacer constar que una parte de su salario como expedicionaria le fuese entregado a alguno de sus familiares en Galicia; un paso que, a favor de padres o esposas, dieron los demás integrantes del equipo médico de la Expedición

Sobre que Isabel Zendal no supiese firmar, conviene señalar que Teresa Herrera, la mujer con cuyo legado -casas y fincas, alhajas y dinero- se fundó el Hospital de la Caridad, no sabía firmar. Tampoco sabía firmar el labrador de Santa Mariña de Parada que hace de fiador de una deuda de 33.000 reales que tenía el patriarca de la Casa de España (propietarios de la tierra que trabajaba la familia Zendal Gómez en su aldea natal), como tampoco lo sabía hacer la vecina coruñesa que al mismo Antonio María Osorio y España le hace un préstamo de 10.000 reales.

Puebla de los Ángeles, la ciudad mexicana donde se quedó a vivir Isabel. The Countries of the World, de Robert Brown (1876). (l) Colección Carlos González Guitián

Durante 200 largos años, Isabel Zendal Gómez fue una mujer con muy escasa presencia en los libros de historia y en la memoria colectiva del país. Sin embargo, en los últimos años es detectable una corriente de simpatía hacia su “infatigable” (en palabras de Balmis) dedicación al cuidado de los Niños de la Vacuna. Incluso se puede afirmar que proceder de una familia de labradores quasi pobres de solemnidad y ser madre soltera son factores que juegan a favor de la admiración popular por haber alcanzado a ser elegida enfermera de una pionera empresa transcontinental y por haber trabajado a plena satisfacción de sus patronos (“ha derramado todas las ternuras de la más sensible de las madres”, escribirá el director de la REFV). 

Ahora, los documentos mexicanos desvelados por el profesor José Tuells sitúan a la sociedad ante un nuevo hecho: asumir que uno de los pilares de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna era analfabeta. Asumir que los cimientos del “primer modelo de lucha global contra las pandemias” -la rectora y los expósitos- procedían de los estratos más marginales de la sociedad. 

El catedrático

Francisco Antonio es el “menos expósito” de los Niños de la Vacuna: devuelto a la Inclusa tras seis años de crianza externa en Santa María de Sada, fue recuperado -con ocho años- por su madre y juntos convivieron durante los ocho meses previos a su incorporación a la REFV. Su partida de bautismo revela que nace el 26 de febrero de 1795 y que sus padrinos “dijeron ser hijo natural de Josefa de los Santos, criada de María Otero” -hermana del padrino-. En el Registro de Entrada de Expósitos, consta que el día 27 fue entregado en la inclusa coruñesa por María Otero y su esposo; “el mismo dia lo llebo a lactar la Maria [Otero]. Lo recogio su madre en marzo de 1803”. 

A la vista de la atención prestada por la investigación histórica a los Niños de la Vacuna, sus vidas y su aportación a la historia de la Sanidad Pública bien se pueden describir como un viaje desde las más profundas simas de la marginalidad social hasta las más altas cimas del olvido colectivo. Una marginación de la que, al menos, un niño coruñés logró escapar. El ascenso social alcanzado por Francisco Antonio fue extraordinario: tener, hace 200 años, un titulado universitario en la familia era un hito inimaginable para, como poco, el 95% de la actual población del país.  

Según se recoge en el capítulo dedicado a los Hijos del Torno del libro Isabel Zendal, la madre de todas las vacunas (Teófilo Comunicación), la veracidad de este progreso social está avalada por una fuente solvente y que, con orgullo, proclama su cercanía familiar al protagonista. El mexicano David Alberto Cossío Anaya (1883-1939) fue dramaturgo (19 obras), poeta (5 poemarios), historiador (4 libros) y político (alcalde de Monterrey y senador). En Historia de Nuevo León. Evolución política y social (1925) dejó escrito:

“De los sucesos notables en la época en que gobernó Iturrigaray [José Yturrigaray, virrey de Nueva España, entre enero de 1803 y septiembre de 1808] puede mencionarse, por el año de 1803, la llegada de la primera famosa Expedición Marítima de la Vacuna; humanitaria excursión enviada a costa del Real Erario, bajo la dirección de don Francisco Balmis, médico de Cámara honorario. Esta filantrópica embajada se componía de un grupo de niños, facilitados unos por sus propios padres y otros huérfanos, traídos de España, habiéndose agregado en México algunos más de ambas clases. 

