-¿Esperaban la irrupción de plataformas ciudadanas similares a Guanyem como Marea, Ganemos o Municipalia?

-Cuando empezamos a trabajar en Guanyem, lo vimos como un proyecto municipalista para la ciudad de Barcelona. Nunca pretendimos crear una marca ni liderar un proceso a nivel catalán o estatal. Pero después de anunciar el proyecto y ver la oleada de ilusión que despertaba en otros ayuntamientos, nos alegramos mucho. Sobre todo constatamos que es un termómetro de la situación en la que estamos, hay una evolución democrática en curso y observamos cómo la ciudadanía genera iniciativas para conquistar nuestras instituciones y democratizarlas.

-Todas siguen líneas básicas como la transparencia o la participación ciudadana.

-Es que estamos en una situación de excepción. Después de romperse el espejismo de la burbuja inmobiliaria, surge esta estafa llamada crisis. De repente hay una conciencia ciudadana en la que sabes que si no haces política, alguien la hará por ti y, posiblemente, contra ti. Tras un proceso de años de consumismo y despolitización, ha habido una toma de conciencia por parte de la ciudadanía de que el poder no se vigila solo. Haber delegado la política y la democracia ha hecho que tengamos corrupción generalizada en todas las instituciones. Las dinámicas en PP, PSOE o CiU han sido comunes: la confusión de los intereses privados con los públicos.

-Ante la crisis política podrían darse varias situaciones, desde la aparición de estas iniciativas al ascenso de la extrema derecha.

-Es algo de lo que estar orgullosos. Cuando quienes han gobernado mancillan y pisotean las instituciones, se da un caldo de cultivo para el nihilismo y el pensar que todos son iguales. Ha habido una reacción ciudadana que, evidentemente, no es aislada, porque esto viene de procesos más amplios como el 15-M y en un contexto global en el que está la Primavera Árabe. Cada vez hay más gente que se da cuenta de que no hacer nada es lo más peligroso que podemos hacer. Ocuparnos de lo común es una pieza clave para el bienestar y el futuro de nuestros hijos.

-La teoría del fin de la historia llegada tras la caída del Muro de Berlín parecía aún más instaurada en España tras la Transición. ¿Veían posible esta reacción?

-Yo soy hija de la Transición y somos una generación que se crió con el relato de que la democracia era un punto de llegada, algo a lo que se había llegado tras la lucha y sufrimiento de mucha gente. Terminar con aquella dictadura fue una conquista, pero se construyó el relato de que 'ahora ya está'. Nos aconsejaron delegar en gestores y los buenos técnicos de la política para garantizar un mínimo de bienestar y obtener así la democracia. La sociedad está descubriendo que la democracia real es un punto de partida y un gerundio permanente. La democracia, o se hace y se practica cada día, con una sociedad activa que participa y hace de contrapoder cuando es necesario, o no hay democracia. Cada día debemos vigilar a la democracia para que exista. El relato de la democracia como un lugar acabado es algo que conviene a sus enemigos.

-¿La izquierda se ha liberado de complejos tras años enfrascada en un discurso derrotista?

-Ha habido un relato de la derrota que además de convierte en profecía autocumplida. Se produjo una falta de análisis por parte de las izquierdas en el sentido amplio de la palabra. Se ha concentrado mucha crítica en el ámbito económico y no se ha sabido analizar bien al capitalismo y al neoliberalismo como fenómeno cultural. Hay unos valores y una hegemonía cultural que nos atraviesa, no son externos. Una gran genialidad del neoliberalismo es el capitalismo popular de Margaret Thatcher, hacernos creer que todos somos partícipes y posibles beneficiarios de este estado de las cosas. Eso ha generado complicidades y consensos en los que las izquierdas han estado poco hábiles, al no darse cuenta de que esa construcción no era un enemigo externo. Se señala a los bancos, al poder financiero y transnacional, cuando en realidad nos enfrentamos a una cultura hegemónica global que nos ha construido emocionalmente en el individualismo. El gran reto es hacer el cambio cultural que nos demuestre que se puede vivir mejor de otra manera. La pelea está ahí, más allá de enfrentarnos a unos poderes fácticos que hay que combatir.

-Anxo Lugilde, en De Beiras a Podemos

-No es casualidad que en las periferias del Reino vayan surgiendo hipótesis y experiencias pioneras en este período en el que estamos. Aparecen movimientos, como las CUP en Cataluña, que son intentos por recomponer esa izquierda social y política absolutamente fragmentada. Pero nada es un punto definitivo, vamos probando las fórmulas que mejor se adecuen al momento, se llamen Guanyem, Marea, Podemos o AGE. Lo importante es el fondo: la revolución democrática en curso y el creciente protagonismo ciudadano.

-¿Cómo se articulan las plataformas municipalistas en comunidades con identidad nacional?

-Lo importante es reconocerse en proyectos que compartan objetivos y métodos, para generar relaciones de intercambio y reconocimiento mutuo. Pero no creo que haya que crear fusiones o marcas generales, estamos en un proceso municipal y los proyectos de este tipo, por definición, son muy distintos entre sí. Un municipalismo realmente democrático no puede aplicarse por igual en todas partes. El municipalismo debe huir de formas únicas y compartir objetivos comunes para articular a todo el mundo que podamos sumar.

-¿Ha sido complicado consensuar el Código Ético que presentaron este mes?

-La democracia real es ardua y lenta. Sería más fácil un pacto de cúpulas en un despacho y presentarse a las elecciones. Nuestro proceso fue laborioso, pero más enriquecedor. Lo que teníamos claro era que, para saber quienes podíamos confluir, debíamos hacer un código ético. Discutir cómo evitar puertas giratorias o la excesiva profesionalización de la política. En Guanyem hay un sentido común generalizado, y lo primero que hicimos fue preguntar a la ciudadanía si debíamos tirar adelante con esta candidatura.

-En el documento se comprometen a la participación ciudadana en la toma de decisiones relevantes. ¿Qué mecanismos utilizarán para garantizarla?

-Debemos revisar el concepto de participación. Se ha desvirtuado, y ahora sirve para apagar conflictos y no para que la gente participe. Los poderes deciden cuándo y cómo debemos participar, mientras que la participación genuina debe ser al revés, con la gente decidiendo sobre qué quiere participar. Otro punto sería descentralizar la participación y hacer que sea decisoria, porque si participas pero no sirve para decidir nada, la gente no tiene incentivos. Es significativo que, ahora mismo, no hay ninguna fuerza en el Ayuntamiento de Barcelona que cumpla con un 10% de nuestro código.

-¿Qué papel deben jugar los partidos tradicionales en la nueva política?

-Creo que estas grandes estructuras de poder, que es lo que son estos partidos-empresa, forman parte del problema. Hay gente en ellos que son parte de la solución, porque han estado dando lo mejor de sí misma de forma honesta. Pero estos partidos tienen la corrupción en su médula. Los casos de Bárcenas o Pujol son estructurales, no manzanas aisladas.