Hay visiones del demonio para todos los gustos. Se dice que los gallegos lo vemos como un paisano malicioso, muy lejos de las concepciones tremendistas, apocalípticas, propias de otras latitudes. Hasta llegamos a decir, con una maravillosa doble negación que refuerza el significado: "Dios é moi bo, pero o Diaño tampouco non é tan malo". Bajo un título que parece tomado de Dan Brown, el programa de la Orquesta de Cámara Gallega nos lo muestra -en la Sonata de Tartini- como un virtuoso del violín (instrumento que ha estado siempre muy vinculado con el Maligno); y también -en el segundo movimiento de la Sinfonía de Boccherini- como un burgués acomodado en su confortable (y cálida) casa. La presencia de los ángeles se sugiere mediante ciertas páginas religiosas de Vivaldi, Bach y Gounod, en las que interviene el coro. Es lástima que la parte en que se funden coral y orquesta haya sido tan breve porque la sinergia produce un enriquecimiento mutuo. Quizá pueda programarse un concierto en que la intervención de El Eco sea más importante. Vale la pena. Nuestra Coral, fundada en 1881, sigue su marcha imparable hacia el 150 aniversario: sólo faltan dieciséis años. Por su parte la OCGA, superada ya la mayoría de edad, es una joven agrupación bien consolidada, con repertorio propio y un público adicto. Su gran momento fue la transcripción de la célebre sonata de Tartini, con una solista de excepción: la violinista de Kazajstán, Alena Baeva que, debido a sus méritos profesionales, tiene asignado el Stradivarius que perteneció a Wieniawski, instrumento con el que logra una maravillosa sonoridad mediante un impecable manejo del arco y un juego dinámico de primer nivel. La acompañó muy bien la orquesta, que ya había realizado una notable interpretación de la Passacaglia, de Haendel y haría después una buena versión de la sinfonía de Boccherini. La Coral, que dirige con tanto acierto, Pedro Martínez Tapia, tuvo su momento más brillante en el fragmento de la Misa, de Gounod.