Proyecto Palmira, por ahora, es solo eso, un proyecto, una idea que se puso en marcha el pasado domingo, cuando Daniel Yonte, natural de Arteixo, y su pareja, Beatriz Sanz, de Burgos, viajaron, de nuevo, a Grecia. Quieren volver a los campos de refugiados de Atenas, allí donde ya estuvieron el pasado mes de marzo, y servir de salvoconducto para algunos de sus residentes. Su objetivo es crear un puente, una vía de escape a través de la cultura para que algunos de los refugiados puedan realizar una residencia artística durante tres meses en España. La ciudad de acogida será Pedro Muñoz, en Ciudad Real, en el Centro Cultural La Harinera, con la que Proyecto Palmira ha firmado ya un acuerdo de colaboración, aunque no cierran la puerta a que otros municipios pongan sus instalaciones al servicio de estos creadores olvidados.

Y es que cuando llegaron a Lesbos por primera vez vieron "a gente de todo tipo". Personas que huyeron de una guerra, que tuvieron que escapar dejándolo todo atrás, no solo su casa, "también su cultura y sus raíces", todo lo que habían sido hasta entonces. Así que, para ellos, dejar el mundo tal y como está no es una opción si tienen en su mano intervenir para cambiarlo.

"Todo lo que se ve en la televisión es mucho más cuando estás allí. Es una montaña rusa de sentimientos, porque por una parte, estás contento de estar allí y de poder ayudar pero, por otra, estás muy triste porque piensas que ojalá no tuvieses que ayudar ante esta situación", explica Daniel Yonte. Al volver a Bristol, donde llevaban ya cuatro años viviendo y donde ambos trabajaban, fue cuando pensaron que tenían "que hacer algo", algo que lograse cambiar, aunque no fuese todo, cuando menos, la vida de alguien. Para entonces, Beatriz Sanz estaba estudiando un máster online de gestión cultural, así que, Proyecto Palmira nació también de su trabajo fin de estudios.

"Estuvimos en campamentos autogestionados, uno de ellos se llamaba Better Days for Moria, que estaba al lado del oficial de Moria. Estaba todo superorganizado, con tareas de limpieza y con una tienda para jugar con los niños y ahí ya vimos que la gente se reunía, que cogía una guitarra y empezaba a cantar... Empezamos a pensar que su arte estaba allí y que era un patrimonio muy importante", relata Yonte el germen de la iniciativa. La razón de que existan estos campamentos alternativos es que, antes del tratado con Turquía, los sirios llegaban y se inscribían como demandantes de asilo, algo que se les desaconsejaba a afganos, eritreos o paquistaníes. Se consideraba que ellos no huían de la guerra, por lo que no eran "elegibles" para contar con el ansiado estatus de refugiado.

Así que su proyecto se basa en eso, en volver a esos campos alternativos y encontrar a alguien con un perfil creativo, no buscan nada concreto... "músicos, bailarines, diseñadores de joyas, malabaristas... lo que sea" y que esté dispuesto a embarcarse en esta aventura. Una vez elegida el artista que va a viajar, la Fundación Iberoamericana de las Industrias Culturales y Creativas (Fibicc) le mandaría una carta de invitación a España para participar en el programa de residencias artísticas, que es una vía de intercambio de artistas a nivel mundial (ResArtis), y podría estar durante tres meses en Pedro Muñoz, que es el tiempo que les permite permanecer fuera de su país el visado Schengen.

Buscan un perfil creativo, pero también con unas condiciones burocráticas especiales. "Los que llegaron antes del tratado con Turquía, que fue el 8 de marzo, se acogían a Europa, pero los que llegaron después no tienen derecho a la libre circulación. En cuanto pisan suelo europeo son detenidos. Los que llegaron antes están en un limbo en el que están a la espera de que se les acepte o se les rechace el asilo. No se pueden mover de Grecia, no pueden hacer nada y nosotros intentamos que, a través de este visado, con una invitación, vengan a España y desarrollen su actividad creativa, que entren en contacto con la comunidad local, que interactúen", explica Yonte. Y, en el abanico de posibilidades, se le ocurre, por ejemplo, que una fotógrafa siria cree su visión sobre La Mancha de El Quijote, y que esa muestra pueda ser vista en diferentes lugares de España.

Hasta ahí, hasta esos tres meses de residencia artística en La Harinera -en los que los participantes tendrían cubiertos el alojamiento, la comida y algo de dinero para sus gastos en España- llega Proyecto Palmira, aunque, según comenta Yonte, buscarán apoyos en entidades españolas para que, al llegar los candidatos, puedan recibir aquí ayuda psicológica y asesoramiento legal.

La elección del primer participante no se hará a través de una llamada pública, no será un casting, como los de la televisión en el que los refugiados luchen por el billete de avión que les lleve a España. "Eso no se puede hacer, estamos hablando de gente que está escapando de una guerra y que está viviendo en campos de refugiados autogestionados, que es a los que nosotros podemos acceder. Por eso vamos un mes y medio a Atenas, para conocerlos, para saber qué hacen y para poder decirle a la Embajada: esta persona puede aportar esto, esto y esto", explica Yonte, porque ese es otro obstáculo más que han de salvar, el de recibir el visto bueno de la Administración.

