Nací y me crié en el Campo de Artillería, ahora Travesía de la Torre, donde mis padres, Fernando y Elena, tenían una peluquería en el mismo piso en que vivían llamada Ramos y que había montado mi padre al volver de la Guerra Civil. Mis hermanos son Joaquín, conocido como Tatín y que fue miembro del conocido trío Marineda, y Fernando, a quien en todo el barrio como conocen como el Dentista, mientras que a mí me llaman Perrusco.

Mi primer colegio fue el de doña Teresa, en el que estuve hasta los ocho años, ya que luego pasé a la Academia Vázquez, situada en Orillamar y que dirigía don Carlos. Allí estudié hasta los catorce años, edad a la que empecé a estudiar peluquería en la academia Henry Colomer de la calle Emilia Pardo Bazán, lo que no le gustó nada a mi padre, que quería que estudiara una carrera, aunque yo no estaba por la labor porque no me gustaba estudiar y prefería hacer una cosa que me gustara.

En la academia aprendí un poco el oficio de peluquero para señora y caballero y entré a trabajar con mis padres, por lo que desde 1957 comenzó mi andadura profesional en esta actividad, que se desarrolló hasta mi jubilación, en la que fui el fundador de la Agrupación de Peluqueros de Señora de la ciudad, en la que también fui presidente. En la agrupación a partir de los años setenta hicimos dentro de las fiestas de María Pita un Campeonato Internacional de Peluquería de Señoras que se realizaban en el Pabellón de Deportes de Riazor y que tuvo mucho éxito, ya que acudían importantes personalidades del sector.

Mi pandilla de la infancia fue quizás una de las más numerosas de la zona y de ella formaban parte amigos como Rafael, Alberto, Manolito el carnicero, Muchara, Vilela, Jaime, Torre, Carlos O Xestal, Davila, Castro, Antonio, Galán, Carlos y Manolo. Nuestras zonas preferidas para jugar eran los Campos de Artillería, de Marte y de la Luna, donde jugábamos a la pelota con lo poco que teníamos, ya que muchas veces las hacíamos nosotros con un calcetín o una media rota que rellenábamos con hojas o papeles.

A partir de los quince años comenzamos a recorrer en pandilla las fiestas de la ciudad y los alrededores, a las que muchas veces íbamos enganchados en el viejo tranvía Siboney o en el trolebús a Carballo. Si a la vuelta perdíamos estos transportes, no nos quedaba más remedio que hacer el camino andando, pero casi siempre valía la pena por lo bien que lo pasábamos.

En carnavales comencé a disfrazarme con otros miembros de mi pandilla para acudir a campeonatos como el Club del Mar, el Circo de Artesanos y los bailes de la prensa, además de en otras localidades en las que ganamos los primeros premios, como A Estrada, Porriño, Sobrado dos Monxes, Lugo y Vilalba. Con nosotros venía la que fue mi novia y después mi mujer, María de las Mercedes, con quien tengo tres hijos: Francisco, Mercedes y Margarita, quienes nos dieron ya cuatro nietos: Noa, Félix, Mercedes y Lúa.

De los veranos no me puedo olvidar de las playas del Orzán y Matadero, donde muchas veces nos bañábamos con el agua ensangrentada por los desagües del antiguo matadero municipal. Pero nuestra preferida era San Amaro, cuyas aguas estaban siempre frías y de donde salía el famoso tren de la empresa Termac, que llevaba desde Adormideras la piedra para la construcción del dique de abrigo, al que muchas veces nos enganchábamos para ir hasta el castillo de San Antón y el Hospital Militar.

También tengo un grato recuerdo de la Tómbola de Caridad, que se instalaba todos los años en Los Cantones y a la que todos los chavales acudían para juntar las postalillas que venían en los boletos. Como tenía unos familiares en As Xubias y tenían una lanchita, me la dejaban para ir con mis amigos y algunas veces llevamos a Cañita Brava, que también vivía allí.

Otro de mis recuerdos de aquellos años es el local de alquiler de bicicletas que había junto al cine Hércules, ya que con aquellas bicis hicimos carreras por todas las calles de la ciudad, aunque teníamos que tener mucho cuidado al bajar la calle de la Torre y Panaderas porque eran de adoquines y aún tenían los raíles del tranvía, en los que poníamos chapas para que las aplastara y usarlas para atar la cuerda de la bujaina después de hacerles un agujero.

Desde a los 15 a los 19 años practiqué el boxeo como aficionado, aunque lo dejé porque mi novia me dijo que si no lo hacía me dejaría ella. Entrenaba en un bodegón de Santo Tomás y en las ruinas de una casa en el campo Coruña, así como en el gimnasio de Falange, del que me echaron con otros amigos boxeadores por no estar afiliados. En mi corta carrera hice un combate nulo contra El Rata y otros con los conocidos boxeadores Triana y Gerardo.