"Cotelo es gallego, viene de gallegos que emigraron al País Vasco. Mi abuela, la modista de alta costura Flora Villarreal, era de Legazpia y le hizo el traje de novia a la duquesa de Alba", cuenta Víctor López Cotelo, hijo del arquitecto López Morales.

-La Vaquería de Santiago no deja de darle alegrías.

-Pues sí. Como fue la primera allí es la más conocida.

-La más conocida y la más premiada.

-A las otras no les ha dado tiempo todavía (risas).

-¿Espera más premios?

-No es que los espere. Tampoco con la Vaquería, Ni nos presentamos [al premio de la Bienal de Arquitectura 2003]. Se enteraron de que existía y me pidieron que lo mandara. Gané en el último minuto. Nunca pensé que las viviendas pudieran interesarle a nadie.

-Y también han ido a la Bienal de Venecia de este año.

-A Venecia fue todo lo que hice en Santiago con el promotor Otero Pombo.

-¿Su primera obra gallega?

-La primera fue la de Ponte Sarela. El juez pretende que la tiremos, pese a tener todos los permisos. Una vecina nos denunció porque estrechamos el Camino de Santiago. Ni lo tocamos.

-¿El tandem con Otero?

-Yo no lo conocía de nada y me llamó hace unos diez años diciendo que tenía unos proyectos que me podían interesar. Conocía mi obra porque él estaba haciendo entonces unos cursos de rehabilitación del Consorcio y alguien le habló de mí. Trabajamos juntos en Ponte Sarela (una antigua curtiduría), Vaquería (vieja vaquería), Alameda (de nueva planta) y Caramoniña (de nueva planta en el casco histórico). Tenemos ya con licencia para otra en Pontepedriña; otra pendiente de trámites urbanísticos, en Casas do Rego, y una intervención más en Cudeiro. Son cosas antiguas pero con tramitaciones administrativas muy largas.

-¿Una política envidiable?

-Santiago es muy consciente de lo que tiene y hace una política muy valiosa y muy certera. Se protege mucho ya desde la época de Xerardo Estévez y se pretende no sólo intervenir en el casco histórico sino aportar arquitectura moderna. Y nosotros lo que hacemos es mantener ese equilibrio.

-¿A Coruña podría desarrollar una política semejante?

-Lo que nosotros hacemos es porque quisimos hacerlo así, gracias al ímpetu de Otero y a su interés por la ciudad. Es un promotor que un día cambió y pensó que había otra manera de actuar, de hacer cosas más divertidas y más arriesgadas, con tramitaciones administrativas muy largas y complejas. Son tan lentas que a proyectos de hace cuatro o cinco años les ha pillado la ley del suelo gallega, el nuevo código técnico, la ley de habitabilidad... Es que la Vaquería, hoy, es ilegal. Con las leyes de hoy no se podría hacer: la altura no es la altura, la ventana no sé qué, el cuarto de baño tiene no sé cuanto, que si un tendedero. Es que si eso es así y tengo que empezar de cero para hacer el estándar a que me obligan, no lo hago.

-Muchos arquitectos están furiosos con esas normas.

-Es que son estúpidas. Tú puedes hacer estas leyes para un polígono de viviendas nuevo, pero no las puedes aplicar en sitios bellísimos el estándar porque te queda una mierda. Nosotros tratamos lo especial de manera singular y ahora resulta que hay que tratarlo como todo. Pues entonces me voy, yo no estoy aquí para eso.

-¿A años luz de Alemania?

-Ellos están en el siglo XXI y nosotros a mediados del XX. Aquí pasamos de hacer lo que quieras a unas exigencias rigidísimas. En Alemania está todo reglamentado pero las calidades de su estándar son excepcionales. Casi todos los trenes son de alta velocidad y los trenes normales van a 160 kilómetros.Cuando pincha la burbuja, la diferencia está en que Alemania es un país funcionando, con investigación y desarrollo, y en España lo que tenemos es un montón de urbanizaciones de mierda en la costa sin vender.

-¿El papel de la arquitectura hoy?

-Yo distingo entre arquitectura y edificación. La arquitectura trata de unir utilidad, belleza y territorio para hacer estructuras inteligentes.

-En Galicia hablan de feísmo.

