Acompañamiento en el duelo por suicidio en Galicia: "Es una implosión en las familias”

La asociación Alume Saúde Mental desarrolla un programa de intervención temprana en el duelo por suicidio, único en la comunidad gallega, que busca “evitar la patologización” | En su primer año, atendió a una decena de personas, todas mujeres, con “muy buenos resultados”

Los psicólogos Ana Regueira y Aarón Argudo, directora y subdirector de Alume Saúde Mental, respectivamente, en la sede de la asociación, en Lugo.

Los psicólogos Ana Regueira y Aarón Argudo, directora y subdirector de Alume Saúde Mental, respectivamente, en la sede de la asociación, en Lugo. / Cedida

El suicidio es la primera causa de muerte por motivos no naturales en España, donde una media de once personas se quitan la vida cada día. También en Galicia, que registra más de 300 muertes autoinfligidas cada año, y en el área coruñesa (entendida como los partidos judiciales de A Coruña, Betanzos, Carballo y Corcubión) que, en 2022, alcanzó el triste récord de 86 decesos de ese tipo, la cifra más elevada desde que el Instituto de Medicina Legal de Galicia (Imelga) empezó a ofrecer datos, en 2006. Detrás de todas y cada una de esas muertes hay un enorme sufrimiento, el de los que se van y el de los que se quedan. Y es que cada suicidio es una “implosión” para “al menos seis personas” del entorno afectivo más próximo de quienes dicen “hasta aquí”, empujados por la más absoluta de las desesperanzas. Padres, hijos, nietos, parejas, hermanos, amigos... se convierten en supervivientes de un trauma sin respuestas que se ven obligados a afrontar, aún en demasiadas ocasiones, en soledad y sometidos a un prejuicioso e injusto “escrutinio social” que “solo añade más dolor” a su ya desgarradora situación.

Consciente de esta realidad, el equipo directivo y terapéutico de la asociación Alume Saúde Mental, que desarrolla su actividad asistencial en el área sanitaria de Lugo, puso en marcha hace un año un programa para ayudar a las personas allegadas de víctimas del suicidio a transitar por un duelo “especialmente complicado” y “evitar que se patologice”. La iniciativa, pionera en Galicia, donde “no existe ningún otro proyecto similar” —confirman desde la Federación de Asociacións de Familiares e Persoas con Enfermidade Mental de Galicia (Feafes Saúde Mental)—, es totalmente gratuita para los participantes y cuenta con el respaldo económico del Servizo Galego de Saúde (Sergas) y de la Fundación “la Caixa”.

“Este programa es algo que teníamos en mente ya desde hace tiempo. Alume forma parte de la Comisión de Prevención del Suicidio del área sanitaria de Lugo, una fuente de conocimiento sobre la realidad de esa conducta. Somos una asociación de familiares de personas con problemas de salud mental, luego todo lo que tiene que ver con la atención a familias que se encuentran con un problema que no saben manejar es una inquietud de nuestra entidad. Además, somos un centro de rehabilitación de trastorno mental grave, uno de los factores de riesgo importantes a la hora de desarrollar una conducta suicida”, explica Ana Regueira, psicóloga clínica y directora de Alume, quien detalla cómo ese “conocimiento de la realidad del suicidio desde muchos frentes” llevó al equipo terapéutico responsable del programa —integrado por la propia Regueira y por Aarón Argudo, psicólogo sanitario y subdirector de la asociación— a formarse “expresamente” en acompañamiento en el duelo por suicidio.

“No fue fácil, debido a que no existe ninguna formación académica, tipo máster, sobre acompañamiento en el duelo por esa causa, de modo que nos tuvimos que ir formando específicamente sobre esta cuestión a través de cursos organizados por entidades del ámbito clínico a nivel nacional, un poco como pudimos. No obstante, ambos somos psicólogos del ámbito sanitario, por tanto, contamos con formación en este sentido, y nos hemos enfrentado en nuestro desempeño profesional con alguna situación de ese tipo”, señala Regueira, a lo que Aarón Argudo agrega: “Formación en duelo, concretamente, para las personas que quedan después de que un familiar o amigo fallezca por suicidio, no hay. En el ámbito académico no hemos encontrado nada reglado, por así decirlo”.

El siguiente escollo que tuvieron que sortear para la puesta en marcha del programa de acompañamiento en el duelo por suicidio, cuenta la directora de Alume, fue “decidir cómo contactar con la población” que se encuentra en esa situación, “porque ni siquiera hay un cauce establecido”, de ahí que optasen por buscar “la colaboración del Imelga” —ya que “los forenses son los primeros profesionales que tienen contacto” con el entorno afectivo de las personas que se quitan la vida—, así como “de las funerarias”, a donde acuden también las familias en ese momento inicial de “desconcierto absoluto”.

