María Castro y Luis Bolón, familia de acogida en A Coruña: “Ningún niño eligió ni merece vivir en un centro”

“Lo principal es el bienestar del menor”, reivindica este matrimonio coruñés que, junto con sus dos hijos, acogen en su casa a un niño de 4 años mientras no se resuelven las circunstancias que impiden a sus padres hacerse cargo de su cuidado

María Castro y Luis Bolón, frente al parque infantil de la plaza de As Atochas.

María Castro y Luis Bolón, frente al parque infantil de la plaza de As Atochas. / Carlos Pardellas

El proceso de acogimiento no es algo que haces por tu bien, lo haces por el bien de ese pequeño o ese grupo de hermanos a los que abres tu corazón, tu familia y las puertas de tu casa. Ningún niño eligió ni se merece vivir en un centro de menores”, resalta María Castro Giadáns. Desde septiembre de 2021, esta docente coruñesa y su marido, Luis Bolón Aldrey, junto con sus dos hijos, acogen en su casa a un niño de solo 4 años, mientras no se resuelven las circunstancias que impiden a sus padres hacerse cargo de su cuidado. El suyo es uno de los 159 hogares que integran la red de familias acogedoras que gestiona Cruz Roja en la provincia de A Coruña, y acceden a compartir su experiencia para despejar dudas en torno a un proceso en el que “lo principal”, insisten, “es el bienestar del menor”.

“Soy profesora de un aula de educación especial del colegio La Grande Obra de Atocha, a donde acuden chavales del centro de menores. Hace unos años, tuve una alumna de ese centro, durante bastantes cursos, y en casa hablaba sobre la situación de esos niños con mi marido, quien un día me planteó que ‘deberíamos acoger’ a uno de esos pequeños. Yo en principio le dije que era difícil, que esos niños tienen una ‘mochila’ emocional, que había que pensarlo con calma… y la cosa quedó ahí. Pasado un tiempo, comenzamos a hablarlo, estuvimos comentándolo durante unos meses, viendo las dudas y los miedos que teníamos y, en septiembre de 2019, Luis me propuso ir a Cruz Roja a pedir información. Allí nos fuimos, nos explicaron los tipos de acogida que hay, comentamos nuestra situación… y nos preguntaron si queríamos iniciar el proceso. Lo estuvimos pensando y, un mes después, en octubre, nos animamos a dar ese paso”, explica María, quien detalla cómo, a partir de ahí, los técnicos de Cruz Roja les hicieron “una serie de entrevistas” para conocer su “historia vital”, sus “inquietudes”, por qué querían acoger a un pequeño en su casa, “qué ideas tenían”… “Y, cuando estábamos en ese proceso, nos hablaron de los distintos perfiles de niños que había para acoger, pero en esto irrumpió la pandemia, y todo se paró”, apunta.

Formación

“Al finalizar el confinamiento —prosigue—, ya vinieron a nuestra casa y nos hicieron una entrevista a los cuatro juntos, y después a nuestros hijos por separado, y también vieron cómo vivíamos y todo ese tipo de cuestiones. Entonces ya nos dijeron que, en principio, iban a solicitar a la Xunta la idoneidad, aunque nos avisaron de que, debido a la pandemia, los cursos de formación específica de acogida estaban un poco parados. En aquel momento, ya nos habían hablado de la posibilidad de un niño, que después no surgió”, apunta María, quien explica que, posteriormente, ya hicieron el curso, en el que estuvieron con otras parejas, y “donde cada uno planteaba su situación y por qué lo hacía”.

“Te explican los distintos perfiles de acogida que hay; qué implican los regímenes de visitas, porque estos niños siguen tendiendo contacto con sus familias... y sí es verdad que, en cierta medida, te preparan un poco”, destaca, antes de reconocer que, cuando te planteas el acogimiento, “el principal miedo que tienes como acogedor, y que tiene también tu entorno, es que ‘vas a querer al niño y, después, te lo van a quitar’. Me gustaría que la gente entendiese que el proceso de acogimiento no es algo que haces por ti, lo haces por ese niño o por ese grupo de hermanos a los que abres tu corazón, tu familia y las puertas de tu casa. El bienestar de esos pequeños es lo primero. Ningún niño eligió ni se merece vivir en un centro de menores”, resalta.

Hace hincapié María en que otra cuestión que “hay que tener muy clara también” es que estos pequeños tienen su familia”. “A nosotros, desde el primer momento, nos dejaron claro que el niño tiene un régimen de visitas: cada 15 días, los domingos por la tarde, dos horas con la madre y otras dos, con el padre. Y nosotros le intentamos transmitir que él tiene su mamá y su papá, que no lo pueden cuidar en este momento y que por eso está en nuestra casa”, explica esta profesora coruñesa, quien admite que, “a veces”, el acogimiento familiar se prevé “que vaya para largo”.

