Campamentos de refugiados saharauis: sin luz al final del túnel

El edil de Oleiros Pablo Cibeira relata su visita a los campamentos saharauis en una misión del Fondo Galego de Cooperación junto a representantes de otros catorce concellos gallegos

Escuela del Mártir Lal Andalá, en la wilaya de Bojador.  // PABLO CIBEIRA

Escuela del Mártir Lal Andalá, en la wilaya de Bojador. // PABLO CIBEIRA / Pablo Cibeira taboada

Pablo Cibeira Taboada

En el suroeste de Argelia, separados de su tierra por un muro fuertemente militarizado de 2.500 kilómetros, resisten desde hace 48 años 165.000 saharauis asentados en 29 campamentos de refugiados. El suyo es un ejemplo superlativo de dignidad con el que el Estado español tiene una cuenta pendiente. El Sáhara Occidental fue la provincia española número 53 hasta 1975.

La pobreza que uno se encuentra en cualquiera de los campamentos saharauis salta a la vista de inmediato. No hace falta más que un corto paseo para comprobar las numerosas carencias materiales existentes. A la escasez de recursos se une la infertilidad de un desierto en el que no hay más que arena y piedras y que en los veranos es ya casi inhabitable, con temperaturas superiores a los 50 grados. La actividad económica y el comercio es anecdótico por lo que el pan de cada día de estas 165.000 personas está en manos de la ayuda humanitaria internacional.

Pero si los alimentos dependen del exterior, el agua también se importa y está racionada. El Gobierno de la R.A.S.D. (República Árabe Saharaui Democrática) está construyendo una red de abastecimiento de agua, pero aún se encuentra muy lejos de ser realidad. “Nos duchamos cada cinco o seis días”, relata Radaja, la matriarca de una familia con cuatro hijos. Lo primero es beber.

Escuela del Mártir Lal Andalá, en la wilaya de Bojador.   | // PABLO CIBEIRA

Vista general de viviendas de la wilaya (provincia) de Bojador, desde el punto más alto del campamento. // PABLO CIBEIRA / P.C.

La de Radaja es una familia prototípica saharaui en la que la que manda es ella. A su cargo tiene a sus tres hijos varones, de 5, 8 y 17 años. El más pequeño es Ahmed. Un niño feliz, que pasa el tiempo en la calle jugando. Entra y sale de casa con total libertad a cualquier hora del día y muestra un desparpajo muy superior al del niño occidental más espabilado de su edad. Lo mismo se asombra observando fotografías de espacios públicos de Oleiros, que disfruta lanzando piedras con sus amigos o ejerce de guía turístico por el campamento. “Quieres ver...? Yo te llevo”. Con un vocabulario escaso de español es capaz de comunicarse perfectamente y llevarte hasta el montículo con las mejores vistas de la zona. “Mira, mira...” dice lleno de orgullo al llegar a la cima. Con o sin cosquillas, la sonrisa en su cara es permanente.

Ahmed, igual que todos los niños y niñas mayores de tres años, van a la escuela todas las mañanas. En el recreo, a las 10.30 horas, reciben un vaso de leche y una galleta, que en muchos casos se convierte en el desayuno del que no disponen en sus casas. La política socialista del Gobierno saharaui creó un potente sistema de escuelas públicas gratuitas con 73 centros. Han logrado reducir la tasa de analfabetismo al 4% de la población, la segunda más baja de África.

Tomando el té en una vivienda del campamento: el niño Ahmed, su madre, su tía y  una vecina.   | // PABLO CIBEIRA

Tomando el té en una vivienda del campamento: el niño Ahmed, su madre, su tía y una vecina. | // PABLO CIBEIRA / Pablo Cibeira taboada

El éxito es menor en el sistema sanitario público. ¿El motivo? Son muchos los sanitarios saharauis que emigran por cuestiones salariales. En este momento, para dos hospitales centrales, cinco regionales y veintinueve ambulatorios, disponen de catorce médicos. Sólo la generosidad de Cuba, con una misión permanente de otros catorce médicos, salva una situación con la que Argelia también colabora con sus servicios de urgencias.

Las penurias sanitarias y económicas no alteran los valores de un pueblo tolerante, que profesa la religión musulmana sin radicalismos. El imán sólo manda dentro de la mezquita. Fuera son las mujeres las que llevan la batuta. Ocupan la mayoría de cargos de dirección gubernamentales locales y regionales.

Otra de las señas de identidad saharaui es la cultura de la colectividad. Casas abiertas de par en par a familiares, amigos y vecinos. También para el extranjero. La hospitalidad es inmensa, hasta el punto que el cariño y el afecto se hace mutuo rápidamente, como sucede al convivir con Radaja y su familia.

