Mis padres, Antonio y Carmen, nacieron en Huelva y aún recién casados decidieron venir a esta ciudad para labrarse un porvenir en el sector de la hostelería. Mi padre empezó a trabajar como barman en la cafetería Linar y después en la Capri como encargado, época en la que nacimos mi hermana Magdalena y yo. A comienzos de los sesenta mis padres decidieron abrir el primer tablao flamenco coruñés, llamado El Cortijo Caballo Blanco, que estaba situado en la Ciudad Vieja y hoy se llama El Patio.

Años después lo vendieron y abrieron una cafetería en la plazoleta de San Vicente llamada Tehima, en la época en la que comenzaba a edificarse en todo el barrio, en el que nosotros también vivíamos, ya que nuestra casa estaba en la calle Eugenio Carré. Cinco años después la traspasaron y abrieron el mesón El Rocío en San Pedro de Mezonzo, donde desarrollaron el resto de su vida profesional hasta su jubilación.

Mi primer colegio fue el de los Jesuitas, en el que estuve cinco años, tras los que pasé al Karbo, al lado de mi casa, donde terminé el bachiller e hice Delineación. Eso me permitió entrar a trabajar con catorce años como ayudante de topógrafo en Autopistas del Atlántico en Abegondo, tras lo que continué en la construcción en la empresa Cortón. Años después trabajé en la empresa Comar con mi amigo José Collazo y después me dediqué al mundo del videoclub cuando empezó a implantarse en España, por lo que abrí varios locales en la ciudad y en otras poblaciones.

Cuando llegaron las televisiones privadas este sector empezó a decaer, por lo que opté por pasar a la joyería, aunque ahora me dedicó a ayudar a mis hijos, que trabajan en el sector comercial y electrónico. Me casé muy joven con María Teresa, con quien tengo dos hijos, llamados Liliana y Tomás.

Mis primeros de la infancia, que aún conservo, fueron Pepucho, Jesús Picallo, Enrique Rumbo, Antonio, Javier, Carlos y Cholo, con quienes lo pasé muy bien, aunque además de estudiar tenía que ayudar durante toda la semana a mis padres en la cafetería, por lo que aprovechaba cualquier momento libe para jugar en la calle y sus alrededores, aunque no le echo nada en cara, ya que gracias a su trabajo y su ayuda pude realizar toda mi carrera profesional. En aquel momento estaba rodeada de campo y huertas, ya que solo estaban los chalés de Sindicatos y el campo de la Peña. Tengo un gran recuerdo de la señora Paca, que tenía la cuadra con sus vacas donde hoy está Calzados Yolanda en Os Mallos, lo que da una idea de como era esta zona en aquella época, por lo que los chavales teníamos todo el sitio del mundo para jugar sin problemas ni el peligro de los coches.

Fue una época muy bonita, aunque la mayoría de los chavales tuvimos que empezar a trabajar muy jóvenes para ayudar a la familia, por lo que los fines de semana los aprovechábamos al máximo, unas veces bajando al centro, y cuando yo no podía por mi trabajo en la cafetería, mis amigos venían hasta allí para jugar a los dados y ver la tele, ya que fue la primera que hubo en una cafetería del barrio.

Me acuerdo de los cines España, Monelos y Rex, y sobre todo de la inauguración del Alfonso Molina, uno de los más modernos entre los de barrio y en el que además se ofrecieron actuaciones de artistas como el cantante Antonio Molina. Cuando mi padre me dejaba, bajaba con mi pandilla hasta el centro para pasear y ver a las chavalas. En las calles de los vinos parábamos en La Rubia y el Otero, donde pagábamos todo a escote. Otro de nuestros lugares favoritos era la cafetería Torre Esmeralda, ya que daban unas buenas tapas de callos.

A los quince años comencé a aficionarme al mundo de las motos, por lo que con mis ahorros me compré una Ducati TT de 50 centímetros cúbicos que estaba muy usada y con la que junto con Pepucho y otros amigos hice salidas hasta Sada, Betanzos y Cecebre, lo que era una odisea en aquellos tiempos, ya que si teníamos averías las arreglábamos nosotros mismos, al igual que los pinchazos. Pero tener moto nos servía para ligar cuando íbamos en pandilla al Rigbabá, Cinco Estrellas, Cassely, Chaston, Pirámide y el Sallyv.