El abuelo del que esto escribe, don Francisco Antonio de Cossío, años después Catedrático Propietario de Mínimos y Menores, Filosofía y Artes en el Real y Primitivo Colegio de San Juan de Letrán y, ya realizada la Independencia, fundador de una de las primeras escuelas de la ciudad de San Luis de Potosí, formó parte de dicha Expedición, a la edad de seis años”. 

Por el historiador Michael M. Smith (The Real Expedición Marítima de la Vacuna in New Spain and Guatemala) se sabe que Francisco Antonio, junto con los otros 19 críos que habían viajado desde A Coruña -Benito, el hijo de Isabel quedó al cuidado del obispo de Puebla-, fue destinado, nada más llegar a la capital mexicana -agosto de 1804-, al Real Hospicio de Pobres. En enero de 1805, el director de la REFV protestaba ante la Corona por el mísero estipendio asignado a los Niños de la Vacuna y por haber sido alojados en la multitudinaria compañía de golfillos recogidos de la calle. En julio de 1806, los expedicionarios fueron trasladados del Hospicio a la Escuela Patriótica, un centro de capacitación profesional fundado a expensas del legado de Francisco Zúñiga, un próspero propietario de minas. En julio de 1809, un informe del presidente de la Junta de Caridad de la capital mexicana detallaba que Francisco Antonio, junto con los expedicionarios Clemente y Manuel María, habían sido acogidos -noviembre de 1807- por un comerciante de la capital mexicana, comprometido a facilitarles crianza y educación. 

Retrato del capitán Pedro Marcos Gutiérrez y familia. Óleo; anónimo, 1814. (l) Museo Soumaya, Fundación Carlos Slim (México)

El patriota 

Pedro Marcos Gutiérrez era, en el momento de acoger a Francisco Antonio, vocal de la Junta de Caridad que administraba el Real Hospicio de Pobres de la ciudad de México. Había nacido (1763) en Puente Pumar-Poblaciones (Cantabria), hijo de Domingo Gutiérrez y de María Gutiérrez. El 10 de octubre de 1799 se unió en matrimonio a la mexicana María Belauzarán Ureña, nacida el 8 de agosto de 1766. 

Una primera ventana a la que asomarse para entrever el estatus social de la familia Gutiérrez-Belauzarán es conocer su lugar de residencia. Era en la calle del Empedradillo, así conocida por ser una de las primeras en ser empedrada en la ciudad de México. Nacía en la Plaza Mayor y comunicaba con la Plaza de Santo Domingo; a la vía le daban lustre la Casa de Hernán Cortés, la Plazuela del Marqués y el atrio de la antigua catedral.

Tampoco es mal balcón para entender la posición social de la familia que acogió a Francisco Antonio saber que se trata de una familia con retrato. Así es descrita la obra por la historiadora María José Esparza: “El padre porta el uniforme de las tropas realistas. Seguramente es ingeniero militar e instruye -con compás en mano- a su hijo adolescente. La dama enseña a la pequeña María las labores de la costura. Del lado masculino, se aprecia la empuñadura del sable del capitán”.

Pedro Marcos Gutiérrez fue un comerciante solvente y un “acendrado” patriota. Así lo reflejan sus aportaciones económicas a la guerra contra Napoleón -noticias recogidas de Gazeta del Gobierno de México-. Este patriotismo también explica que, a la altura de 1814 -cuando la lucha por la independencia de México ya llevaba andados tres años-, se retratase vistiendo el uniforme de las tropas españolas.

