Las científicas luchan por visibilizar su regla

Un estudio impulsado por la Asociación de Ecología Terrestre busca determinar el impacto de la menstruación en el trabajo de campo

Ilustración de Cirenia Arias Baldrich por encargo de la AEET para la campaña sobre la menstruación.

Ilustración de Cirenia Arias Baldrich por encargo de la AEET para la campaña sobre la menstruación.

S. Penelas

Tras arduos estudios, los avispados ingenieros de la NASA concluyeron que Sally Ride, la primera mujer astronauta estadounidense, necesitaría 100 tampones para seis días en el espacio. Han pasado cuarenta años y la menstruación, a igual que en la sociedad, sigue siendo un tema tabú e invisibilizado en el ámbito científico. Las investigadoras están acostumbradas a cargar el material y a realizar su trabajo experimental en plena naturaleza o en las excavaciones arqueológicas soportando fuertes dolores y escondiéndose tras cualquier matorral o elemento del paisaje que les preste cierta intimidad para cambiarse el tampón.

Con el objetivo de determinar el impacto de la regla en las ciencias naturales, el comité de igualdad de la Asociación Española de Ecología Terrestre (AEET) y la asociación Mujeres con los pies en la Tierra han lanzado una campaña que quiere realizar “una radiografía” de esta “realidad silenciosa” y poner cifras sobre la mesa. En apenas dos semanas, ya han recibido algo más de 200 respuestas, la mayoría de personas que tienen el periodo. Y han podido extraer las algunas conclusiones preliminares, por ejemplo, que tres de cada cuatro consideran que el dolor les impide realizar su trabajo de forma correcta.

“Hay un porcentaje altísimo de personas que tienen muchísimas molestias, pero la falta de naturalización de la menstruación provoca que hagamos el trabajo de campo dobladas por la mitad del dolor y medicadas. En el sistema productivo se nos permite ser mujeres en lo privado pero no en lo público. Y la regla y los problemas asociados a ella están tan invisibilizados que ni siquiera solemos comentarlo con nuestra jefa o jefe ni con los compañeros. Y además como en la mayoría de casos el trabajo de campo se hace en equipo esto te crea un sentimiento de culpa tan terrible que lo haces aunque no te encuentres bien. Algo que no pasa si sufres un esguince o tienes migraña, por ejemplo”, plantea Sara Gamboa, investigadora gallega del grupo MapasLab e integrante del comité de Igualdad de la AEET.

“Un 54% de las personas que menstrúan consideran que su regla es bastante dolorosa, el 77% dicen que una de las principales molestias es el fuerte dolor abdominal y el 67%, de momento, habla de los cambios de humor, la irritabilidad y la baja motivación”, avanza Gamboa sobre los resultados de las primeras encuestas.

La campaña, que se lanzó a través de las redes este mes coincidiendo con la celebración Día de la Mujer y la Niña en la Ciencia, parte de un estudio de menor tamaño que la Asociación Mujeres con los pies en la Tierra, a la que ella también pertenece, presentó en el congreso internacional Bridges en 2022. Y el cuestionario, dirigido tanto al colectivo investigador como estudiantil, también busca conocer la percepción en su entorno personal y profesional de los hombres y personas que no hayan menstruado.

“Hasta ahora solo tenemos un 10% de personas que se identifican como hombres. Nos interesa su opinión porque el trabajo científico se desarrolla en un entorno social que es diverso y, si no participamos todos, alcanzar la igualdad es muchísimo más complicado. Es algo que ocurre de manera muy recurrente en las acciones que tienen que ver con la igualdad o la diversidad y en las que, al final, la mayoría de participantes son mujeres o personas del colectivo Lgtbiq+. Son súperpositivas y acaban calando, además de crear grupos de apoyo y redes que son muy importantes. Pero también necesitamos que participe el resto de la gente. Tienen que salir de su visión hegemónica”, destaca.

Las responsables de la campaña, que ahora buscan el apoyo de universidades e instituciones, reivindican que la ciencia debe ser “un lugar seguro” para todos. “Muchas veces, la gente responsable de organizar las salidas de campo argumenta que no puede tener en cuenta el ciclo menstrual de todo el mundo o que la regla nos viene todos los meses. Pero se trata simplemente de cumplir unos parámetros básicos para que todos puedan desarrollar su trabajo de manera higiénica y segura. No solo las personas que tenemos la regla, sino también las que tienen que pincharse una medicación o cambiarse un parche por cualquier tipo de condición. No es tan complicado. Yo he estado semanas sin acceso a un baño durante mi trabajo de campo. Lo de cambiarse un tampón detrás de una higuera con las manos sucias tendría que ser impensable”, reivindica.

Gamboa también propone que los laboratorios pueden permitir el teletrabajo en ciertas ocasiones: “Obviamente, no se puede hacer si tienes un experimento o docencia, pero es una medida fácil de implementar. Mi jefa me lo ha concedido siempre que se lo he pedido”, subraya. En el caso de los estudiantes, el estudio está revelando que hay profesores que llevan, por decisión propia, compresas, tampones y otros productos higiénicos en las salidas de campo, cuando, en realidad, “esto debería formar parte de un plan higiénico institucional por parte de las facultades o las universidades”.

Gamboa también se muestra muy crítica con los discursos “reaccionarios” que ponen en duda los permisos menstruales: “Si todo el mundo asume una honestidad cuando se pide una baja por migraña, ¿ por qué con nosotras no? Con todas las salidas de campo, reuniones y gestiones que hemos hecho todas menstruando, a punto de hacerlo, embarazadas, recién paridas, con el puerperio o con mastitis, ¿en serio alguien nos puede echar en cara que lo vamos a utilizar en nuestro propio beneficio? Llevamos milenios sin siquiera decir que teníamos molestias y ahora, cuando planteamos que ya no podemos seguir trabajando en estas condiciones, que no se nos presuponga cierta honestidad y compromiso es inadmisible”.

Es evidente que queda camino para visibilizar y normalizar la regla, pero también es cierto que el avance ha sido grande. “Hay estudios que demuestran que la educación menstrual en España es deficiente y que hay lagunas básicas. Y no solo entre las personas que no menstrúan, que es lo terrible. Pero se ha mejorado una barbaridad. Yo tengo 33 años y he oído cosas como que no podíamos hacer mayonesa o regar las plantas. Y, cuando estudiaba, te pedían un tampón como el que está pasando droga, entre susurros y con eufemismos. Ha habido un relevo generacional y el profesorado más joven hace que la universidad esté más abierta a determinadas sensibilidades. Y, aunque la regla siga dando lugar a experiencias un poco traumáticas, no es lo general y las estudiantes hablan con naturalidad con los docentes o con sus compañeros”.

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