Entrevista | Juan Luis Arsuaga Paleoantropólogo

“El secreto de la longevidad es jugar”

“En el momento que pierdes la ilusión, ya eres un viejo. Y eso puede pasar a los 30 años”

Núria Navarro

Desde hace un tiempo, el paleontólogo Juan Luis Arsuaga (Madrid, 1954), codirector de la Fundación Atapuerca, le da vueltas a la longevidad, un parámetro biológico que en años venideros, con la populosa generación del baby boom llegando a meta, dará para mucha conversación. Disuelve algunos tópicos enquistados en el libro La muerte contada por un sapiens a un neandertal (Alfaguara), escrito a medias con Juan José Millás. (Un secreto: si se lo encuentran, no le digan que en la antigüedad envejecían mal y morían antes).

¿Está cómodo en su edad?

Es que soy un preadolescente.

¡Qué me dice!

Es la edad de Peter Pan, la de los sueños, la de ir cogido del hombro con los amigos. En la niñez dependes de los cuidados; en la adolescencia, de las hormonas, y en la madurez, de la responsabilidad. En el momento que pierdes la ilusión, ya eres un viejo. Y eso puede pasar a los 30 años.

¿Cómo era ser viejo en el Paleolítico?

Estaba todo el día en movimiento, comía carne sin grasas, frutos y semillas, no fumaba y no bebía gin-tonic. ¡Lo que es un milagro es que estemos bien nosotros!

Envejecían rápido.

Es el centro de una de mis cruzadas. Intento deshacer el tópico —producto de la pereza mental— que en la Prehistoria o en la antigua Roma a los 40 años eran ancianos. A los 40, señores, las legiones romanas, cargadas con toda la impedimenta, fueron desde Hispalis (Sevilla) a Barcino (Barcelona) en cinco días.

Juan Luis Arsuaga.   | // FERRAN SENDRA

Juan Luis Arsuaga. / Ferran Sendra

Un palizón.

Había dos formas de ser legionario: en plena forma o muerto. Como el león y el corzo, porque en la naturaleza solo se puede estar estupendo o muerto.

¿Todo eso se sabe escrutando huesos?

Claro. Por eso sabemos que la calidad de vida de un agricultor del siglo XIX era mucho peor que en el Paleolítico. El del siglo XIX comía un solo tipo de cereal e iba colgado de un arado, antinatural para las articulaciones. En la Prehistoria eran atletas profesionales. El problema es que se confunde esperanza de vida con longevidad.

¿Lo quiere aclarar?

Lo que ha cambiado es la mortalidad infantil. Durante siglos la mitad de los nacidos no llegaban a los cinco años, lo que hace bajar la esperanza de vida a los 40. Pero los que sobrevivían estaban estupendos.

Total, la cosa no ha cambiado tanto.

¡Ha ido a peor! Lo que hemos suprimido es lo que llamo la muerte que viene de fuera: la embestida de un bisonte, por ejemplo. Otra cosa es a partir de los 70 años.

¿Qué pasa a los 70?

Es el fin de la longevidad natural de la especie humana. Aparecen las enfermedades crónicas, pero ahí entra la ciencia, para mejorar la calidad de vida, no para alargarla.

¿Tiene planes para la suya?

El secreto de la longevidad es jugar. Se trata de tener ilusión. Yo sigo estando de ida. A los que están de vuelta, a los que no han entendido de qué va esto de la vida, les pido amablemente que se hagan a un lado.

Podría darles algún consejo.

Que abandonen esos pensamientos de los paraísos perdidos. En el pasado las mujeres fallecían en el parto, había que trabajar de sol a sol, encorvado; no había educación universal, seguridad social ni justicia. Las soluciones a los problemas del presente nunca están en el pasado. Nunca. Y les recomendaría leer más a Epicuro, que habla del disfrutar.

Era un señor austero Epicuro.

¡Como hay que ser! La opulencia va en contra del placer. Le pregunté a un valenciano cuál era la mejor paella y me contestó: “Es la que te comes a las cuatro de la tarde cuando vienes de la playa sin haber tomado nada antes”.

¿Usted qué dice?

“Hay que ver lo bien que vivimos los ricos”. Lo tomé prestado de un colega. Subimos a lo alto de una montaña, en Asturias, y tras una caminata, nos sentamos y sacó un queso, una hogaza y una botella de sidra. No hay Amancio Ortega que fuera más rico.

Pensamiento montañero.

He aprendido mucho de la montaña. Pide esfuerzo y te recompensa. Es un mundo noble, justo, que pone a todos en el mismo plano. Te calzas unos esquís de montaña y ya eres Jeremiah Johnson.

Es un Indiana Jones, profesor.

Él me copió a mí.

¿Nada se le resiste?

Si escribo mis memorias se titularán Muero con todas mis ilusiones intactas. Solo hay una cosa de la que ya no me veo capaz: el surf. Veo a los surferos y me parecen dioses.

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