Su presencia no estaba prevista, así que cuando el aparato sobrevoló la población a una altura de 300 metros, su característico ruido llamó la atención de los coruñeses, que se echaron a la calle a ver quiénes eran aquellos visitantes. Se trataba de una especie de hidroavión pilotado por el británico Frank Courtney, el hombre pájaro, que pretendía cruzar a bordo de aquella rudimentaria aeronave el océano Atlántico, de Plymouth a Nueva York. El fuerte viento reinante le jugó una mala pasada y hubo de hacer una inesperada escala en A Coruña, en septiembre de 1927. El experimentado piloto era conocido en España por ser uno de los tripulantes más asiduos y entusiastas en toda Europa del autogiro de La Cierva, que había empezado a despegar hacia 1924 y con el británico hizo pruebas.

El hidroavión de Courtney, un Dornier Napler denominado Whale (ballena) -"un hermoso aparato de acero" semejante al Plus Ultra con el que un año antes había volado el comandante Ramón Franco de Palos de la Frontera a Buenos Aires- levantó una inusitada expectación en A Coruña, en cuya bahía amerizó. Los muelles del Este, Garás y A Palloza se llenaron enseguida de curiosos ansiosos de ver de cerca aquel pájaro de acero que venía del norte en busca de refugio, y la prensa dio cumplida cuenta del acontecimiento.

La Capitanía del puerto esperaba la llegada de una aeronave francesa, que había solicitado hacer escala por aquellos días en A Coruña, pero no el Dornier de Courtney, en cuyas alas tenía pintado en grandes caracteres las letras G-E. B. Q. O. El práctico de guardia, Federico Rodríguez Chas, salió en la lancha de servicio al encuentro del aparato recién llegado y lo remolcó hasta las proximidades de la dársena, donde fondeó.

El experimentado Courtney viajaba con un joven copiloto que al parecer chapurreaba un poco el español y hacía también el papel de radiotelegrafista, llamado Downer, y un ingeniero mecánico, Lattle.

A Coruña recibió con los honores correspondientes a la inesperada tripulación. El cónsul británico acudió de inmediato y, en nombre del alcalde, fue a saludarla a la Comandancia de Marina el secretario del Ayuntamiento, Joaquín Martín Martínez. A continuación, la tripulación se trasladó al Ayuntamiento, donde fue recibida por el alcalde, Manuel Casás, que ofreció un té. El cónsul mostró sus dudas a Courtney.

-Desde aquí a Nueva York, ¿será posible?

-¡Y tan posible! Estamos en la ruta más directa. Pero fíjese usted en el aparato en que volamos. Es un flying boat , un "bote volador", y no un hidroavión propiamente dicho. Los hidros son en Inglaterra muy distintos a los de España. Por eso, al lanzarnos a esta aventura con nuestro modesto "bote volador", nunca pudimos pensar en la posibilidad de un viaje directo sino en un vuelo con dos apoyaturas, de Plymouth a las Azores, de las Azores a Terranova y desde allí a Nueva York.

Courtney, que ya había aplazado en una ocasión la travesía atlántica, tuvo que suspenderla de nuevo en esta ocasión por orden del ministro inglés de Aviación. Pero el piloto no desistió de sus intrépidos propósitos y, de vuelta a Inglaterra, se trasladó a Estados Unidos para buscar el momento propicio de dar el gran salto aéreo desde allí a las Islas Británicas.