El objetivo final, volver con su familia

“En nuestro caso, el niño lleva ya más de dos años con nosotros, y somos conscientes de que la situación se puede alargar, pero yo me quedo por lo menos con que, mientras está en nuestra casa, sabe lo que es vivir en una familia y sabe que hay gente que está por él. Porque, en el caso de aquella alumna del centro de menores a la que di clase durante bastantes años, llegó a nuestro cole con 7, se fue con 17 y nunca había vivido con una familia. Esa experiencia fue la que me marcó a mí para decir: ‘Es que estos niños se merecen vivir con una familia”, subraya, antes de incidir en que “el objetivo final del acogimiento” es que los pequeños “puedan volver con su familia biológica”. “¿Qué no pueden? Entonces, que vivan con una familia”, reitera.

Volviendo a su caso, cuenta María que, cuando los técnicos de Cruz Roja los llamaron para conocer al menor que, desde hace más de dos años, vive con ellos, “lo primero” que les “sorprendió” es que “era un niño muy pequeño”, porque “acababa de cumplir dos años” y “nunca había vivido con su familia”. “Desde que nació”, destaca, “estuvo en el centro de menores”. “Primero fuimos a conocerlo al centro, con la cuidadora delante; a continuación, conocimos a sus padres, un momento importante, por lo menos para ponernos cara, algo muy positivo para ambas partes; y, después, fueron nuestros hijos a conocer al niño. Entonces tenían 14 y 9 años, imagínate... para ellos era ‘un juguete”, comenta, antes de continuar el relato: “Pasamos una tarde con él en el parque, otra en el centro de menores y, después, nos lo llevamos otra tarde a nuestra casa. A continuación, ya se vino a dormir con nosotros un fin de semana y, cuando volvimos al centro de menores, como vieron que estaba bien, ya se vino con nosotros”.

“Siempre se busca lo mejor para el niño”, insiste María, quien reconoce que el pequeño se adaptó bastante bien a su casa, aunque, inicialmente, “tuvo sus más y sus menos”, debido a su corta edad y a que “siempre había vivido en el centro de menores” y, además, “en plena pandemia”, con lo cual “todos sus cuidadores allí llevaban mascarilla”, al igual que ellos mismos cuando lo conocieron. “Al principio, había reacciones que nos sorprendían, por ejemplo, le asustaban el telefonillo, la aspiradora, la batidora… los ruidos fuertes en la calle... Hay que pensar que este niño vivió en un centro desde que nació y, además, le cogió la pandemia, con lo cual todos sus cuidadores llevaban mascarilla. Cuando nosotros lo conocimos, de hecho, también la llevábamos y, de repente, se vio en una casa con gente sin ella”, refiere. “Una de las cosas que hacía al principio era abrir todos los muebles y mirar qué había dentro porque, claro, en el centro de menores no había tantos, y le llamaba la atención. Que el sitio estaba muy bien y lo cuidaban de maravilla, pero no era un entorno como una casa, donde todo le despertaba curiosidad y le llamaba la atención”, agrega.

Impacto en el entorno

Hace hincapié María, en este punto, en que el acogimiento de un niño “afecta a tu entorno familiar y de amistades”. “Por ejemplo, cuando íbamos a casa de los abuelos o de amigos nuestros, lo que él quería era abrir también los muebles y todas las puertas para ver las habitaciones y, una vez que lo hacía, se quedaba un poco más tranquilo (partiendo de la base de que ya es un niño de carácter y personalidad inquieto). Hay que tener en cuenta, además, que este niño vivió muchos cambios, porque pasó los dos primeros años de su vida en el centro de menores, se vino para nuestra casa en septiembre de 2021, yo entonces me cogí la baja de maternidad pero, en enero de 2022, empezó en la guardería (unas horas por la mañana, porque yo tenía reducción de jornada) y, en septiembre, ya comenzó en el cole. A todo eso le costó un poco adaptarse, de hecho, tengo que agradecer un montón el esfuerzo de mis compañeros de Educación Infantil, especialmente el de la profesora que le tocó, porque trabajó muchísimo con él, sobre todo, para las rutinas, a las que en casa también le costó un poco adaptarse, igual que al tema de las comidas”, señala, antes de explicar cómo afrontaron sus hijos la llegada del pequeño a su hogar.

