Mucho me temo que, en la práctica, se va a quedar en nada o en muy poco la tímida y balbuceante vía que se abrió, por impulso del PSOE, para abordar una reforma constitucional, tan evidentemente necesaria. Lo mejor que podría pasarle a la Constitución del 78 es su reforma, pero su reforma a fondo para que, al menos pueda durar y servir a todos otros cuarenta años.

Un aspecto clave de una futura reforma sería resolver la muy dudosa legitimidad de origen de la monarquía, que es fruto de un parto del franquismo y con el que nunca ha roto su cordón umbilical. Se trataría en el fondo de asegurar la legitimidad democrática plena de la Jefatura del Estado, lo que convendría por igual a monárquicos y republicanos. Para ello sería imprescindible que antes de abordar la reforma constitucional se consultase a la ciudadanía si prefiere monarquía o república. El resultado de esta consulta garantizaría, en cualquier caso, la legitimidad democrática indudable de la Jefatura del Estado y, en este punto, orientaría una reforma perdurable. Me malicio de que los dos grandes partidos del sistema y la muleta de Ciudadanos no están por la labor y que, por lo tanto, o se aplazará ad calendas grecas la reforma constitucional o ésta solo será un arreglillo propio de zapatero remendón.

Por mucho que se sacralice la Constitución y por mucho que se le reconozca su evidente eficacia para transitar de la dictadura a la democracia, a estas alturas del curso, ni es suficiente para alcanzar una razonable madurez democrática del sistema, en los tiempos que corren y van a correr para las generaciones futuras, ni dejará de tener el tufillo de carta otorgada por un pacto entre un monarca con plenos poderes, heredados de la dictadura, y las fuerzas que promovieron la transición.

En todo caso, una vez superada la fase crítica del conflicto con Cataluña, que no su etiología crónica, serán necesarias unas elecciones, digamos pre-reconstituyentes, que permitan el acceso al poder de una generación más capaz y menos deudora o implicada con la corrupción del sistema mismo. Es decir, la cosa va más para largo que para corto, con lo que la iniciativa de Sánchez tiene mucho del llamado postureo. Serán otros quienes lo hagan.