Ante un acto musical tan amplio (con descanso, tres horas) y complejo (catorce corales ocupando en el Palacio el fondo del escenario y los dos enormes laterales, desde el patio de butacas hasta las alturas) es casi imposible ceñirse a un espacio razonable en la prensa diaria. Como resumen, calificaremos este Mesías espectacular de glorioso. Ello no tiene nada de especial si tomamos el adjetivo en el sentido que le otorga el Nuevo Testamento y pensamos en Cristo, sedente a la diestra del Padre. Pero también puede aplicarse a la versión que hemos escuchado del oratorio de Haendel. Haber conseguido concertar con tanto acierto a catorce corales de las más diversas poblaciones de Galicia (se habla de 370 coristas, pero tuvieron que ser muchos más) roza lo taumatúrgico. Bueno, al fin y al cabo, el Mesías obraba milagros. Los cuatro solistas componen un conjunto equilibrado y fiel a una sostenida tradición interpretativa de Haendel por parte de los ingleses. Dicho esto, cabe señalar diferencias: bajo-barítono excepcional, excelente tenor, más que notable soprano lírico-ligera y un contratenor de espléndida musicalidad aunque de voz aniñada y no sobradas facultades. El coro de la OSG llevó el peso de la obra, como centro del sonido, en tanto que los laterales actuaban a modo de proyectores estereofónicos. Cuando cantaban todos, el efecto era impactante. Ha sido un lujo contar con Paul Goodwin, Su dirección activa, precisa e inspirada fue un real magisterio. Sin él, lo conseguido en este impresionante Mesías coruñés no hubiese sido posible. Y la Sinfónica, en uno de sus días grandes. La sección de cuerda (que, si siempre es básica, en esta obra lo es de manera especial) no pudo estar mejor. Hace tiempo venimos señalando el nivel que han alcanzado los arcos de la OSG. Junto a ellos, los oboístas Hill y Mc Leod y la fagotista, Harriswangler, impecables; Alicia González Permuy, formidable al órgano en un desempeño importante; y los trompetistas, Aigi y Halpern, fantásticos. El primero, perfecto en la difícil y espectacular aria final del bajo. Impresionantes aclamaciones cerraron el acto musical con un Goodwin visiblemente satisfecho. No era para menos.