Los partidarios del modelo bipartidista tratan de meter miedo al cambio, con el fantasma de la inestabilidad. La estabilidad, para ellos, es el valor fundamental a preservar. No voy a ser yo quien niegue valor a la estabilidad política, pero de ahí a considerarla valor absoluto o primero a salvaguardar, hay un abismo. Para estabilidad, la de Franco y todos sabemos a qué precio. Defender la estabilidad política a ultranza y por encima de todo significa, en realidad, apostar por lo que hay, por lo malo conocido, por un modelo bipartidista muy corrompido y por una normativa electoral que hace imposible realmente cualquier cambio en el poder que no encabecen los dos grandes y desgastados partidos que están, a día de hoy, deteriorando gravemente la propia democracia.

Con la muerte de Franco en 1975 se acaba con aquella maldita estabilidad política que duró cuarenta años y se entra en un periodo de inestabilidad, que dura de hecho hasta los años 1981-1982 con el fracaso del golpe del 23 F y la llegada al poder de los socialistas. Fueron siete años de inestabilidad política que no es lo mismo que caos, como se nos pretende hacer creer. En aquella inestabilidad política hubo una notable fragmentación partidaria y una muy fuerte confrontación política y social, pero al mismo tiempo se dibujó un futuro y una importante maduración democrática con acuerdos y consensos, como por ejemplo, los Pactos de la Moncloa que facilitaron mucho el acuerdo constitucional que todavía hoy rige. La llamada inestabilidad política no tiene nada que ver con el caos, antes al contrario, es la situación de confrontación y diálogo, en un clima de amplio pluralismo político imprescindible para cualquier reforma política sostenible y con una perspectiva temporal importante.

No nos engañemos, cuando nos amenazan con la inestabilidad política que viene, en realidad lo que defienden es su estabilidad eterna en el uso y disfrute de un poder político que ya no garantiza ni el bienestar colectivo, ni la equidad, ni la estabilidad social, ni una democracia de calidad, que es precisamente lo que el personal está demandando a gritos. Ojo, pues, con la tan cacareada estabilidad que la carga el diablo.