-¿De dónde viene su querencia por A Coruña?

-Vengo todos los veranos desde que nació mi hijo Víctor, en 1973. Me llamaron para impartir una clase en la UIMP y me siguieron invitando. Me encanta A Coruña, tengo casa y prefiero venir aquí que ir a Zaragoza, mi tierra.

-¿Viniendo de una familia de origen campesino cómo supo que quería ser bailarina?

-A través de la jota, naturalmente. Mi abuela la bailaba de maravilla y formaba corro en la plaza de su pueblo, Villanueva de Huerva. Su hermana también bailaba y mi padre tenía una voz magnífica. De pueblo, sí, pero había mucho arte en la familia y mucha alegría; enseguida se bailaba.

-Maurice Béjart decía que a la danza se llega por el folclor.

-Todos los grandes coreógrafos se inspiran en los bailes populares, me lo decía también Juri Kilian.

-¿Enseña la muiñeira en la escuela de Oleiros?

-Enseñamos de todo. Tengo un maestro de folclor, Juanjo Linares, que es una enciclopedia de la danza folclórica en España, pero la base es clásica, danza académica.

-¿Usted baila la muiñeira?

-Sí, porque fui alumna de Antonio, y él bailaba todo. Y las sevillanas: ya no se bailan como las bailaba él; no es que se hayan deteriorado, es que las modas cambian.

-¿Por qué su carrera de bailarina fue tan corta?

-No podía seguir, con los dos críos era imposible. Una vez, al volver Víctor y yo de una gira con Béjart, cogí al niño en brazos y se puso a llorar: no me conocía. Es la sensación más desagradable que tuve nunca. No entendía nada, tenía 22 años y empecé a llorar. Entonces no pensé en dejarlo pero a los dos años, sí, y ya no me importó quedarme embarazada de nuevo. Seguí bailando hasta que se me hizo imposible, a los 28, y empecé a enseñar.

-¿Empezó con Antonio?

-Empecé con Los amigos del arte, en Zaragoza. Tenía 6 años, iba con mi padre y oí tocar al piano unas coplas y me asomé. Una mujer mayor con un cigarrillo en la boca tocaba y otra enseñaba a bailar a unos niños. Los niños eran Fernando Esteso, Víctor Ullate... '¡Papá, me tienes que traer!', le dije, y al llegar a casa se lo pedí a mi madre, que se negó en redondo. Un día me mandó a comprar vinagre y aproveché para ir a la academia. 'Yo sé ya un poquito, pero quiero aprender a bailar', le dije a la maestra. '¿Y qué sabes bailar?' El gitano señorón. 'Angelines, acompaña a esta espontánea'. Y me arranqué a bailar. Yo no me acuerdo de mí sin haber bailado. Después, me dijo que me sentara y viese la clase de los niños. Y a mi derecha estaba Víctor Ullate poniéndose unas botitas de danza española. Tenía 8 años. Le tocaba ensayar un chotis, El feo. '¡Feo!/ Bueno, ¿y qué?, si las chulas se me rifan, más de cuatro en Leganés.' ¡Yo me quedé...! ¡Era el muchacho más guapo del mundo!

-Sigue siendo guapo, ¿no?

-Fue mi marido, el padre de mis hijos y esa fue la impresión del primer día. Pero, a lo que iba: me tuve que poner en huelga de hambre para que mi madre me dejara ir a la academia. Debuté en el Teatro Principal de Zaragoza con El gitano. Tuve un éxito tremendo y, después de la actuación, se acercó Antonio Gades, que era jovencísimo y estaba con Pilar López: 'Esta niña tiene madera', dijo. Era guapísimo. Guapísimo, un bellezón de hombre. Yo, que tenía 6 años, debía ser pequeña pero no tonta. Y, en el camerino, estaba la madre de Víctor Ullate, que soltó: 'Esta chiquilla tiene que ser pareja de baile de mi hijo'. Y montaron para nosotros El Manisero.

-¿El amor cuándo vino?

-A mí me parecía altivo, pero un día vino a Zaragoza con un perrito y al ver el cariño con que lo trataba pensé que era más dulce de lo que parecía. Ahí empezó la cosa, yo tenía 21 años. Estuvimos doce casados, tuvimos dos hijos, Patrick, que fue director técnico de la compañía de su padre diez años y ahora estudia arte dramático, y Víctor, bailarín.

-Hablaba de sus comienzos.

-Con Antonio empecé a los 13 pero yo aprovechaba las giras para tomar clase con maestros de baile en cada sitio. En una de esas, me quedé nueve meses en París con Madame Norakis, una judía francesa estupenda, y pude ver gratis a todas las grandes figuras de la danza.

-¿Béjart fue lo mejor?

-Fue lo más importante de mi vida. Víctor ya estaba con él y yo, volcada en el repertorio clásico en el ballet Gulbenkian de Lisboa. Pero quería reunirme con Víctor en Bruselas. Béjart me hizo una prueba y desde el primer momento me sentí valorada por él, enseguida me dio papeles de solista. Más tarde, me contrató como maestra y para dirigir la escuela Mudra.

-¿Se considera con suerte?

-Soy una mujer que tiene ángel. Sí, he tenido mucha suerte en mi vida. Si algunas cosas no me salieron bien es porque soy demasiado vehemente, muy visceral.

-¿Es difícil hoy una carrera como la suya?

-Depende del talento, hay mucha gente muy preparada pero a la hora de enseñar los maestros se fían más de lo que estudian que de lo que sienten.

-¿Bailar en España es llorar?

-Era peor en nuestra época, no había absolutamente nada, pero hoy no veo a una niña de 13 años yendo por el mundo, como hice yo.

-¿Todavía hay que emigrar?

-Antes teníamos que emigrar para estudiar; ahora, los extranjeros vienen a estudiar aquí. El problema es colocarte. Los políticos no arriesgan a largo plazo y por eso España no tiene un ballet lírico nacional, ¡qué menos que tener eso! Podría reunir a todos los bailarines españoles que están trabajando fuera. Casi no hay ballet en el mundo que no tenga una figura que se haya formado en España. Y tenemos a Nacho Duato, el mejor coreógrafo español, una gloria nacional.