-Es que son cosas... ¿El feísmo qué es?, falta de calidad y de conocimiento. Pero eso no sólo ocurre en la arquitectura, ocurre en todo, se deja actuar a personas que no saben nada. Mi abuela era modista internacional de alta costura, era famosísima (tiene trajes en el Museo de la Moda, hizo el traje de novia de la duquesa de Alba, vestía a la princesa de Mónaco, fue a París, conoció a Dior, Balenciaga le ofreció unirse a ella y mi abuela le dijo que no porque siendo mujer la absorbería), y yo sé lo que hay que saber para hacer una cosa bien hecha. Ahora no tienen ni idea. El feísmo es lo que nunca tuvo valor porque es malo y feo y se convierte en algo con pretensiones de ser bueno. En vez de fomentarse lo bueno, el más tonto es el que pone el nivel de la clase.

-¿A quién copiamos?

-Yo creo que aquí queremos ser más listos que nadie. Ahora todas las casas tienen que estar preparadas para minusválidos. Un amigo alemán que se está haciendo una casa en Extremadura me contaba que, en un sitio al que hay que llegar en todoterreno, con más del 30% de pendiente, le obligan a poner cuartos de baño aptos para minusválidos, en una casa que es para él. Alucina.

-¿Qué es lo primero que haría en A Coruña?

-De entrada, me cargaría ese centro comercial de ahí enfrente.

-Es de sus colegas Ricardo Bofill y de César Portela.

-Me da igual.

-¿Mucha de la responsabilidad no es de los arquitectos?

-Yo a mis alumnos les digo el planeta es lo que hay y lo tienen que conservar, me da igual si se trata de la plaza del Obradoiro, del Sahara o de un campo de trigo. A cada sitio lo suyo

-¿La crisis económica puede serve de algo?

-Quizá para centrarnos más en lo necesario cuando todo el mundo se va por las ramas y lo más estúpido es lo que interesa. La burbuja que ha explotado son las estupideces, la cantidad de cosas innecesarias, el descentre del ser humano y de la sociedad. En la Alemania de postguerra todo lo que de hizo es buenísimo, en contraste con la destrucción que han supuesto los años ochenta, de opulencia, que acabaron en lo frívolo y lo arbitrario. Berlín es hoy la capital de la estupidez.

-¿Por qué se fue a Alemania?

-Porque desde pequeñito viajé. A los nueve años fui con mi hermano a Irlanda y desde entonces viajé, aprendí idiomas, fui al Liceo Francés y al acabar la carrera era la ocasión de abrirme al mundo. Mi padre era arquitecto -López Morales, compañero de Alejandro de la Sota, estudiaron juntos- y le dije que no quería quedarme aquí y me fui a Alemania.

-¿Sabía alemán?

-No, pero lo aprendí. Sabía inglés y francés. Me fui a Alemania porque me parecía más interesante que quedarme en la España franquista. Cuando llegaba a Barajas me daban escalofríos, qué mundo más cutre... es que me revolvía. Yo creo que un arquitecto tiene que ser alguien que quiera mejorar la sociedad, tener un punto de idealismo, porque si no vas a cambiar nada, para qué.

-¿Le sale la herencia de su abuela? Cuente más cosas de ella.

-Trabajó para Rockefeller, la princesa de Mónaco, la duquesa de Medinaceli... Mi abuela era de una fuerza excepcional. Aprendió francés, se fue a París, con hijos. Llegó a tener en la Castellana de Madrid un taller con cien obreras, presentaba colecciones en verano e invierno. Era vasca y su padre hablaba con dificultad el castellano. Y hubo un momento en el que Balenciaga, también vasco, le ofreció asociarse. ´No, que me absorbes´. Tenía un carácter... Era una persona de una rectitud asombrosa. Nunca se mezcló con la sociedad para la que trabajaba, nunca; hacía sus trajes y aunque la invitasen no iba. Una vez, cuando fue la mujer de Franco a su taller llevada por la mujer de Areilza, le encargó unas cosas y mi abuela le presentó la factura. ¡Estás loca´, le dijo. ´Yo trabajo´, respondió. Durante la guerra la metieron en una cheka, la acusaron de trabajar para los ricos y dijo ´sí, para la mujer de Azaña. Trabajo y me paga´. Y salió de la cheka. Sus trajes, después de treinta años, están como nuevos, una cosa maravillosa. Ella quería hacer las cosas bien.