Coser rostros y paisajes sobre la palma de la mano como muestra de amor

El viveirense David Catá, artista multidisciplinar, trabaja en dos proyectos en los que su piel es el lienzo y el hilo y la aguja, el bolígrafo y la tinta

adriana quesada

David Catá (Viveiro, 1988) es un artista contemporáneo y multidisciplinar que se dedica a la fotografía, pintura, escultura y música creando un pequeño universo de vivencias y recuerdos donde los distintos sentidos de los espectadores tienen la oportunidad de saborear sus historias.

En su obra hay todo tipo de formas de expresarse, pero una de ellas llama la atención. En la actualidad tiene dos proyectos en los que él mismo es su propio lienzo: A flor de piel y Horizontes. El primero nació en el año 2010 y es “un diario en el que retrata a gente importante: familiares, profesores, amigos, parejas...”. Cualquier persona que pase por su vida marcándolo pasa a formar parte de este diario que, a diferencia de otros, se basa en coger hilo y aguja para coser su rostro en la palma de su mano. “Mi piel se convierte en las hojas del diario y la aguja y el hilo en el boli y la tinta”, explica.

En el caso de Horizontes, la idea es similar pero cosiendo paisajes que va descubriendo y que “se convierten en los escenarios de esas historias que vive”. Ambos proyectos están pensados para ir creciendo a lo largo de toda su vida: “Los finalizaré cuando me muera”.

No es la primera vez que un artista usa hilo y aguja para contar una historia. John Fitzgerald fue reconocido por coser sus labios en el 2020 como una forma de protesta contra la violencia. Sin embargo, el caso de David Catá es diferente y está plagado de sensibilidad: su piel es el soporte donde borda aquello que significa algo para él.

La idea

“Mi madre es costurera, entonces tiene mucho que ver. Desde pequeño la veía coser y quise rescatar esa acción que viví desde mi infancia”, explica. “Es cierto que también conozco mucha gente que lo solía hacer. El típico juego de atravesarse la yema del dedo con una aguja o con el compás...”, recuerda. Fue así como decidió rescatar todas estas acciones y recuerdos para darles un sentido conceptual y estético.

Sin embargo, ¿por qué usar específicamente la palma de su mano como soporte? “Saludamos con la mano, conocemos con la mano, tocamos... En la mano se encuentran las líneas de la vida, las huellas dactilares, que son lo que nos identifica como individuos”, explica. A esto se le suma el hecho de emplear su propio cuerpo, utilizar la piel, un órgano que no solo envejece sino que también muestra cómo le afecta el paso del tiempo con marcas, lunares, manchas, cicatrices y arrugas. “Al utilizar mi cuerpo como soporte estoy escribiendo sobre él todas esas vivencias que también se plasman a través de las arrugas con el paso de los años”, asegura el artista.

Además, detrás de la acción de coser objetos, fotografías y rostros en la palma de su mano también hay cercanía: “Busco unirme a esas personas, tenerlas cerca. Es como quien se tatúa a un familiar, pero mucho más efímero porque la piel se regenera, aunque queda de forma latente en la memoria de la piel”.

Antes de trazar las líneas con los hilos sobre su piel hace un trabajo previo en el que, sobre todo en el caso de los rostros, realiza bocetos y plantillas: “No tengo opción a rectificar porque la piel se va rompiendo”. En el momento de llevar a cabo los paisajes visita varias veces el sitio: “Una primera para hacer un boceto de cómo es el paisaje, cómo quedaría sobre la mano y así saber la parte del paisaje que tengo que coser. Regreso a casa, coso la mano y vuelvo al sitio para realizar la fotografía”.

El paso del tiempo

“El tiempo es efímero, que es de lo que yo hablo, y lo que hago es pasajero, como la memoria. Además, los hilos con los que coso, en los que queda la piel entrelazada, los coloco en pequeñas vitrinas como esa huella de la acción, como una fotografía: la huella de un momento”, reflexiona David Catá. En esta obra también proyecta un poco el mito de las parcas, esos seres que cortan el hilo de la vida cuando esta llega a su fin.

Frente a este arte performático en el que el tiempo y la memoria lo son todo, un diario donde la huella queda en lo más íntimo del ser humano —la piel—, las reacciones son variadas. “Hay gente que no lo quiere ni ver, pero si se investiga se ve que hay un trasfondo que, más que doloroso, es un mensaje de amor ya que son seres queridos y paisajes importantes para mí”, relfexiona.

El resto de su obra

A los ocho años empezó a estudiar acordeón en el Conservatorio de Viveiro: “Siempre me gustó dibujar, pero en los estudios comencé por la música”. Después de terminar bachiller dejó la música un poco apartada para estudiar Bellas Artes en Pontevedra: “Estaba centrado en la pintura, pero en el último año de carrera descubrí la fotografía y la empecé a incluir en mi trabajo personal”. Nada más terminar la carrera ganó el Premio de Artes Plásticas de la Deputación de Ourense, gracias al que pudo irse a estudiar fotografía a Madrid.

A pesar de moverse por tantas disciplinas distintas y tener trabajos capaces de calar en la gente usando sentidos totalmente diferentes, su obra está “completamente” enlazada. “Al final los límites entre fotografía, pintura y música se difuminan. Siempre estoy hablando sobre la familia, la memoria, el paso del tiempo... Es como crear bandas sonoras a esas imágenes, crear una pequeña película o autobiografía”, explica. De hecho, lo que le impulsa a seguir creando es que es su forma de exteriorizar lo que siente: “El arte de alguna forma me salvó porque aprendí a canalizar emociones que no sabía transmitir a través de palabras”. Y es así, por medio de tanto trabajo, que ha acabado por crear su pequeño universo de sensaciones.