Ana Mena tuvo que dejar el instituto a los 17 años. Por aquel entonces, había cambiado de centro hasta en tres ocasiones. No era mala estudiante, pero ya no podía abarcar más. Por el día, grababa una de las series de mayor audiencia del país. Y, por la noche, estudiaba las asignaturas que no podía seguir de manera natural. Tampoco tenía los medios suficientes para apostar su futuro a un caballo que, con el transcurso del tiempo, sabemos que ha sido ganador. Era jovencísima, aunque tenía las ideas tremendamente claras. Tanto que ahora, ocho primaveras después, puede gritar a pleno pulmón que lo ha logrado. Ha sido niña Almodóvar, ha ganado Camp Rock, ha trabajado para Disney, ha alcanzado el número 1 en España e Italia, ha participado en el festival de San Remo, ha recibido la invitación del Papa Francisco para actuar en su concierto de Navidad, ha protagonizado el último petardazo de Netflix… Pero, ante todo, ha sido honesta consigo misma. Así lo atestigua en Las 12, una canción en la que anima a dejarse llevar por el instinto. Ese que tan bien le ha funcionado a ella.

“No tengo ni idea de cómo se fabrica un hit. Nunca tenemos la seguridad de que un tema vaya a funcionar. Nuestro objetivo es que guste al público, por lo que el único secreto posible es trabajar”, subraya la artista malagueña sobre una composición que ha superado el millón de escuchas en solo tres días. No obstante, algo a lo que se suele prestar atención es a la letra: “Rimar por rimar no me gusta. En Las 12 hablo del fin de una relación y de la necesidad de volver a vivir”. En definitiva, debates en los que cualquiera puede sentirse identificado. Y todo ello siempre aderezado por una melodía que invita a olvidar cualquier problema. Una bomba estival. De hecho, no es la primera vez que la arma: ahí están sus súper-mega-híper-ultra-conocidos A un paso de la luna, Música ligera, Un beso de improviso, Se iluminaba, Cuando la noche arriba…

Este nuevo éxito viene acompañado por una minipelícula en la que Ana hace suya la garra de Lara Croft. Apoyada en una Belinda convertida en Alice Abernathy, lucha contra un apocalipsis zombie de lo más particular. “Me apetecía recrear a una mujer fuerte y empoderada”, dice sobre un personaje que ha pasado de ser un icono erótico a un símbolo feminista. “Hemos evolucionado, está claro. Basta con ver cómo aparecemos nosotras en el videoclip. A mí nadie me ha dicho que tengo que ir así para agradar a los hombres. Me pongo esta ropa para gustarme a mí”. Eso es lo que explica que tanta gente se sienta identificada con ella. Llegar hasta aquí no ha sido fácil, pero la constancia está dando hoy sus frutos: “Me ha costado muchísimo. Me he pegado años intentando que alguien confiara en mí. Yo no tenía ni los contactos ni el dinero para financiar mi música. Además, las puertas siempre me las he encontrado cerradas. Al final, he tenido que ingeniármelas para abrirlas”. Luego hay un componente personal que también entra en juego: “He tenido que sacrificar parte de mi adolescencia. He pasado noches sin dormir y he pensado en tirar la toalla más de una vez. Esto es una carrera de fondo muy complicada”.

De ahí que, aunque pretenda lo contrario, la presión sea una constante: “Me autoexijo demasiado, no te voy a engañar. Quieras o no, deseas que tu trabajo guste”. Para esos días en los que la confianza flaquea, su padre actúa como agua bendita: “Es un hombre valiente. Nos parecemos bastante y, en consecuencia, sabe llevarme muy bien”. De él ha heredado la pasión por la música italiana que corre por sus venas. No hay que olvidar que fue en el país transalpino donde realmente comenzó su boom. Gracias a la mano que le tendió Fred de Palma en 2018, la cantante ha conseguido hacerse un hueco allí. Su carta de presentación fue D’ estate non vale, que lideró las listas de ventas en pocas semanas.

“Me enteré de la noticia en Estepona. Estaba haciéndome un Colacao cuando actualizaron los datos. No me lo podía creer. Ninguno de los dos teníamos garantía de que algo así pudiera ocurrir. No contábamos con el apoyo de las radios ni de las playlists, funcionó por el boca a boca”, relata. Lo que vino después fue aún mayor: de recibir la invitación del Papa Francisco a participar en el festival de San Remo. La casualidad quiso que las fechas coincidieran y tuviera que elegir entre una oportunidad y otra. Optó por la segunda: “Sabía que no tenía ninguna posibilidad de ganar. Mi ilusión era presentarme en solitario en el certamen que tanto habíamos visto en casa. Lo viví como una oportunidad especial, pues no es habitual que seleccionen propuestas de artistas extranjeros”. Quedó penúltima, pero su Duocentomila ore se ha convertido en la segunda canción más radiada después de la ganadora, Brividi.

No al Benidorm Fest

A la par que rozaba las mieles en el país vecino, en Alicante se celebraba el Benidorm Fest. Durante meses, se rumoreó sobre la posibilidad de que la artista compitiese en él para representar a España en Eurovisión. Sin embargo, la realidad era bien distinta: “No estaba en mis planes. Y en la actualidad tampoco. Aún así, me alegro por Chanel. Ha sido muy inteligente y ha sabido mantener la calma en todo momento. Y lo mejor: ha sabido demostrar las cosas con hechos”. Por ahora, el foco lo tiene puesto en su siguiente álbum. Lo lanzará en castellano, aunque tiene claro que hará las conversiones correspondientes al italiano. “Ambos somos mediterráneos y eso se nota. Es verdad que existen diferencias entre un mercado y otro, pero son muy pequeñas”, mantiene. Menos aún considera que se la valore de forma distinta a un lado y a otro: “Allí, el éxito fue instantáneo. En cambio, aquí he trabajado mi carrera progresivamente. Me he caído y me he levantado muchas veces. Lo normal, ¿no? Lo extraño es lo primero”.

Ana siempre ha sido consciente del esfuerzo que ha supuesto cada nueva zancada. De ahí que se haya dejado las entrañas cada día. Su empeño es tan firme que jamás ha tenido un plan B por si la música fallaba. Lo que demuestra que su compromiso es visceral. “Si esto no hubiese funcionado, tal vez me hubiera dedicado al maquillaje, el diseño o la psicología. Tuve que elegir entre una vida u otra. Aún recuerdo las palabras que me dijo mi padre unos días antes de darme de baja del instituto: ‘Tú ya me has demostrado lo que vales. Ahora, ve a por una sola cosa, pues quien mucho abarca poco aprieta’. Así que tuve que tomar una decisión”. ¿La correcta? Las cifras dicen que sí, aunque este es un asunto que no le obsesiona en exceso. “He aprendido a relativizar: si un tema no funciona como el anterior, no pasa nada. Esto me lo repito cada cierto tiempo, pero en el fondo algo me dice que no puedo permitírmelo. Y no es una cuestión de números, sino de devolver al público el cariño que me da”.