David Trueba es periodista, escritor y cineasta. Como novelista entró en escena con Abierto toda la noche en 1995. En 1999 publicó un título de culto: Cuatro amigos. Y en 2008, Saber perder. Tras un paréntesis como novelista, Trueba volvió con Blitz hace dos años y ahora cruza Tierra de campos.

-"Todos conocemos el final" es el principio del libro. ¿Un aviso a navegantes?

-Principio y final son dos pistas del contenido del libro. Todo mi empeño está en crear personajes que perduran en la memoria, existencias ficticias que pasan al territorio de la verdad.

-¿Qué música aconsejaría al lector para leer su novela?

-Ninguna, una amiga me dijo que era un libro para leer en la más absoluta soledad y que en el metro sufrió porque de pronto la gente pensaba que estaba loca al verla reír y llorar. Yo leo sin música, quizá lo que haría es escuchar música después de algún fragmento pero no escribo con banda sonora.

-¿Qué muere antes, los ideales o los sueños?

-Los sueños nunca pasan de ser eso, sueños. Los ideales en cambio tienen más interés, porque encarnan una meta, un modo de vivir, y luchan contra la realidad. Lo que pertenece a la fantasía siempre está protegido, en cambio los asuntos que han de enfrentarse con la realidad son muy interesantes, porque salen malparados de ese enfrentamiento y la persona queda definida por esa lucha desigual que tiene lugar dentro de sí. Una persona sin ideales es horrible. Una persona que intenta imponer sus ideales a la realidad es un criminal.

-¿Cómo se lleva usted con sus autoengaños?

-Supongo que como todo el mundo, demasiados años como para ahora renunciar a ser quien soy. Si una persona no te confiesa que sospecha que algún día vendrá alguien y descubrirá que el engaño es lo único que has perfeccionado en tu vida y eres un farsante, es que esa persona es un farsante peligroso.

-¿Sería aventurado hermanar la novela con el espíritu viajero de su película Vivir es fácil con los ojos cerrados ?

-Sí, muy aventurado. Cada proyecto tiene su desarrollo propio. Su condición y contexto. Lo que se puede hermanar es al autor. En ambos casos es el mismo imbécil, aunque en momentos distintos de su vida.

-¿Le gusta apretar el acelerador o es de ritmo constante cuando escribe?

-Soy tan lento que a veces pienso que nunca terminaré. Cuando arranco una novela lo primero que pienso es en cómo narices pude hacer la anterior, no me siento capaz. Luego llego a un punto en el que reescribo y reescribo y entonces soy feliz, porque ya hay una pared donde puedes pintar. Siempre le he tenido un poco de manía a la gente demasiado segura de sí mismo, por envidia supongo.

-¿Cuál es el lugar común sobre usted que le gustaría enterrar?

-No me molesta ninguno. Ni siquiera los que siguen elucubrando sobre si soy más escritor o cineasta. Me parece natural que tengan esa duda, quizá lo que deberían llegar a comprender algún día es que soy ambas cosas.

-¿A estas alturas qué le seduce más, el deseo o la realidad?

-Aún estoy en ello, en la competición que decía Agustín González. No acabo nunca de desterrar del todo mis pasiones, temo no saber vivir sin ellas. Y en toda pasión se esconde siempre un esfuerzo mental por volver a ser idiota. Pero es que volver a ser inocente es el mayor esfuerzo de inteligencia que alguien puede hacer, creo.

-Sexo, drogas y rock and roll acabaron con el personaje más carismático. ¿Cuál es la triada de peligros de un escritor?

-No creo que sea eso lo que acaba con él, sino un accidente como le ha pasado a tanta gente. La vida es así, se acaba un día sin que tú lo decidas, ni siquiera el suicida es dueño de su destino como creen algunos equivocadamente. En el caso de los escritores nuestra tríada suele ser la artrosis, el derrame cerebral y la sumisión a un falso prestigio fabricado o por uno mismo o por sus amigos más dañinos.

-¿De qué autores aprendió más?

-Soy heredero de la moral del centroeuropeo judío sin país ni destino, de la penosa peripecia de los personajes de Joseph Roth, la ruidosa paz de los de Bohumil Hrabal y el hábil entusiasmo de los de Bashevis Singer. Esos son mis maestros.

-¿Por qué incluyó a Joan Manuel Serrat en la novela?

-Porque en una novela sobre músicos, necesitaba alguien que se cruzara con el personaje y describiera para todos los lectores españoles un enfrentamiento y una derrota sin necesidad de explicaciones. Todos los músicos jóvenes que conozco llegan presumiendo de que se van a cargar a Serrat y acaban aceptando que darían su brazo derecho por haber escrito alguna de sus canciones.

-Se escucha un canto a la amistad en la novela. ¿Qué hay fuera de ella?

-Como dice Jorge Guillén, el resto es selva. La amistad es el único invento de agrupación social generado por los humanos que no está marcado por lo reaccionario, lo racista, lo amenazante. En la amistad cabe tu opuesto, cabe el extranjero, cabe el desastre, en el ejército o en tu equipo de fútbol, en tu familia o en tu país, solo quieres a los mejores, los más útiles. En la amistad solo quieres a aquellos que te hacen feliz.

-¿Qué le aporta salir del asfalto y entrar en los campos?

-Recuperar algo de lo que somos, preguntarme de dónde venimos, no someterme a los designios de las modas ni aceptar que me digan lo que tengo que escribir o lo que tengo que pensar. Con todos mis defectos, cuando escribo soy un impertinente, que busco lo que quiero buscar y pretendo dar con la novela que los otros no han escrito, para que sea mía, para que pueda contársela yo al oído de alguien y entre ambos crezca una intimidad que no alcanzas cuando imitas.