Cuenta Yonte que, a pesar de que su iniciativa parezca apetecible para todas las personas que se encuentren en los campos de refugiados, no todas están en condiciones de embarcarse en una aventura con tantas incertezas.

"Tienen que ser personas que hablen un poco de inglés, que tengan pasaporte y que estén dispuestas a que la Embajada les diga que no por cualquier cosa, porque les pidan, por ejemplo, el libro de familia y no lo tengan o los antecedentes penales y no los tengan... Los gastos del visado y de los billetes de ida y vuelta corren de nuestra cuenta, los pagamos con nuestros ahorros, pero la última baza la tiene siempre la Embajada", lamenta Yonte, que sabe que hay un punto de "injusticia" también en el método elegido, pero no se les ocurre ninguno mejor para cambiar el futuro de alguno de los refugiados con sus propias manos.

"Puede que haya gente igual de válida y que nosotros no nos crucemos con ella en ese camino", dice y se apoya en que, en su experiencia en Lesbos se pusieron en contacto con otros voluntarios que, a día de hoy no tienen más paraguas que un grupo de WhatsApp, pero que, bajo el nombre de Conciencia Refugio pueden aportar candidatos al proyecto.

Sobre la mesa está también el tema de las familias, ya que la carta de invitación va dirigida solo al artista que vaya a hacer la residencia. "Traer a una persona ya es difícil, así que, traer a una familia es muy muy difícil, sobre todo, en esta situación de limbo en la que se encuentran", relata Yonte y se acuerda del hombre al que le pusieron la zancadilla mientras huía y al que acogió España. "Este hombre está aquí con dos de sus hijos, tiene estatus de refugiado y su mujer y una de sus hijas están en Alemania, pues su reunificación familiar es sumamente complicada, incluso para ellos, que son un caso mediático. Hace poco leí que, si no conseguía traerlas, se marchaba, aunque tuviese trabajo aquí, que no podía dejarlas en otro país", comenta.

A pesar de que Proyecto Palmira es una experiencia piloto, las acciones son reales, así que, necesitan fondos, una gran parte la financian con sus ahorros y, para el resto, la Fibicc les facilita una cuenta -ES42 1491 0001 2330 0006 2975- en la que se pueden hacer donaciones, de modo que los contribuyentes en España se pueden acoger a la ley de mecenazgo, en la que Hacienda devuelve el 75% de las donaciones de hasta 150 euros en la declaración.

Para Proyecto Palmira, conseguir que uno solo de los refugiados pueda abandonar el campo y hacer una residencia artística en España sería ya "un logro", pero, por si la Embajada cierra todas las puertas, tienen otro camino que pretenden abrir para facilitar la movilidad de estas personas.

En este caso, de las más jóvenes y ya con estatuto de refugiado, porque se podrían sumar al programa de voluntariado europeo a través de Erasmus+. "Para realizar un voluntariado se necesita una entidad de envío y otra de recepción. Aquí, tenemos el Fibicc y una allí es muy fácil encontrarla, porque hay ya una red montada", comenta Yonte. Pero no todo es tan sencillo como conectar los extremos, sino que hay que mandar un proyecto en febrero y, si ese proyecto se aprueba, la Unión Europea da dinero para pagar el viaje, los gastos personales y también entrega una partida a la organización de recepción para pagar la comida y esas cosas", explica Yonte. Esta estancia sería por un año, un periodo que confían en Proyecto Palmira que sea suficiente para que las cosas cambien, para que no se necesite más su ayuda o para que, cuando menos, prestarla no sea tan complicado.

"Con el voluntariado le damos la oportunidad, sobre todo a la gente joven, de hacer algo. Conozco a un chico afgano, estaba estudiando inglés, daba clases y huyó de su país. Lo conocí en marzo y allí sigue, en Grecia, sin hacer nada, se fue de Lesbos, ahora está en Atenas y es muy frustrante verte con 21 años, allí sin poder moverte, sin poder seguir aprendiendo, sin poder expresarte...", lamenta Yonte. El hecho de ser refugiados les impide residir y trabajar en otro país que no sea el de acogida, pero permite el subterfugio de hacer un voluntariado.

Para Proyecto Palmira, la visibilización de la realidad de los refugiados es también un punto importante que pesa para que las cosas puedan cambiar, así que, su objetivo es que más ciudades se unan a esta iniciativa de abrir las puertas de sus fundaciones y servicios a las personas refugiadas y, de ese modo, aunque solo sea durante un año, conocer y cambiar su realidad. Yonte y Sanz contarán en la web de LA OPINIÓN sus experiencias de esta segunda visita a Grecia y traerán además, fotos. vídeos y material con el que poder trabajar no solo allí con ellos, sino también cuando vuelvan, con los que nunca han hecho guardia en la noche oscura por si una barca neumática intenta llegar a la playa, a la otra orilla, a una libertad que no es tal y como se la esperaban.