“Lo fueron llevando bien, porque al ser un niño pequeño... ¡es que el siguiente tenía 9 años! Se preocupaban y se preocupan mucho por él, aunque mi hijo pequeño sí nos manifestaba algunos miedos, porque los niños viven las cosas y las racionalizan a su manera. Por ejemplo, le preocupaba qué le iba a decir a sus amigos cuando le preguntasen quién era aquel niño. Nosotros le dijimos que, al presentárselo, les comentase que era su hermano de acogida, que iba a vivir en nuestra casa porque sus papás no lo podían cuidar, y ya está. Cuando lo vieron por primera vez, un día que fuimos a buscarlo al entrenamiento de fútbol, se lo planteamos de esa manera y, al ver que todos sus amigos reaccionaban con normalidad, ya se quedó mucho más tranquilo”, indica María, quien resalta “la importancia” de que “los hermanos de acogida hablen y expongan sus miedos” durante todo el proceso. “Mis hijos ahora están contentos y lo ven como a un hermano más, para lo bueno y lo malo. Tanto para guerrear, como para preocuparse, ir a buscarlo a dónde sea o enfadarse con él si les coge sus cosas. Como a un hermano más, a todos los efectos”, incide.

“Los miedos hay que hablarlos: en la pareja, con los hijos que tengas, con los técnicos de Cruz Roja...”

Miedos

“Lo que hay que tener claro”, resume María, es que el acogimiento familiar “busca el bienestar del niño”. “Darle la oportunidad de vivir en familia”, insiste. A partir de ahí, “los miedos, hay que hablarlos”. “Hablarlos en la pareja, con los hijos que tengas y con los técnicos de Cruz Roja”, apunta esta profesora, quien llama la atención, asimismo, sobre otra cuestión que le “gustaría dejar clara”, y es que, “al principio, al igual que si tienes un hijo”, la llegada de un niño de acogida a la familia “supone cambios y ciertas dificultades”. “Te varían los ritmos, las rutinas… En nuestro caso, por ejemplo, tuvimos que volver al tema de los pañales, cuando hacía ya unos cuantos años que lo habíamos aparcado. Tiene sus cosas complicadas, como cualquier cambio, pero a la larga compensa, porque revives muchas ‘primeras veces’: lo montas en los cochecitos y ves la cara de felicidad que tiene; lo llevas a conocer a los Reyes Magos y percibes su ilusión; acudes de nuevo a un festival de Infantil… Y, lo más positivo de todo, es que ves la evolución del niño, y das y recibes muchísimo amor. ¿Lo negativo? Que también hay que estar preparado para escuchar comentarios de todo tipo, de familiares, amigos, vecinos, conocidos...”, asegura.

María anima a todas las personas interesadas en el acogimiento familiar a que acudan a Cruz Roja y se informen sobre el proceso. “Pienso que a veces hay gente que piensa: ‘Si tuviese un sueldo mejor, o una casa más grande…’. Sin embargo, lo que estos niños necesitan son unas condiciones normales, con una familia habitual [del tipo que sea, no hay un perfil establecido], y saber que tienen a alguien detrás”, sostiene, antes de aconsejar que, “si en la acogida hay momentos difíciles”, es bueno “pedir ayuda”. “A otras familias acogedoras, al equipo de Cruz Roja, a un psicólogo, a un terapeuta… No pasa nada por hacerlo”, subraya esta docente coruñesa, quien incide en lo beneficioso que resulta “conocer a otras familias de acogida”.

“Hablar con otras familias que están viviendo lo mismo te hace ver que cosas que a ti te suceden les pasan también a ellos; te permite enterarte de que puedes pedir, por ejemplo, la beca del comedor... En este sentido, los encuentros que organiza Cruz Roja son muy positivos porque nosotros, en nuestro entorno, no conocíamos a nadie que tuviese a niños en acogida. Ahora sí tengo a una compañera de trabajo en esa situación, pero antes no había nadie. Y creo que es bueno pedir ayuda, tanto a los técnicos de Cruz Roja, como a otras familias que acogen o a alguien de tu entorno. Porque estos niños pueden tener sus dificultades, igual que las tienen tus hijos”, refiere.

Laura Cerviño, en la sede coruñesa de Cruz Roja.

Laura Cerviño, directora de Infancia de Cruz Roja en la provincia de A Coruña, en la sede coruñesa de esa organización. / Carlos Pardellas

Laura Cerviño, directora de Infancia de Cruz Roja en A Coruña: “Estos niños vienen con sus ‘mochilas’, que hay que trabajar; requieren mucho cariño”

Cruz Roja busca familias de acogida, en el marco del programa de la Xunta para proporcionar los cuidados, la seguridad, la educación y el cariño que necesitan bebés, niños, niñas y adolescentes, mientras se solucionan las circunstancias que les impiden, temporalmente, vivir con sus familias de origen. La maravillosa locura de pensar con el corazón es el título de la campaña que ha lanzado esa organización para incrementar el número de familias de acogida con las que actualmente cuenta, que asciende a 159 en la provincia de A Coruña.

