Acaba de cumplir 70 años y es la primera vez que interpreta a un personaje de su misma edad: el protagonista de Sócrates. Juicio y muerte de un ciudadano, un proyecto al que dijo sí hace un año solo con saber que Mario Gas estaba detrás y por la potencia del viejo filósofo descalzo. La estrenó en el Festival de Mérida.

-¿Qué tiene para engarzar cuando no solapar proyectos?

-Supongo que las ganas. Ahora me estoy empezando a dar cuenta de lo mucho que he hecho desde que debuté en 1968. He tenido el privilegio de que el 90 o 95% de las ofertas de teatro que he tenido han sido muy buenas. Lo único que he sabido hacer es entregarme y lo mejor que he hecho, desde muy jovencito, fue marcar mi territorio.

-¿Cómo se hace eso?

-Era un chaval de casi dos metros muy delgado, zangolotino, y empezaron a llegarme ofertas de papeles tontos en comedias de éxito. Me hubieran reportado dinero, pero dije que no. Supongo que no puedo evitar que debuté en el teatro con Marsillach (Marat Sade) y eso marca el tipo de teatro que uno quiere hacer? Y haciendo ese teatro no he estado parado nunca. Quiere decir que se puede vivir de hacer buen teatro.

-Le he leído que el teatro ha de estar siempre comprometido contra el poder. ¿De eso va Sócrates

-Por supuesto. Sócrates es el padre de la filosofía, pero era un señor nada pedante, un hombre tan de la calle que caminaba descalzo. Es por encima de todo un ciudadano que cuestionando lo que dice el poder llega a convertirse en incómodo, tanto que llegan a juzgarle con acusaciones ridículas y condenarlo a muerte. Uno de los factores del éxito de Sócrates es que el público ve en el escenario a un ciudadano consecuente en este momento de confusión, corrupción y políticos chaqueteros.

-¿No quedan seres consecuentes y honestos en la vida pública?

-Ese es el gran problema. Generalizar no me gusta, pero en unos momentos difíciles de crisis económica y de valores los españoles hemos coincidido en los últimos seis o siete años con una clase dirigente nefasta. Lamento la mala suerte de haber coincidido en estos momentos. Con otros quizá la crisis no hubiera sido tan dura.

-Entonces, ¿la muerte de Sócrates es un símbolo de la muerte de la dignidad?

-Sí. Los mismos jueces daban por supuesto que no iba a morir. Podía pagar, corromper a los carceleros, pero ese señor sorprendió con su compromiso con las leyes dadas por todos: si le habían condenado, debía morir; escaparse sería una burla de las leyes y destruiría la democracia y la ciudad.

-Así se construye un mito?

-Claro. Ahí hablo de la coherencia y la honestidad. Dice cosas tan actuales? Les dice a jueces y otros cargos del consejo: 'Avergonzaos de no pensar en otra cosa más que acumular riquezas'. Ojalá yo lo pudiera decir en el Congreso. Y yo pienso: ¡qué maravilla poder decir algo así en un escenario!

-¿Obras tan cargadas de inmediatez política como Ruz-Bárcenas

-Siempre que no dejen de ser textos de calidad y de primera categoría, siempre que no sean puros mítines. En las etapas finales del franquismo también hubo una fiebre de obras que se convertían en mítines partidistas y no se ocupaban de la creación teatral.

-Y el teatro mitinero no es lo suyo...

-No me interesa demasiado. Sí incitar a la reflexión sin llegar a extremos de un teatro político, porque el espectador necesita oír cosas que quizá no se atreve a decir en público. Hace falta denunciar, porque estamos en una democracia muy pervertida.

-Denunciar sin ponerse cejas ni bigotes, ¿no?

-¡Exacto! Ni cejas ni bigotes, ni ir a lo fácil. Denunciar los grandes conceptos y que el público se vaya a su casa sintiendo una comunión con el escenario. Con Sócrates se produce. Nos colgamos en el personaje para reflexionar sobre la calidad de nuestra democracia.

-¿Cómo va la relación con el cine? ¿Qué ha pasado después de Blancanieves

-Siempre ha sido buena y mala, pero me culpo yo. He hecho mucho más cine del que me propuse, porque ser actor para mí era ser actor de teatro, y menos del que me han propuesto.

-¿De algún no

-Yo, cuando me comprometo con un espectáculo teatral, estoy hasta el final de su vida. Me parece una norma de oficio. He hecho las películas compatibles con los huecos del teatro. Solo dije no a un espectáculo con el que me había comprometido porque no habían empezado los ensayos. Fue Memorias de Adriano, que dirigía Scaparro y terminó haciendo Pepe Sancho. Me apetecía, pero surgió Ventura Pons y el protagonista de Amic/Amat.

-Regenta un teatro en Barcelona y sus obras recorren España. ¿Ha pensado en el día después de las elecciones o el plebiscito catalán?

-(Mmm) No me siento identificado ni a favor ni en contra. No es mi guerra. Si algún día el pueblo catalán decide que es independiente y consigue independizarse, yo me levantaré al día siguiente a las 8 haciendo lo mismo que hoy, y quiero creer que los demás harán lo mismo.