Miguel Ángel Gómez Martínez (Granada, 1949) empezó a estudiar música con cuatro años y, con siete, dirigió su primer concierto. Hoy dirige a las 20.00 horas, en el Palacio de la Ópera, El Castillo de Barbazul de Bartók y Suor Angelica de Puccini, en versión concierto.

-¿Cuál es su impresión de la orquesta y coro de la Sinfónica?

-Muy buena. Creo que tenemos dos repartos de gran calidad, la orquesta está en muy buen momento. El coro tiene un sonido muy dulce y flexible. La calidad final va a ser muy buena. Toquemos madera.

-Usted defiende una interpretación muy fiel de la partitura.

-Efectivamente, así pienso que debe de ser. Me baso en la escuela del director Hans Swarowski, que decidió que fuera su sucesor y divulgara su metodología. Hasta ahora solo he podido hacerlo con la práctica. Ahora me estoy tomando más tiempo para dejarlo plasmado, escrito y organizado. Se está realizando un estudio científico en el que están implicadas varias universidades y mi fundación, la Fundación Internacional Gómez Martínez. Todo eso lo dirige mi esposa, Alessandra Ruiz-Zúñiga Macías. Busca plasmar fehacientemente y de forma bien demostrada las divergencias que existen entre muchas interpretaciones famosas y la realidad que pensó el compositor.

-¿Por qué no se interpretan las obras de forma fiel a la partitura original?

-Hay muchas causas. Está el desconocimiento de estilos antiguos, como la confusión entre si Beethoven es clásico o romántico, cuando es clásico: el compositor más simétrico de todo el clasicismo. La vanidad de un intérprete que quiera situarse por encima de la genialidad del creador, el miedo de enfrentarse a directores muy famosos que han hecho una versión adulterada. La comodidad.

-¿Cree que debe hacerse un trabajo de investigación sobre la partitura para interpretarla?

-Hay que analizar la partitura profundamente. Un trabajo profundo, de investigación en cierto modo. Cuando se conoce bien el estilo de cada compositor no hay que hacerlo en detalle cada vez, sino analizar la obra, no hay que meterse como la primera vez.

-También se le conoce por dirigir de memoria.

-Bueno, casi siempre (ríe). Ahora no voy a hacerlo, estas dos obras son muy complicadas y hay que ayudar mucho a los cantantes. Algunos instrumentistas y cantantes cuando me ven dirigir de memoria tienen miedo, así que para darles tranquilidad pongo la partitura. La violinista Silvia Marcovici me lo pidió por favor en Hamburgo. Como dirijo de memoria, pasé todo el primer movimiento en la primera página. Silvia se levantó en la pausa y me pasó las páginas hasta el segundo movimiento.

-¿Cuáles son las claves para dar confianza a los intérpretes?

-Lo primero que hay que tener es un dominio total de la obra. Luego, hay que reconocer rápidamente las virtudes y los defectos de cada uno de los intérpretes. Tapar todos los defectos, que siempre los hay, y hacer resaltar las virtudes. La confianza se genera, a los dos minutos ya sabemos de qué pie se cojea.

-¿Cuál es la mejor forma de llegar a todo el mundo?

-Cada cual tiene su forma. Yo soy muy comunicativo. No es la primera vez que cuento un chiste durante un ensayo. Eso no daña nada a la disciplina mientras el conocimiento esté. Y creo que en mi caso los resultados son mejores: es más pedagógico y más efectivo.

-Fue un músico precoz. ¿Es dificil entender que otras personas no tengan esa facilidad?

-No. Yo comprendo perfectamente que quien no tenga la facilidad que tengo yo necesita más tiempo. La paciencia, creo, es una de mis virtudes. Cuando alguien no lo consigue a la primera, para eso están los ensayos.

-¿Se puede medir la calidad musical con carácter objetivo?

-Yo creo que sí. Está la partitura, que es, digamos, como la Biblia. No se debe tergiversarla, aunque hay quien lo hace. Lo mismo que no se debe cambiar el texto de una obra de teatro, de una novela, ni pintarle un bigote a la Gioconda.

-Muchas representaciones de ópera introducen mucha creatividad en escena.

-Lo que veo no es que hay mucha creatividad, sino mucha destrucción. Antes dirigía al 50% óperas y conciertos. Y ahora dominan los conciertos, no estoy dispuesto a consentir que se asesinen obras como La Bohéme, como Tosca, que son un todo, porque la escena también es parte importante de ellas. Tosca, tiene que acontecer el día siguiente de la batalla de Marengo, desvirtuarla es un asesinato. No estoy en contra de las producciones contemporáneas, sino las que van contra la esencia de la obra o del cantante. Si quieren que la Tosca cante a treinta metros de profundidad en un fortísimo, tampoco lo voy a consentir. La creatividad está bien siempre que no afecte a la esencia de la obra ni a su desarrollo artístico.

-También compone.

-Últimamente bastante más que hasta hace cinco o seis años. Mi ópera está terminándose, tengo tres sinfonías, un réquiem, dos ciclos de lieder, un concierto para piano y orquesta, otro para violín y orquesta...

-¿Seguir componiendo ayuda a que la música siga viva?

-Sí. Los compositores no van a dejar de existir. Hay unas tendencias ahora muy divididas y la suerte es que parece que se está volviendo a la sensatez y se está componiendo música y no experimentos, que era lo que se hacía en una época. Se han escrito muchas notas que no tenían nada que ver con música, experimentos sin una estructura sólida y una base que los respalden.

-Tiene una formación y trayectoria muy germánica.

-Realmente es mi base. Eso no quiere decir que no tenga relación con los compositores italianos.

-Y españoles, la zarzuela...

-También, bastante más tarde. Y voy a hacer el estreno mundial de la ópera Juan José, de Sorozábal. Tenía que haberse estrenado en los 80. El maestro, muy mayor y poco antes de su muerte, quería que la dirigiera yo, pero con cantantes que habían muerto ya. Por fin lo vamos a hacer. Él pensaba que era su mejor obra. Desde luego, es una de las mejores. Sobre todo el primer acto es sobrecogedor, impresionante.