Son testigos del pasado, de las cosas que pasan bajo sus galerías y han tenido que adaptarse a las nuevas maneras de ordenar la ciudad, a convivir con edificios más grandes que ellos, más altos o con materiales que todavía no se habían creado cuando a ellos les pusieron las primeras piedras. La rehabilitación es la asignatura pendiente de la ciudad. Dice el edil del ramo, Mario López Rico, que la mayoría de las multas que se ponen en su concejalía son, justamente, por "no atender al deber de la rehabilitación", por dejar que las fachadas históricas se caigan, no sólo al suelo sino al olvido y que sean víctimas de los expedientes de ruinas o de disciplina urbanística, que requirieron hasta 125 informes de los técnicos el pasado año.

Algunos dueños de edificios se quejan de que las ayudas no llegan, que no es suficiente el dinero que les dan para volver a poner, como deberían estar, las casas que son ahora de su propiedad. Pero en ocasiones, los responsables de los inmuebles los dejan morir, por gusto o no, para que sean otras las leyes que les rijan y puedan, con ayuda, disponer de los edificios que les han caído en suerte y reformarlos por dentro a su gusto. Hoy, por ejemplo, la librería Colón es un gran agujero entre la Galera y la calle Real del que solo se conservarán las fachadas.

Otros propietarios, sin embargo, ven en esto de la rehabilitación un valor añadido a sus herencias; la posibilidad de ver el mundo tal y como lo habían hecho sus antepasados o, enmarcados por los mismos materiales que recuerdan de su infancia.

Galerías, arcos, baldosas de colores en las fachadas y las cristaleras son algunas de las señas de identidad de la arquitectura coruñesa.

La reforma de uno de los edificios de la calle Orillamar, esa que incluye alturas todas acristaladas, por raro que parezca, está dentro de la legalidad vigente, aun cuando, a simple vista, parezca que no hay coherencia entre la planta baja y la rehabilitación superior.

En la plaza de Lugo han optado por dejar el inmueble casi tal y como estaba, incorporando elementos con estética antigua para que, a pesar de tener bajos comerciales, los paseantes tengan la impresión de correr un siglo atrás en el tiempo. La ordenanza municipal exige a los propietarios a tener en buenas condiciones los inmuebles, así que, en cuanto el Concello detecta dejadez y peligro para los paseantes, inevitablemente, les advierte de que mejoren la situación.