“Empezaron a derivarnos algún caso por ambas vías y, en este primer año que lleva en marcha el proyecto, hemos atendido a un total de nueve personas. Como dato característico, son todas mujeres, lo cual no quiere decir que en ese entorno de las personas que fallecieron por suicidio no hubiese hombres pero, de momento, no ha venido ninguno. Creemos que esto tiene algo que ver con la mayor dificultad que suelen tener los hombres para la gestión de los sentimientos, para hablar de ellos... En el mundo masculino esto es más difícil todavía, y si ya tienen dificultades para hablar de sus sentimientos, imagínate para hacerlo de algo tan impactante como es el suicidio de una persona cercana”, subraya Ana Regueira, quien especifica que las relaciones de las nueve primeras participantes en el programa de acompañamiento en el duelo por suicidio de Alume con la personas que se quitaron la vida “son de todo tipo”.

“Hay parejas, madres, hijas, hermanas e, incluso, una nieta. Y es importante también decir que estas nueve mujeres atendidas hasta ahora provienen de seis suicidios, mayoritariamente de hombres, de entre 36 y 82 años, aunque también hemos atendido casos en los que las personas que se quitaron la vida eran mujeres, una de ellas una chica de solo 19 años, y otra, de 33”, refiere la directora de Alume, para dar cuenta de que el suicidio es un grave problema social que “afecta a personas de cualquier edad y de toda condición”.

“Nuestro objetivo —prosigue— es trabajar desde el inicio de la situación para evitar que el duelo se cronifique y se vuelva patológico. No pretendemos hacer un acompañamiento durante todo el proceso de duelo”, aclara Regueira, quien asegura que “todas las personas estamos preparadas para afrontar las pérdidas, que la vida trae consigo”. “A nivel de psicología y salud mental, todos tenemos recursos para hacerlo, pero en duelos por pérdidas traumáticas, no siempre es así. Y, cuando una persona de nuestro entorno, querida por nosotros, se quita la vida, es realmente traumático, de ahí que, con facilidad pueda convertirse en un duelo crónico. Por eso, nuestro objetivo es intervenir desde el principio”, reitera.

"La sociedad, en el momento en que alguien se quita la vida, también vuelca la mirada sobre su familia y hace caer sobre ellos una sombra de sospecha. Esa mirada escrutadora ha contribuido al silencio que, tradicionalmente, ha imperado en torno al suicidio"

Ana Regueira

— Psicóloga clínica y directora de Alume Saúde Mental

“¿Por qué puede volver patológico un duelo de este tipo?”, plantea. “Por la falta de respuestas. Todo lo que es desconocido para nosotros nos genera una tremenda inquietud y, en estos casos, estas personas desconocen por qué su ser querido se ha suicidado. Automáticamente, buscan una explicación y, como no la encuentran, empiezan a pensar: ‘¿Qué pude haber hecho yo para que esto no sucediera? ¿Qué hice y no debí hacer? ¿Por qué se quitó la vida?’. Y puede que piensen también: ‘Es que no hice nada o no veo qué ha podido pasar’. Y, a continuación, su mirada se dirige hacia el resto de los miembros de la familia”, apunta la directora de Alume, quien advierte de que “el núcleo familiar se desintegra cuando se suicida uno de sus integrantes”.

Seguidamente, empieza a haber un cambio de roles y una búsqueda de explicación que les lleva a culpabilizarse entre sí. Esto es completamente dañino para ese núcleo familiar, y se trata de abordarlo de una manera que les permita gestionar la situación de la mejor forma posible”, indica Regueira, quien subraya que “no solo pasa esto” en el seno de las familias de las personas que se suicidan. “La sociedad, en el momento en que alguien se quita la vida, también vuelca la mirada sobre su familia y hace caer sobre ellos una sombra de sospecha. Esa mirada escrutadora ha contribuido al silencio que, tradicionalmente, ha imperado en torno al suicidio”, recalca.

“Todo esto es un hándicap muy difícil de superar para personas dolientes” , avisa la directora de Alume, quien reitera que el objetivo del programa de acompañamiento de esa entidad es “ayudarles a que lo puedan gestionar para que su duelo por el suicidio de un ser querido no se convierta en crónico”, antes de detallar que la metodología del proyecto “combina las terapias individual y de grupo”. “La finalidad de la terapia de grupo es que los participantes puedan hablar con libertad sobre cómo se sienten, sentirse comprendidos y disponer de un espacio empático con lo que les sucede. No obstante, este tipo de terapia, sin más, tampoco es suficiente, porque algunas personas no aceptan hablar en un grupo, además, hay que prepararlas previamente para hacerlo sobre ese tema, de ahí que se combine la terapia grupal con terapia individual”, explica Regueira, y apunta: “Puede darse la circunstancia, incluso, de que participen en el programa varios familiares de una misma persona que se ha quitado la vida, y no podrían entrar en el grupo al mismo tiempo. Esto requeriría de un manejo de terapia individual mientras tanto, para luego ir entrando en el grupo en la medida en la que se pueda, porque igual una persona precisa ir, pero hoy no puede ser porque está su hermana, y ella también está necesitada. Tenemos que jugar un poco con esta posibilidad para poder atender a todas las personas que requieren nuestra ayuda”.

