-¿Preparando Anatomía de un instante se encontró con la cara B de la Transición?

-En Anatomía de un instante contaba la Transición desde arriba, desde la alta política, y en Las leyes de la frontera la cuento desde abajo. Y desde mi propio punto de vista, un chaval de clase media que cruza un día una frontera y se une a una banda de delincuentes. Es un libro sobre cómo éramos y en qué nos hemos convertido. Cuando me documentaba para Anatomía, al lado de los políticos en la prensa aparecían los héroes populares del momento, que eran los quinquis.

-El Vaquilla, el Jaro... Suscitaban una gran fascinación.

-Fueron idealizados y convertidos en mitos hasta extremos grotescos, ridículos. Lo que intento es desmitificar a esa gente y ver qué había dentro, cómo eran.

-¿Qué había dentro?

-Un verso de Bob Dylan: 'Quien no tiene nada no tiene nada que perder'. Eran pobres chavales que no tenían nada que perder. En realidad, una variante del mito del forajido, del fuera de la ley, del bandido adolescente. Se dio en ese momento porque el país lo necesitaba. Todos los mitos encarnan verdades profundas de un país y estos chavales encarnaban esa fascinación por la libertad y ese miedo por el futuro del país. Esos mitos fueron creados por todos y, en particular, por los medios de comunicación.

-Fue una generación diezmada por la heroína.

-Es escalofriante, no sabemos cuánta gente murió por la heroína. Murieron decenas de miles de chavales. Hay estudios serios que hablan de holocausto involuntario, de genocidio involuntario.

-¿No es algo exagerado?

-No. Cuando empecé a tomar conciencia, pregunté a mis amigos 'tú, a cuántos conoces'. Yo, que vengo de la clase media, sé de siete u ocho. En las barriadas, arrasó. Un cura del barrio madrileño de San Blas decía: 'tenía una clase de 35 chavales y no queda ni uno'. No, no es exagerar. Si supiésemos las cifras verdaderas sería terrorífico.

-Una época de mucho paro.

-No creo en las teorías de la conspiración, es disparatado. Lo dijo muy bien el poeta Leopoldo María Panero, loco, drogadicto y genial: la heroína no viene del Estado sino de algo peor, la mafia. Nos encanta encontrar culpables de lo que nos pasa pero a veces hay que aceptar que no los hay y es difícil.

-Dice que usted se preguntó "¿por qué ellos y no yo?".

-Sí, me lo pregunté un día.

-Usted no era carne de cañón.

-¿Quién ha dicho que no fuera carne de cañón? ¿Quién era carne de cañón y quién no? La línea de separación era muy fina y te ibas hacia el otro lado con una terrible facilidad. Este mundo estaba en mi mundo y las fronteras eran entonces impermeables, pero yo fui lo bastante pedante y timorato como para no cruzarla.

-Parte a menudo de una indagación. En Soldados de Salamina va tras el miliciano que indultó a Sánchez Mazas; en Anatomía, el enigma de Suárez, sentado en su escaño el 23-F, solo, y, ahora, el enigma de la frontera.

-Hemingway decía que hay que escribir sobre lo que se conoce. Yo escribo sobre lo que desconozco. Un amigo cree que hago thrillers existenciales: novelas policíacas en las que se quiere averiguar algo más allá de quién es el asesino, algo que nos atañe a todos, a nuestro modo de ver el mundo, que plantea cuestiones morales, políticas...

-Bonita definición.

-Muy bonita, pero son antipolicíacos: al final de esas indagaciones nunca tenemos una respuesta clara e inequívoca. Las novelas han de ser ambiguas, complejas, equívocas e irónicas. Sabemos tantas cosas que no sabemos lo esencial: ni si había un miliciano ni por qué se quedó sentado Suárez ni quién delató a la banda del Zarco. La ambigüedad es el corazón de la novela.

-Su famoso "punto ciego".

-Todos mis libros tienen un punto ciego y todos los que me gustan, también: Don Quijote está como una chota pero es el hombre más sensato. ¿Qué es Moby Dick?, ¿el bien?, ¿el mal? Ocurre con Kafka, y ese es el valor paradójico de la novela: con las oscuridades nos ilumina y con los silencios nos habla.

-¿Reescribe sin parar?

-Reescribo muchísimo. Debajo de cada libro mío hay enterrados varios libros. Pero no corrijo más que Flauvert, por ejemplo. La forma, en literatura, es el fondo.

-¿Escribe bajo gran presión?

-Un éxito como el de Soldados te asusta y la tentación es el suicidio literario pero decides seguir.

-La Transición fue una "chapuza", dice, ¿y lo de ahora qué es?

-Una estafa. Y una crisis brutal. Tarde o temprano tenía que ocurrir: este país ha crecido a una velocidad terrorífica en treinta años.

-¿Quién es más temerario, Mas o Wert?

-Mas, probablemente, pero ya ha tenido su correctivo.

-Suárez: un destino trágico.

-Es un personaje de Shakespeare, un personaje extraordinario.