La ronda francesa

Un impresionante Pogacar resurge en los Pirineos

El prodigio esloveno gana la etapa del Tourmalet en solitario ante un Jonas Vingegaard, que, aunque se vistió de amarillo, cedió ante el empuje de su rival en una jornada magnífica de ciclismo.

Tadej Pogacar celebra la victoria.

Tadej Pogacar celebra la victoria. / ASO / CHARLY LÓPEZ

Sergi López-Egea

Todo estaba acordonado, pero Tadej Pogacar parecía un alma libre. Emmanuel Macron -de ahí que la meta pareciera un cuartel policial- no podía tener mejor visión. Iba en el coche de Christian Prudhomme, el director del Tour, mejor panorama que en la televisión. El presidente de Francia, en mangas de camisa, veía delante suyo la gran imagen de la sexta etapa. Quedaban 2,7 kilometros para la meta de la cumbre de Cambasque, por lo alto de Cauterets, un 6 de julio, 34 años después de que Miguel Induráin diera en el mismo lugar su primer chupinazo en la ronda francesa. Lo observaban Macron, Prudhomme y el mundo entero. Pogacar dejaba clavado a Jonas Vingegaard para ganar la etapa y provocar que el corredor danés se vistiera de amarillo con un toque de amargura.

Gritos, bullicio, gente hasta debajo de las piedras, amargos embotellamientos, pero una recompensa fantástica. Da la impresión de que el Tour se encuentre en la tercera semana, pero sólo han pasado seis etapas cuando ha sobrevolado sobre la ruta de la carrera el Tourmalet, acompañado del Aspin y del duro final de Cauterets. Un regalo porque ahora habrá que dormir nerviosos, con poco descanso, pero deseando que pasen pronto el esprint de este viernes en Burdeos y la meta en cuesta, estilo Valverde, del sábado, en Limoges, antes de que llegue el Puy de Dôme para pensar que hasta habrá sido de risa el paso por los Pirineos por lo que les aguarda a todos en la más maravillosa cumbre del Macizo Central, a las puertas de Clermont-Ferrand.

¿Alguien creyó que Pogacar estaba muerto a los pies del Marie-Blanc? Tremendo error. "O hacía las maletas, o esto". Le dolía la muñeca, le pesaban las piernas y, encima, en la meta se vino abajo cuando le informaron que su novia ciclista se había caído en el Giro femenino -incomprensiblemente se está celebrando de forma anónima en pleno auge del Tour-, y pasaba la noche en el hospital. Demasiados palos para un solo día. Pero él puede con todo, hasta con un Jumbo supersónico y con un ciclista de leyenda como él, Wout van Aert, que se escapó de salida, que esperó a Vingegaard en la bajada del Tourmalet, y que lo condujo en carroza hasta que su jefe danés intentó sin éxito eliminar a Pogacar a 4,6 kilómetros de la llegada.

El Jumbo lo tenía claro. El Tourmalet era la montaña para tratar de dejar el Tour en bandeja para su líder. Y era la zona de La Mongie, donde está la entrada a la estación de esquí y lo más duro de la subida, el lugar en el que Vingegaard trataría de eliminar a Pogacar. Si el miércoles falló en la primera etapa pirenaica, el Tourmalet debía ser la tumba.

A atizar de lo lindo

Sabían que Pogacar no había podido competir como le habría gustado por la caída de abril sufrida en Lieja. “Lo que ocurre en primavera nada tiene que ver con lo que pasará en julio”, había dicho Vingegaard en la salida de Bilbao. El Jumbo debía atizar de lo lindo a Pogacar en los Pirineos, porque si hubiese sido un Tour más clásico esta primera semana le habría servido al fenómeno esloveno para ir entrando en forma para las montañas que siempre aparecían a mitad de carrera.

Pero es un Tour distinto, magnífico, que no ha querido agrupar toda la dureza para los últimos días y fracasar en la idea, como le ocurrió al Giro. Han pasado más cosas en seis días por la ronda francesa que en 20 etapas por Italia. Y esta es la enorme grandeza del Tour.

Por eso las cunetas estaban salvajemente plagadas de público. Por eso se apasionaban miles de personas. Hasta respetó el tiempo a los héroes del Tour. Empezó a llover a los pocos minutos de que Pogacar levantara los brazos pasada la meta porque no quiso ni regalar un segundo a Vingegaard en un Tour que igual se decide por la mínima y el penúltimo día en los Vosgos. El astro esloveno redujo a 25 segundos, casi un suspiro, la diferencia con Vingegaard, sorprendido, seguramente sin creer sobre la bici lo que le estaba pasando. Quisieron noquear definitivamente a Pogacar, realizó su equipo la ofensiva perfecta y el que acabó cediendo tiempo fue él ante un prodigio, el que gana la París-Niza, el Tour de Flandes y lo que le dé la gana.

El Tour, con seis días superados, se ha quedado ya en lo que estaba anunciado; un duelo entre dos y el resto a mirar, aunque en el resto esté Carlos Rodríguez, la promesa española que este año corre en el Ineos y el que viene en el Movistar, y que está en estos momentos como quinto de la general en tiempos de luchar por la tercera plaza del podio. Subir un peldaño más es misión imposible.