La Opinión de A Coruña

La Opinión de A Coruña

¿Qué clase de madre abandona a sus hijos?

El libro ‘Las abandonadoras’, de la periodista Begoña Gómez Urzaiz, explora sin juzgar las maternidades ausentes y turbulentas de mujeres singulares como Mercè Rodoreda, Doris Lessing, Ingrid Bergman y Maria Montessori.

¿Qué clase de madre abandona a sus hijos?

No poder mantenerles económicamente es la razón que lleva a algunas mujeres a separarse de sus hijos. Pero, en caso de tener dinero suficiente, ¿qué clase de madre abandona a su prole? La peor. La más egoísta. La más monstruosa. ¿Seguro que esto es así? En realidad no. Lo preguntamos otra vez: ¿Qué clase de madre abandona a su hijo? Ahora la respuesta la ofrece la periodista Begoña Gómez Urzaiz (Tarragona, 1980): “Cualquier clase de madre”. Y añade: “Hasta cierto punto es comprensible. Ser madre, a veces, es insoportable y exige cierta distancia”.

Gómez Urzaiz acaba de publicar Las abandonadoras (Destino), libro en el que mezcla su experiencia personal como madre con las historias de varias mujeres que abandonaron a su prole. Son mujeres singulares, únicas. Mujeres de éxito profesional que en su momento arrancaron espacios de libertad a costa de lo que nunca se espera que una madre pueda hacer: desaparecer. Actrices, escritoras y pedagogas que rompieron moldes en una época en la que casi ninguna mujer rompía casi nada (mucho menos moldes).

La periodista indaga en sus biografías y descubre sus maternidades ausentes y turbulentas. Lo hace sin juzgar. La autora no enjuicia ni a Ingrid Bergman -que huyó de su hija para vivir un tórrido amor- ni a la Nobel Doris Lessing-que comenzó una nueva vida lejos de sus dos bebés- ni a Mercè Rodoreda -la bestia literaria de la que dicen que llegó a desear la muerte de su hijo-. Tampoco a Maria Montessori, renombrada pedagoga que educó a miles de niños pero no al suyo, al que entregó a una familia de granjeros y al que recuperó cuando tenía 15 años. “Las entiendo a todas”, concluye Gómez Urzaiz.

“Qué clase de madre abandona a su hijo es una frase que tiene algo de bíblica. La pregunta me ha asaltado muchas veces, juraría que contra mi voluntad, como si me encontrase poseída por la moralista que creo no ser”, responde la periodista, que ha intentado ser generosa y nada dogmática buscando los porqués de estas abandonadoras. 

“También quise preguntarme -admite- por qué sigue dando tanto miedo la idea de una madre que, durante un rato, quiera hacer como que no lo es”.

En 2022, el cuarto oscuro de la maternidad ya no es tan tabú como años atrás. Por ejemplo, gracias a “un habilísimo marketing”, la socióloga israelí Orna Donath consiguió con el libro Madres arrepentidas poner encima de la mesa el debate sobre las mujeres a las que le gustaría poder dar marcha atrás en su decisión de tener hijos. En 2005, la guionista Ayelet Waldman se ganó la ira de muchísima gente cuando publicó un artículo en el The New York Times asegurando que amaba a su marido más que a sus hijos.

“A pesar del apetito público por explorar el lado tenebroso de la experiencia materna -comenta la autora del libro- siguen sin ser muy frecuentes las historias en primera persona de mujeres que abandonan a sus hijos”. Estas mujeres son las malas madres mal (de las que no se sabe muchas cosas) frente a las malas madres bien, de las que se sabe mucho y que son algo así como madres en apuros que “subvierten traviesamente las expectativas de la crianza de la clase media pero sin pasarse”. Por supuesto, las cuatro mujeres que siguen son del primer grupo, de las que pusieron -veremos en qué condiciones- tierra de por medio entre sus hijos y sus expectativas vitales.

Mercè Rodoreda: “Relación fallida”

“Soy una persona insoportable, pero mis libros no”, dijo en una entrevista Mercè Rodoreda. ¿Qué había hecho la genial escritora catalana para sentir ese autodesprecio? “Seguramente -responde la autora- se refería a su vida compleja y sus relaciones difíciles. Mi propia lectura interesada apunta también a la fallida relación con su único hijo, Jordi”.

“Su vástago no había sido motivo de emoción sino de disgusto y rechazo. Hasta me dijo: ‘ojalá se muriese”. La frase es de Anna Murià, la gran amiga de la autora de La plaça del Diamant en los primeros tiempos del exilio. Gómez Urzaiz considera legítimo preguntarse por qué dijo eso la escritora, si es que lo dijo de verdad. El niño nació a los nueve meses y 19 días de la boda. El padre de la criatura era el tío carnal de la escritora, el hermano de su madre. “No cuesta imaginar a Rodoreda, con 20 años, viendo el embarazo con terror, con auténtica aprensión por lo que saldría de esa unión tan cercana al incesto”, reflexiona. 

