Nací en el municipio lucense de A Pobra do Brollón, donde viví hasta los cinco años, cuando nos trasladamos a A Coruña. Vivía en una casa en la calle Adelaida Muro con mi padre, Casto Armesto, que era inspector de policía, y mi madre, María Elisa Losada. A modo de curiosidad, he de decir que antes de llegar a A Coruña estuve una breve temporada en Asturias, al final de la Guerra Civil, porque mi padre estaba allí destinado en el frente. Siempre nos preguntamos por qué fui yo y no José, mi hermano mayor. Después aún se sumarían más a la familia, al nacer mi hermano Casto, Pedro y mi hermana María del Carmen.

Fue en ese piso de Monte Alto donde viví uno de los episodios de infancia que se me quedaron grabados en la retina. Estaba yo con mi madre y comenzamos a escuchar en los pisos de abajo unos gritos de socorro. Mi madre me mandó ir a comprobar qué ocurría y vi a una mujer, que era asistenta de uno de los jefes de Falange en la ciudad, llorando. Según ella, un sacerdote había intentado entrar en el domicilio, no habiéndolo logrado gracias a que la cadena estaba pasada. Con el tiempo, se descubrió que quien había intentado entrar en la casa era el guerrillero Benigno Andrade Foucellas, que, decían, quería matar al jefe de Falange. Poco tiempo después de este incidente fue detenido y finalmente fusilado en el Campo da Rata.

Por aquella época también iniciaba mis estudios en el colegio de los Salesianos. La educación por aquel entonces era muy estricta, especialmente si se compara con lo que hay ahora. Por la mañana teníamos que acudir a misa y a lo largo del día se repetían las oraciones. Recuerdo como en algunas ocasiones latábamos a misa y nos escapábamos a la zona de la Dársena, donde alquilábamos una lancha. No lo podíamos hacer con mucha frecuencia por el riesgo de que alguien se enterase de nuestra ausencia y porque había que gastarse dinero.

Además de ir en lancha, me encantaba jugar a las bolas, como le llamábamos en aquel entonces, y adoraba el fútbol. De hecho recuerdo que muchos me apodaban Quinito futbolista.

Las vacaciones, la mayor parte de las veces, no las pasábamos en A Coruña. En mi caso, me gustaba mucho ir con mi familia paterna a Pobra do Brollón. Tenía más afinidad con ellos y salíamos de fiesta, de un lado para otro por la zona. Allí pasaba mucho tiempo con mi tío paterno Pedro Armesto Saco, una persona que marcó mucho mi juventud y que regresó a Galicia después de estar preso en un gulag de la URSS.

En Salesianos no acabé el Bachiller y me cambié al colegio El Ángel. Allí tampoco acabé los estudios, que no eran lo mío, y comencé a prepararme, por recomendación de mi padre, en el Instituto Nacional de Previsión. De ahí pasé a la escuela de la fábrica de armas, donde me formé como delineante, aunque no llegué a trabajar en la factoría. En lugar de ello, comencé a preparar las oposiciones para trabajar en la Telefónica pero, antes de acabarlas, me llamaron de las oficinas de Fenosa, ubicadas en el edificio del actual cine Colón.

Tiempo más tarde conocí a la que es mi mujer, Milagros Fernández Presas. Mi madre tenía costumbre de ir a bañarse a las aguas de O Carballiño con mi padre. Al morir él, era yo quien la acompañaba. Casualidades de la vida, a Milagros la avisaron de que iba a llegar un chico de A Coruña a hospedarse a una casa de la zona y salió a echar un vistazo. Desde entonces, comenzamos a hablar y a cartearnos, ya que no nos podíamos ver mucho tiempo. Seis meses después, teniendo yo 26 años, ya nos estábamos casando.

Ella se mudó a A Coruña y desde entonces aquí hemos vivido, criando a tres hijas y un hijo. En 1998, a los 60 años, me jubilé y comencé a participar en el centro de mayores para ir matando el tiempo.