Como “balance” del primer año en funcionamiento del programa, la directora de Alume expone que se dieron “tres altas, a los 5-6 meses del inicio”. ”Nuestra idea es dar altas una vez que las personas participantes son capaces ya de hacer demanda ellas de ayuda cuando están mal, y han podido retomar la actividad previa. No queremos eternizar la asistencia, aunque su duelo continúa, evidentemente”, refiere.

"La tristeza y el dolor son respuestas naturales de todas las personas ante una pérdida. El problema es cuando esa respuesta empieza a ser un poco agónica, angustiosa. Nosotros tratamos de intervenir en ese primer momento para tener un impacto mayor sobre las personas"

Aarón Argudo

— Psicólogo sanitario y subdirector de Alume Saúde Mental

En este punto, Aarón Argudo especifica: “Intentamos combinar toda esa evaluación cualitativa —cuando las personas ya identifican, por ejemplo, ese mecanismo de protección, que a veces llamamos ‘anestesia emocional’, para hacer frente a esa pérdida, a ese duelo— con una valoración previa. Y es que, en el momento en que los participantes llegan al programa, evaluamos distintas áreas: la ansiedad que presentan; la desesperanza (cómo ven su situación actual y cómo se ven en el futuro ); el riesgo de suicidio también (porque estas personas tienen ese factor intrínseco de riesgo, con mayor probabilidad que la población general, de suicidio); y el estado de ánimo. Cuando consideramos que la situación está estabilizada, pasados esos 5-6 meses a los que aludía Ana, volvemos a hacer una evaluación para ver qué resultados tenemos”.

Argudo sostiene que “no existe sesgo de aprendizaje, por ejemplo, en el cuestionario”, porque “ya ha pasado mucho tiempo”, por tanto, “puede decirse que la evaluación no es espuria”. “Los datos obtenidos son muy buenos. Vemos una reducción de toda la sintomatología más afectada, en relación a la tristeza, ansiedad y desesperanza”, remarca el subdirector de Alume, quien afirma que “la tristeza y el dolor son respuestas naturales de todas las personas ante una pérdida”. “El problema es cuando esa respuesta empieza a ser un poco agónica, angustiosa. Nosotros tratamos de intervenir en ese primer momento para tener un impacto mayor sobre las personas”, incide.

[object Object]

“La muerte por suicidio es un tema muy inexplorado a nivel social, y es muy importante que la gente tome conciencia de que puede suceder en cualquier familia”, resalta Ana Regueira, quien lamenta que aún persista “la idea de que el suicidio solo se da en familias determinadas, de que tiene que pasar algo ahí...”.

“No señor. En cualquier familia puede suceder que uno de sus miembros se quite la vida, porque tenga un alto nivel de sufrimiento y la desesperanza le lleve a pensar que no hay salida (quienes se suicidan no quieren morir, quieren dejar de sufrir). El suicidio afecta a personas de todas las edades y de cualquier ámbito. Dejemos de lado los prejuicios, porque bastante dolor tienen ya las familias en las que se produce una muerte de ese tipo como para soportar encima el escrutinio y el juicio de los demás por ignorancia”, subraya.

Para esos supervivientes [la palabra ‘superviviente’, en el contexto del duelo por suicidio, se refiere a las personas que forman parte del entorno afectivo de quien se quita la vida], en el marco de su programa de acompañamiento al duelo por suicidio, Alume ha habilitado dos números de teléfono, 698 157 652 y 615 989 577, “disponibles 24 horas, los siete días de la semana”, para “poder abordar cualquier situación”.

“Es lo que consideramos adecuado ante este problema”, destaca Aarón Argudo. Y, aunque la entidad desarrolla su labor asistencial en el área sanitaria de Lugo, el programa “está abierto” a “quien lo necesite”, de cualquier punto de Galicia. “Una persona en A Coruña puede contactar con nosotros también a través de esos dos teléfonos, e incluso podría plantearse algún tipo de intervención, vía telemática, si se diese el caso”, asegura.

Suscríbete para seguir leyendo