La boda -celebrada el 10 de octubre de 1928- pronto se convirtió en un tormento para Rodoreda, que tenía 14 años menos que su tío y era una chavala inusualmente inquieta culturalmente. Él era un tipo déspota y de mal carácter que solo quería que ella hiciera lo que él mandaba, según confesó la escritora en su diario. Es obvio que a la autora de Aloma “le costaba separar al niño del padre y del matrimonio infeliz y claustrofóbico que lo había generado”, reflexiona Gómez Urzaiz, que subraya que, en los libros de Rodoreda, la maternidad tiene un componente turbio cuando no siniestro.

En 1937, tras la explosión de la guerra civil, Rodoreda -con fama de frívola y adúltera- cogió a su hijo y abandonó a su marido. Cuando tuvo la oportunidad de exiliarse a Francia, dejó a su hijo con su madre. Después, tras la contienda, fue enviado a un colegio interno. Ella creía que se iba por unos meses y tardó casi una década en regresar a Barcelona. Las cartas que se cruzaron demuestran que entre ambos había “un afecto sin arrebatos ni reproches explícitos”. 

Ajeno a la pulsión artística de su madre, Jordi trabajó en una ferretería y tuvo cuatro hijos. En 1971, tras la muerte de su padre biológico, Mercè y su hijo discutieron por la herencia. No volvieron a hablarse nunca. Diagnosticado de esquizofrenia, Jordi estuvo cuatro décadas en instituciones psiquiátricas. Lo sacaron de la clínica, desorientado y enfermo, para asistir al sepelio de su madre.

Lessing: la cordura o los hijos

Doris Lessing también tuvo un don especial para la escritura. Ganó el Nobel. Pero hizo algo “imperdonable”: abandonar a sus dos bebés. John tenía 3 años, y Jean, 1,5. En 1943, cuando tenía 21 años, huyó de la casa familiar sin mirar atrás. ¿Para qué? Para tener otra vida. Si se hubiera quedado, quizá, se hubiera convertido en alcohólica. No soportaba la prisión doméstica, no soportaba la vida convencional. Las abandonadoras recuerda frases suyas demoledoras como “no hay nada más aburrido para una mujer inteligente que pasar un tiempo interminable con niños pequeños” y “la maternidad es el himalaya del tedio”.

En 1946, la autora de El quinto hijo parió como madre soltera a su tercer hijo. Volcó en él todo el amor (incluso asfixiante) que no tuvo con los otros dos, a los que apenas le dejaban visitar. Urzaiz recuerda cómo en los años 70 se convirtió en una especie de madre universal para adolescentes descarriados.

Montessori: una familia granjera crio a su hijo extramatrimonial

Doris Lessing no fue la única madre universal que se ocupó de muchos niños menos de los suyos. La renombrada pedagoga Maria Montessori se quedó embarazada -sin estar casada- en 1898, cuando tenía 28 años y había logrado lo que muy pocas mujeres en su época: licenciarse en Medicina y especializarse en Pediatría. Su madre fue la primera en insistirle que no podía echar su carrera por la borda. Así que el niño, Mario, fue entregado a una familia de granjeros.

Montessori fue una madre ausente, pero se encargó de la educación de miles de niños, a quienes guio con un método que “no consistía tanto en aprender jugando sino en desadultecer la enseñanza”, recuerda Urzaiz, que también destaca que la pedagoga tenía una vida espiritual arrebatada que le hizo vivir en una especia de comuna femenina nada erótica, completamente entregada a su profesión. Tras morir su madre, Montessori decidió recuperar a su hijo abandonado. Habían pasado 15 años, pero Mario acudió a su llamada diciendo que había esperado ese momento toda su vida.

Ingrid Bergman: huir sin mirar atrás de la casa familiar

También Ingrid Bergman fue otra madre ausente que trató de recuperar a su hija cuando esta tenía 18 años. En los años 50, con una vida doméstica que le hundía en la tristeza, la actriz sueca huyó sin mirar atrás para vivir un tórrido amor con el cineasta Roberto Rossellini. Bergman tuvo más hijos, pero decidió instalarse en París y dejarlos a todos en Roma con varias nannies. “Sus hijos la absolvieron de sus abandonos sucesivos”, explica Urzaiz.

En una reciente entrevista con El Periódico, del mismo grupo editorial que LA OPINIÓN, Isabella Rossellini dijo que su madre que estuvo muy presente en su infancia “se escapaba de los rodajes para vernos, la íbamos a visitar nosotros. Ser una mujer trabajadora fue un gran ejemplo”.

Compartir el artículo

stats