En la capital mexicana -agosto de 1809-, se promovía una suscripción a favor de las tropas y habitantes que habían defendido Zaragoza frente al asedio francés. De una relación de 120 personalidades, entre funcionarios civiles y castrenses, nobles, licenciados, comerciantes, canónigos, párrocos y frailes, solo hubo 30 entregas que superasen los 100 pesos aportados por Pedro Marcos Gutiérrez. 

Otra colecta, promovida por el virrey mexicano, entre los comerciantes del Real Consulado, logró reunir 850.000 pesos, suma a la que Pedro Marcos Gutiérrez contribuyó con 8.000 pesos. Esta aportación fue saludada por la Suprema Junta de Gobierno de España e Indias (entonces, el poder efectivo de la nación; Carlos IV y Fernando VII habían renunciado a la corona, a favor de Napoleón, en mayo de 1808), como una ejemplar muestra “de acendrado patriotismo”: “Tanta generosidad de su parte exige de la nuestra los correspondientes sacrificios. Ellos nos prodigan tesoros para que no seamos víctimas de la tiranía; mostrémosles nosotros con nuestro valor, con nuestra conducta patriótica y con nuestra perseverancia incontrastable que merecemos ser libres y ciudadanos”.

A 31 de julio de 1810, el comerciante cántabro figura, con 4.000 pesos, entre las 47 personas que suscribieron “un préstamo con objeto de despachar el navío ingles Baluarte, con caudales -595.000 pesos- para la península”. Tres semanas más tarde, “D. Pedro Marcos Gutiérrez, con su hijo D. Josef Miguel y sobrinos D. Eusebio y D. Pedro Díaz”, con un donativo de 1.000 pesos, son los terceros máximos contribuyentes a la compra de “zapatos y otros socorros en beneficio de los soldados del exercito de la península”. En 7 de diciembre de 1810 se da noticia de un “préstamo de dos millones de pesos para socorro urgente de la península”, cubierto entre 65 potentados; entre ellos, Pedro Marcos con una entrega de 4.000 pesos. En esa misma fecha consta que el comerciante de la Calle Empedradillo aportó 40.000 pesos para “el pronto despacho, desde Veracruz, del navío ingles El Implacable -Inglaterra era aliada de España contra Napoleón- que conduce urgente socorro a la península”. También en ese día 7 se informaba de una aportación “para la habilitación y gastos de guerrilla”, en la que los 100 pesos del comerciante de la calle del Empedradillo se situaban en el escalón 18 de las 155 entregas. 

Cuando el general Félix María Calleja asume -marzo de 1813- el virreinato de Nueva España, “hallo en absoluta insolvencia la tesorería nacional, agotados los recursos y sin arbitrios para ocurrir á las inmensas atenciones que tenia sobre sí el gobierno y fuele forzoso acudir al patriotismo y generosidad de los vecinos pudientes de esta capital”. Tres meses más tarde, el Real Consulado recogía 897.000 pesos, procedentes de 234 aportaciones individuales: los 64 préstamos de mayor cuantía se situaron entre 25.000 y 3.000 pesos; hubo 32 entregas de 2.000 pesos, entre ellas las del arzobispo de México y de Pedro Marcos Gutiérrez; la cuenta se cierra con 138 préstamos que oscilaron de 1.500 a 100 pesos fuertes. 

Entre las “inmensas atenciones” de gobierno, las operaciones militares contra la insurgencia independentista y la salvaguarda de los tesoros públicos eran las acciones prioritarias. El virrey, junto a la publicación de “los nombres de los buenos servidores de la nación”, hará constar que “este rasgo de patriotismo contribuyó no poco á la realización de las ventajosísimas expediciones de Huichapam, Tlalpuxahua, Zacatlan y Zimapan y á la feliz conducción del rico comboy de platas de Guanaxuato”.

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