"Esta pierna acaba de costar tres vidas. Por favor, ponga en el periódico mi agradecimiento eterno a todos esos héroes que participan en labores de rescate en la montaña. Les debo todo". En la habitación 118 del hospital de Arriondas, Damián Ramos aparece recostado sobre su cama. Acaba de salir del quirófano y ser trasladado a planta. La anestesia aún se le nota en la voz, muy grave, pero no en su aspecto, fuerte y optimista. Lleva casi 15 horas sin beber y tiene mucha sed. Habla mirando a los ojos y gesticula con las manos. "No sé cuántas vidas tengo, pero hoy (por ayer) he gastado dos. De verdad. He vuelto a nacer dos veces", resume.

Pasan unos minutos de las 18.30 horas y sus padres acaban de llegar procedentes de A Coruña. Su madre tiene los ojos vidriosos del susto porque no le gusta nada que participe en este tipo de pruebas, aunque sabe que él, "cabezota como es", lo volverá a hacer en cuanto pueda. Su padre mantiene mejor la compostura. En la habitación están ellos, su amigo Alberto Taboada (28 años, A Coruña) que iba con él en el momento del accidente y su amiga Verónica Montes (30 años, asturiana de Arriondas). Los cuatro escuchan a pie de de cama y con suma atención su testimonio, concedido en exclusiva a La Nueva España, diario del grupo Prensa Ibérica, al que pertenece LA OPINIÓN.

"Íbamos subiendo por una zona y teníamos que pasar a una ladera. Para saltar, me agarré a una roca que parecía firme, pero me la llevé conmigo y caí. No sé cuántos metros pero sé que empecé a dar vueltas. Tuve suerte de que no me golpeé la cabeza", explica este atleta de 28 años, ingeniero de profesión. Sucedió minutos antes de las tres de la mañana del domingo. Damián iba delante de Alberto, que vio la escena con nitidez. "Debió caerse desde diez metros y luego rodar otros treinta", detalla. Con ellos también iba Javier Pérez, coruñés de 41 años, que decidió quedarse con él mientras Alberto bajaba a Maraña (León) a dar el aviso.

"Según caí noté la rotura. Era una fractura abierta y tenía mucho miedo a perder la pierna. No paraba de sangrar y pensé en poner un torniquete, pero supe que si hacía eso perdía una parte", cuenta Damián. Él y Javier estuvieron siete horas esperando por el rescate. "Javi se quedó cuidándome. Me tapó y me dio conversación. Puse la pierna en alto para no sangrar más. Lo más duro fue quedarse sin agua", narra. Mientros ellos esperaban, Alberto apuró cuanto pudo para llegar a Maraña, donde se había instalado la zona de asistencia. "Damián me preguntó nada más caer: "¿no me quedaré sin pierna, no?".

De madrugada, Alberto recorrió monte abajo cinco kilómetros en una hora. Llegó dando voces de socorro. Allí le esperaba Verónica, su novia y Natalia, otra amiga. "Pensábamos que alguien había muerto. Fue horrible", recuerda Verónica, fisioterapeuta de profesión. Eran las 04.15 de la madrugada y empezaban las peores horas de sus vidas. "Fue terrible. No nos dejaban subir. Nos dijeron que al amanecer lo haría el helicóptero. No entiendo que no haya previsto nada para casos así", cuenta. Intentaron contactar con ellos y no había cobertura. La conexión se había perdido.

Escucharon por primera vez el helicóptero pasadas las 07.00 horas. Arriba, Damián y Javier continuaban esperando. Lo vieron llegar, dicen, a las 10.00 horas. No había, cuenta, ni niebla ni hacía frío. El helicóptero se aproximó y el rescatador empezó a descender por la cuerda. Llegó a cogerle. "Los dos que estaban dentro me cogieron por las manos. Y cuando iba a saltar para entrar en el helicóptero vi que una hélice daba contra la pared. Yo iba a entrar pero el otro guardia civil tiró de mí hacia abajo y me salvó la vida. Si llega a tardar una décima más en dar contra la pared o me llegan a rescatar una décima antes, me hubiera despeñado", relata Damián. "Lo estaban haciendo bien, pero el aspa dio contra la pared y se desplomó todo muy rápido. Había un enorme ruido", recuerda.

A Alberto y a Verónica les dejaron subir a las nueve. Ella cargó una mochila con botellas de agua, Aquarius, unas mantas y unos sacos de dormir. Subieron a toda velocidad, en una hora. Cuando llegaron, sus dos amigos ya habían sido evacuados al hospital de Arriondas. En principio, la idea era trasladarles a León, pero Damián pidió que le llevasen a Arriondas para estar cerca de los familiares de Verónica, que residen en la localidad.

"Lo primero que nos dijeron es que no nos preocupásemos, que nuestro compañero estaba bien", dice. Pero lo que vieron lo tienen grabado. "Fue horroroso. Estaba el cadáver de uno de los rescatadores con la cabeza ensangrentada y aplastada contra el suelo. Se ve que debió saltar. Los guardias civiles nos recomendaron que no mirásemos", señala. Al lado, había un "amasijo negro de hierros", el helicóptero hecho cenizas. "No quiero cerrar los ojos y ver eso", añade Alberto, que ya en el hospital sufrió dos bajadas de tensión y tuvo que ser atendido por los médicos. La jornada fue muy larga en el hospital. Alberto y Verónica estuvieron todo el rato sin comer. Fueron horas de teléfonos móviles y esperas angustiosas, de periodistas vigilantes, médicos esquivos, lamentos y abrazos. "Tengo una sensación muy rara. Por una parte estoy aliviada de que a mis compañeros no les ha pasado nada, pero por otra pienso en los tres guardias civiles y se me ponen los pelos de punta", confiesa Natalia, una de las compañeras de Damián, que ayer regresó a la ciudad coruñesa, como Javier. "Por favor, da las gracias a los héroes", insiste Damián al final de la conversación. "Seguiré con el deporte, es mi vida", añade.