Hubo una vez dos tipos sin parentesco llamados Eizaguirre y dos grandes porteros que vieron cómo su leyenda se eclipsaba de repente a causa de malentendidos en dos mundiales con una distancia de veinte años. También hubo un futbolista extraordinario, el mejor probablemente de todos los tiempos, que después de haberse convertido en un semidiós quiso ser dios aspirando a lo sublime.

Hay historias desdichadas que merecen ser recordadas cada cierto tiempo; las de Acuña y Mazurkiewicz figuran entre ellas. Pero para referirse a la última hay que hablar primero de Edson Arantes do Nascimento, más conocido por Pelé. Y de aquella semifinal de la Copa Mundial de Fútbol de 1970 disputada en México.

Estadio Jalisco, de Guadalajara, 17 de junio. Brasil se enfrenta a Uruguay, veinte años después del maracanazo. El balón sale de los pies de Tostão, que lo golpea con la zurda desde la banda izquierda. Pelé corre hacia él como una flecha y también lo hace el arquero uruguayo, Ladislao Mazurkiewicz, Chiquito, la leyenda charrúa que instauró en Peñarol el récord de 987 minutos sin recibir un gol, el hombre al que Lev Yashin entregó sus guantes nombrándolo su heredero: uno de los mejores porteros de la historia.

Como haría cualquier otro en su caso, Mazurkiewicz espera que Pelé dispare tras recibir; sin embargo éste decide no tocar el esférico, lo deja pasar y se marca una especie de ocho. Cuando el portero ya está superado y con la puerta vacía, el tiro le sale desviado. Chiquito no se lo acaba de creer, y Ancheta, el defensa que corría desesperadamente a tapar el hueco, termina rodando por el césped.

El gol no entró; Pelé tuvo en sus botas lo fácil e intentó lo difícil. No acertó después de haber dejado al guardameta rival papando moscas. La jugada quedó grabada en las retinas de los aficionados; en ellas perdura la finta fantástica de O Rei y la salida en falso de Mazurca. Es la mítica de este último la que está asociada al fallo, no la del astro negro que erró el gol. Si quieren una descripción magistral del momento, la tienen en El regate, una preciosa novela sobre el fútbol, pero no sólo sobre él, del escritor brasileño Sérgio Rodrigues (1962), que acaba de editar Anagrama.

Veinte años antes, Guillermo Eizaguirre, seleccionador nacional de fútbol y hombre de confianza del Régimen, se encuentra en el aeropuerto de Barajas preparando la salida hacia Río de Janeiro. Eizaguirre, en presencia de algunos de los futbolistas que forman parte de la expedición, grita: "¡Las maletas que las cargue el gallego!", refiriéndose a los numerosos gallegos que se dedican a estos menesteres en el aeródromo madrileño. "Las maletas las va a cargar tu puta madre", responde Juan Acuña, portero del Deportivo de La Coruña dándose por aludido. "Usted no sube al avión. No va al Mundial. Se queda en tierra", replica enfurecido Eizaguirre. Acuña, al final, tras un tira y afloja, acaba viajando. Pese haber participado cuando era más joven en manifestaciones socialistas, Franco siente predilección por él y eso hace que el seleccionador acabe a regañadientes por aceptarlo en el grupo. Brasil 1950 acabaría siendo el Mundial de Ramallets, el tercer portero entre los tres convocados, como recuerda el periodista Toni Padilla (1977) en su libro Brasil 50, que recoge estupendos aguafuertes del Mundial del maracanazo.

El otro Eizaguirre, Iñaki, guardameta del Valencia, indiscutible titular hasta el momento, había sido descartado por encontrarse bajo de forma después de una temporada en blanco y haberle metido Estados Unidos en el partido del debut un gol de churro en el que el balón botó mal antes de colarse por encima de su hombro. Cuando al seleccionador le toca elegir entre Acuña, el primer suplente, y Ramallets, escoge a este último. Una vez que el equipo se ha quedado sin opciones, la rotación devuelve a la portería al desmoralizado Eizaguirre. El gallego se queda sin jugar.

Acuña, al que acusan de pesar unos cuantos kilos de más pero que es un guardameta de una valentía y de unos reflejos extraordinarios, abandona Río de Janeiro con la sensación de haber perdido el tiempo y de que su estrella ha empezado a declinar.

Lo que a Xanetas -por este mote era conocido también el portero deportivista- no lo abandonará es la idea de que ha sido castigado por la respuesta intempestiva de Barajas. Fruto de un malentendido, como en cierta medida sucedió con el gol de Pelé ante Mazurkiewicz.