Para facilitar toda la información necesaria para entrar a formar parte del programa, Cruz Roja organiza, todos los meses, sesiones informativas en sus sedes de A Coruña y Santiago, dirigidas a todas aquellas personas interesadas en el acogimiento familiar.

“La idea de estas sesiones informativas es dar a conocer el programa de acogimiento familiar que llevamos a cabo desde Cruz Roja pero, sobre todo, están pensadas para resolver dudas, determinadas expectativas con las que quizás llegan las personas interesadas en participar, y diferenciar conceptos como, por ejemplo, el acogimiento y la adopción, que no son lo mismo”, explica Laura Cerviño, directora de Infancia de Cruz Roja en A Coruña, quien aclara que “el acogimiento, a priori, es temporal”.

“Consiste en buscar a los niños un recurso distinto al residencial, que puede ser una familia de acogida y, en ese tipo de sesiones grupales, lo que hacemos es comentar a las personas interesadas en el acogimiento qué es lo que implica, porque hay ciertos miedos, del tipo ‘si esto se alarga en el tiempo, qué es lo que puede pasar’… Al final, todo esto sirve para que el equipo técnico resuelva esas dudas, y a lo mejor personas que, previamente, estaban interesadas, dejen de estarlo, porque el acogimiento tiene una serie de implicaciones que no todo el mundo está dispuesto a asumir. O todo lo contrario, que la gente se convenza todavía más, y se anime a dar ese segundo paso, en cuyo caso pasarían ya a recibir una formación básica, uno de los requisitos imprescindibles para ser familia acogedora en Cruz Roja. Una vez finalizada esa formación, con una duración de 12 horas, se emite un certificado de aprovechamiento del curso, que es uno de los documentos que tienen que presentar a la Xunta para hacerse solicitantes como familia acogedora”, refiere Cerviño.

La directora provincial de Infancia de Cruz Roja en A Coruña detalla que, “junto con ese y otros documentos” que hay que presentar para ser familia de acogida, el requisito principal es “tener la aptitud para ello, en el sentido de disponer de tiempo”. “Esto es muy importante. Una persona puede tener la intención de ayudar, pero a lo mejor no tiene tiempo material para dedicarse a ello. No deja de ser un niño o una niña, o varios (si se da la suerte de que la persona o familia en cuestión pueda acoger a un grupo de hermanos), a los que se les proporciona un hogar, pero no necesitan solo eso: también precisan cariño, acompañamiento, apoyo… disposición para llevarlo al colegio y recogerlo; a actividades extraescolares…”, apunta Cerviño, quien hace hincapié en que el acogimiento familiar requiere de “un despliegue y una logística”, y “hay que estar dispuesto a ponerse a ello”.

“Una persona que trabaja muchísimo, y que apenas tiene tiempo libre el fin de semana, difícilmente va a poder acoger”, destaca la directora provincial de Infancia de Cruz Roja en A Coruña, quien señala que, en 2023, “bebés, 145 niños, niñas y adolescentes” fueron acogidos por familias coruñesas”. “Cerramos el año con 108 niños, niñas y adolescentes siendo acogidos y, en la actualidad, hay una veintena de menores en situación de espera de familia”, resalta Cerviño, antes de explicar que, de esa veintena de pequeños “en espera”, la “gran mayoría son grupos de hermanos”, el “perfil” al que “más cuesta” encontrar un hogar de acogida, debido a una “cuestión de espacio” y por “otros motivos, como el miedo”.

“A las familias de nueva incorporación les asusta mucho acoger a dos o más pequeños en un mismo momento, porque el trabajo es mayor, por cuestiones logísticas, y porque no olvidemos que son niños y niñas que vienen de situaciones complejas, a los que se ha separado de su familia de origen por una situación de protegerles, porque no era el entorno más adecuado, y vienen con sus ‘mochilas’, y con sus daños, que hay que trabajar. Requieren mucho cariño, e implica un esfuerzo grande”, destaca la directora provincial de Infancia de Cruz Roja en A Coruña, quien apunta que, entre esos pequeños, también hay menores “con diversidad funcional, o con alguna discapacidad en concreto”, en cuyo caso suele precisarse “un acogimiento más especializado, por así decirlo”, “y mayores de 7 u 8 años”, a quienes resulta “más complicado” encontrar una familia de acogida.

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