Siempre atenta a lo que se cocía literariamente a su alrededor, sobre todo en Francia, Emilia Pardo Bazán (A Coruña, 1851-Madrid, 1921), que desde niña mostró afanes intelectuales impropios de su edad, también se interesó por la moda. No tuvo complejos a la hora de vestirse, a pesar de su difícil figura, breve y entrada en carnes. Al contrario, las fotografías la retratan con intencionada indumentaria y tocada con vistosos sombreros, siguiendo el estilo en voga.

Su interés por la moda no se ciñó a su propio aspecto; también le gustaba opinar y reflexionar sobre ella, como sus colegas franceses Balzac y Daudet, de modo que se lanzó al escrutinio de la vestimenta a la luz de los acontecimientos políticos, como da cuenta un artículo publicado en 1889 en la revista La España moderna.

El trabajo fue adelantado por Los lunes del Imparcial, el periódico que dirigía Eduardo Gasset y Artime. La autora de Los pazos de Ulloa, introductora del naturalismo en España, se estrena en este tema, "siquiera solamente -dice- por desmentir la mala fama que tenemos las escritoras en materias de elegancia y gusto". Porque "todavía asegura la gente que las señoras instruidas o dadas al cultivo de las letras se llevan la palma en vestir charro, anticuado o ridículo".

"Ya estoy o cuando menos tengo obligación de estar en mi elemento, puesto que voy a hablar de trapos y moños, conversación tan simpática para las mujeres, y en la cual, diga lo que quiera el profano vulgo, no solo puede, sino que debe entrar una mediana dosis de sentimiento artístico, que es como la filosofía de estas frivolidades trascendentales", advierte en el artículo la condesa de Pardo Bazán, mujer concernida por los asuntos más palpitantes, que abarcó todos los géneros: novela, ensayo, artículo, crítica literaria, drama, poesía.

Recuerda de su niñez el "despego y discreción varonil o los guantes de algodón a lo carabinero y la cofia extravagante que usaba hasta por casa" la condesa de Mina. Porque doña Emilia aborrece tanto el desinterés y falta de feminidad en el vestir como" el exceso de lujo y oropel, los trajes llamativos y vistosos en demasía o el estilo cuákero y marimacho, el zapato de oreja, el pelo en chichitos y el traje plano, color ala de mosca, sin adornos ni vagas superfluidades...".

Deplora que "las nihilistas rusas" cometieran "la atrocidad de raparse la cejas y usar gafas azules". En cambio, defiende "ensanchar los fueros de la estética" y hacerlos extensivos al hombre, "al cual nuestro siglo [XIX] impone un traje grotesco y feo, que es inconcebible que no haya sido desterrado".

Crítica con la moda de María Antonieta cuya corte, deseosa de sacudirse el pelucón de Luis XIV, cayó en el gusto pastoril y "fatalmente", impuso los sombreros coronados de rosas y sustituyó la seda por los primeros percales.

"Vino la revolución, y su mezcla de sensibilidad y estoicismo romano y griego se reflejaron en la moda también", repasa Pardo Bazán. El Directorio "tomó forma de lazos de cinta, solapas exageradas y dijes chocarreros, gala de los petimetres y lechuguinos", dice, mientras que la época Imperio "dio a la mujer brillo y marcialidad, la coronó de plumas y pedrería", y la hizo "aguerrida, fuerte, amazónica, de hermosos brazos, color fresco y resplandeciente mirar".

El segundo Imperio, con sus largas colas, peinados monumentales, botas alta y miriñaques, "fue la época de menos sobriedad y gusto en el traje de la mujer", cuya silueta "desaparecía bajo postizos armatostes", en tanto que con la guerra franco-prusiana se extendió una "corriente de sencillez" y la moda se acercó "al ideal del arte: vestir y engalanar respetando la forma natural del cuerpo".

En el final del siglo XIX aprecia aires británicos en la dominante influencia gala. "Hoy el chic inglés ha triunfado", escribe: "En las modas de este año en las mangas ajamonadas y las telas candorosas, sobre todo en los sombreros de dimensiones descomunales".

"Corren este año vientos idílicos y naturalistas y se reflejan -¡quién lo diría!- en el adorno del sombrero femenil", escribe Pardo Bazán. Es el momento de la Exposición Universal de París. Los cortes de los trajes "son lisos del todo", lamenta, aunque se alegra de "la restauración de los escotes y de las mangas cortas", pero sobre todo celebra la aparición del divided skirt, es decir, del traje con pantalón, que "si no entraña una revolución social, al menos pudiera cooperar a ella poderosamente". "Solo se escandalizarán los pusilánimes. Yo no", dice, y tal vestimenta "se adelanta a su siglo y a su era".