En pocos días se acumularon fallecimientos de varios prohombres ricos y poderosos. Descansen en paz. De inmediato se desencadenaron elogios, reconocimientos y pesares por "tan sensibles pérdidas" muy cacareados en los foros porque aquí, como diría Rubalcaba, enterramos de maravilla. También es cierto que los fúnebres panegíricos en los medios convencionales y oficiales se mezclaron con chanzas y chistes, preñados de ingenio y sutileza, en las redes sociales, que son los corrillos y mentideros dos-punto-cero donde afloran, en el marco de general eutrapelia, sentimientos y valoraciones con olor, color y sabor a descarnada verdad. Visto lo visto, es claro que entre las gentes del común no se aprecia ni pesar, ni dolor, y mucho menos compasión cuando el que la palma es rico y poderoso. Más bien se intuye cierto regocijo general que se derrama por las grietas de la broma y el chascarrillo. El ricachón no nos da pena e incluso parece que nos alegra que tenga que pasar, como todos los demás, por el aro de ese definitivo fracaso humano que es la muerte. Sin embargo esta actitud colectiva, puede que reprochable, no se debe en la mayoría de los casos a la mala leche o a la verde envidia sino que, a mi modesto entender, responde a una profunda aspiración colectiva a la igualdad que suele frustrarse con otra contradictoria aspiración: la de la exclusividad. La pasión desordenada por lo exclusivo, en la vida y en la historia, frustra el estado ideal de justicia que sería el de la igualdad, pero he aquí que la temida muerte nos iguala irremisiblemente y eso nos produce notable satisfacción. Por eso nos apena la muerte del próximo, del igual y nos produce inconfesable satisfacción que el privilegiado y el exclusivo la palme como nosotros mismos haciéndonos a todos radicalmente iguales. Podría considerarse entonces la muerte del poderoso como prueba de que es posible en algún momento la suprema justicia, lo que nos llevaría a considerar la muerte, desde la teodicea, como una prueba de la existencia de Dios, que por definición es "improbable". Ante tal barullo de ocurrencias, mejor es que nos lo tomemos con humor como en el patio dos-punto-cero y a vivir que son dos días para todos.