Aquí no hay prisas ni agobios superfluos. La tertulia fluye y enriquece, sobre todo a los foráneos. Conversaciones pausadas e intercambio de preguntas y respuestas en una dirección y en otra. En la misma estancia que reciben a familiares y amigos también desayunan, comen, cenan y duermen. La cocina está separada, equipada con un fogón y una estrecha encimera, sin nevera ni fregadero. En el exterior un pequeño cuarto con una letrina y una lavadora. El único grifo, en el patio. Para asearse, un cubo.

Bloques para la construcción de viviendas. |   // P.C.

Bloques para la construcción de viviendas. | // P.C. / Pablo Cibeira taboada

El agua está racionada, igual que la comida. El pan de cada día depende de la ayuda internacional y de una eficiente organización por parte de la Media Luna Roja Saharaui, que proporciona el sustento alimenticio al 91% de las 165.000 personas que viven en los 29 campamentos saharauis. Niños, ancianos y mujeres embarazadas y lactantes gozan de especial protección.

Entre tés con elevadísimas dosis de azúcar, van entrelazándose historias hasta que Bakita, la hermana mediana de Radaja, carga contra Pedro Sánchez. “¿Gaza sí y Sáhara no? No se entiende esa postura cuando son dos casos idénticos. ¿Cuál es el crimen que hemos cometido nosotros? Sánchez es un hipócrita”. Tiene toda la razón.

Su hermana continúa la conversación con un tono más amargo. “Mis abuelos se murieron en territorio ocupado, sin que los pudiésemos cuidar ni despedirlos”. Ella, con 43 años, forma parte de la primera generación que nació en los campamentos. No conoce su tierra, ocupada ilegalmente por la dictadura marroquí, corrupta donde las haya y que viola constantemente los derechos humanos con arrestos indiscriminados, cuarenta presos políticos encarcelados y centenares de desaparecidos y asesinados.

“No queremos ser ciudadanos españoles, nosotros somos saharauis. Tenemos una tierra rica que nos han robado. Que nos dejen recuperarla y no necesitaremos ayuda humanitaria”, comenta la gobernadora de la wilaya de Bojador (presidenta autonómica). Lo cierto es que mientras siguen esperando por ese referéndum de autodeterminación que no llega –fijado por la ONU para el año 1992– la cooperación internacional resulta imprescindible para la supervivencia.

Marruecos no está dispuesto a perder el territorio más rico del Magreb, que nunca había sido suyo a lo largo de la historia y que fue entregado en bandeja por Juan Carlos I, que en 1975 ordenó la retirada española. ¿A cambio de qué? No es difícil de deducir. En cualquier caso, desde entonces Marruecos controla la mayor parte del Sáhara Occidental y sus yacimientos de fosfato —los más importantes del mundo— sus reservas petrolíferas, sus ricos caladeros pesqueros o el más reciente despliegue masivo de eólicos, en el que también participa España. Pedro Sánchez sucumbió ante el desalmado chantaje perpetrado con la inmigración por el reino alauita, lo que unió a España a la lista de países aliados de Marruecos de la que ya formaban parte Estados Unidos, Francia, Israel, Alemania...

Y como siempre sucede cuando Estados Unidos y sus amigos tienen intereses en juego, el derecho internacional no existe. Ni el Tribunal Internacional de La Haya ni la ONU pintan nada. El anhelado referéndum para poner fin al conflicto no llega. La causa saharaui vive una inmensa soledad y un apagón informativo total. Ni de la guerra se habla, con cientos de muertos saharauis a causa de los drones marroquíes.

Mientras la lucha no cesa, en los campamentos la vida sigue y las condiciones mejoran. Las jaimas y las casas de adobe, mayoritarias hasta hace poco, van dando paso a construcciones de bloque con techos metálicos que, de esa manera, no se desharán con las fuertes lluvias que se suceden cada década. La llegada de la electricidad, carreteras generales, internet... La resistencia y la cooperación internacional dan sus frutos.

A lo largo de las últimas décadas el Gobierno de Oleiros ha mostrado un fuerte compromiso político con la causa saharaui. También se han impulsado desde Oleiros numerosos proyectos a través del Fondo Galego de Cooperación. Recogida y tratamiento de residuos, reconstrucción de viviendas devastadas por las lluvias... o el más veterano Vacaciones en Paz, creado en los años noventa. Esa y toda la demás ayuda recibida de países y ONG ha estado adecuadamente gestionada a lo largo de los años por el Gobierno de la R.A.S.D., lo que ha permitido construir un Estado en el exilio que, no libre de desajustes, funciona.

Lo cierto es que no se ve la luz al final del túnel. Ni si quiera se puede adivinar si habrá luz. Pero mientras Ahmed y todos los niños sigan sonriendo en los campamentos, la llama de la esperanza emancipadora no se apagará nunca. Más tarde o más temprano llegará el día en el que Radaja, sus hijos y los cientos de miles de saharauis en el exilio regresarán a sus hogares para vivir libres y en paz. Sigamos alzando nuestras voces para que su justa causa no quede en el olvido.