En la habitación de Manuela huele a suavizante y hay un bote de esmalte de uñas rosado en el alféizar de la ventana. Dice que la vida le ha dado una segunda oportunidad al abrirle las puertas del piso tutelado de Casco en Os Rosales. Tiene VIH, como todos los demás residentes en el inmueble, aunque eso es ahora solo un aspecto más de su día a día, porque hay muchos más. Está la Manuela que hace crucigramas, la que lee las revistas y cose a punto de cruz, la que quiere ahorrar para un día, comprarse una chupa de cuero clarita, tirando a rosa.

Santi está aún "pachuchiño", porque todavía se recupera de una afección pulmonar, pero dice que cada vez está mejor. "Lo de antes sí que no era vida", resume, con el cigarro entre los dedos de una mano y el trapo de secar la mesa en la otra. "Es que soy maniático de la limpieza, no me gustan las cosas desordenadas", explica. Llegó en "verano" al piso y asegura que está "muy contento", sobre todo, por la gente con la que convive. En su cuarto predominan dos de sus pasiones: el Dépor y las gorras, una manera más de ver hacia adelante. "A mí me vinieron a buscar al hospital, que estaba ya desahuciado por los médicos y ahora tengo una segunda oportunidad", cuenta.

"Aquí estamos bien, nos levantamos, hacemos las tareas, comemos, estamos de sobremesa un rato, vemos la tele... Salimos de la porquería", resume Manuela. Y es que el piso tutelado para personas con VIH tiene reglas muy claras, ya que el ingreso es voluntario, una de ellas, ducharse todos los días antes de desayunar, tomar la medicación y, sobre todo, el respeto entre los habitantes de la casa.

El proyecto de Casco está pensado para que los usuarios estén unos meses en el piso, hasta que puedan contar con una ayuda que les permita reintegrarse en la sociedad, quizá un empleo o una prestación, algo que les dé capacidad para alquilar una habitación o un piso y emprender de nuevo el vuelo en solitario, aunque por otro camino. En ocasiones, eso no es posible y los usuarios viven durante años en el piso compartido. "Suelen venir derivados, nos llaman los trabajadores sociales, o quien sea, nos mandan informes médicos y sociales y nosotros entrevistamos a la persona y vemos si entra o no. Tienen que tener VIH positivo y carecer de lazos sociales e ingresos. Suelen venir de prisión o del hospital y vienen en estados avanzados de la infección", explica Casanova.

Tienen monitores 24 horas todos los días del año para que esa paz que se ha instaurado en este hogar de habitaciones compartidas -con las de los hombres a un lado y las de las mujeres a otro- no se rompa. "¿Es como el Gran Hermano?" y, entre las risas de sus compañeros, Manuela contesta: "sí, pero sin edredoning".

La ayudante de dirección de Casco, Rebeca Caramés, asegura que, a diferencia de otros comités antisida, el de A Coruña ha sufrido las consecuencias de la crisis por el aumento de los usuarios, pero no por el recorte de los programas de ayuda. Es por ello por lo que, cuando más lo necesitaban los vecinos, pudieron ampliar sus servicios y su ayuda.

A las tres de la tarde de un viernes cualquiera, en la casa de Os Rosales, esa que abrió hace ya unos trece años para dar refugio y otra oportunidad a personas a las que la sociedad había dado la espalda, el suelo de la cocina está recién fregado y esperando a ser secada está la fuente de la lasaña que acaban de compartir los diez residentes de la vivienda. La hizo Esther, la monitora de turno y no ha quedado ni un poquito.