La crisis económica en A Coruña agrandó la brecha entre los que no tienen problemas para llegar a fin de mes y los que, a menudo, tienen que cuidar cada euro y esperar que ninguna mala noticia inesperada llegue a desajustarles a los vecinos una estabilidad cogida con alfileres y con unos cimientos muy frágiles, que se tambalean con cualquier sobresalto, como tener que comprar un medicamento o la demora, aunque solo sea unos días, del ingreso de una ayuda.

El pasado 17 de octubre se celebró el Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza, una jornada reivindicativa pero que refleja una realidad a la que entidades como la Cocina Económica, Padre Rubinos, Renacer o el Comité Antisida de A Coruña (Casco) se tienen que enfrentar a diario. Familias con vidas normalizadas a las que la falta de ingresos las ha llevado a ir perdiendo sus ahorros para poder sobrevivir hasta que, en un punto, necesitan la ayuda de las entidades sociales para seguir adelante. Según los últimos datos publicados por el Instituto Galego de Estatística (IGE), que reflejan la realidad del año 2015, el 49,24% de los hogares de la ciudad llegaban a fin de mes con facilidad y, frente a ellos, se situaba más de la mitad de la población, aquellos a los que afrontar la última semana se les hacía difícil (39,57%) o muy difícil (11,19%). Hubo años en los que la diferencia era todavía mayor, con más familias del otro lado de la exclusión social.

En 2012, por ejemplo, los hogares que se enfrentaban con ahorros en el banco a cada hoja del calendario eran un 56,72%. Entonces, bajaba también el número de familias que peor lo estaba pasando, con un 9,53%. En 2008, cuando la crisis económica ya había empezado, este dato marcó su dato mínimo, con un 7,73%, tan solo dos años después, esa cifra casi se multiplicaba por dos (15,18%), así que pasarlo mal no era solo un drama de personas que habían llegado a la ciudad después de cruzar el Estrecho en una patera o en los bajos de un camión, no era solo la realidad de los que habían dejado su país, del otro lado del océano, en buscar de una vida mejor, de oportunidades que en sus casas se les negaban, ni de familias desestructuradas que habían decidido instalarse en infraviviendas en los descampados de la ciudad. Era también la realidad de jóvenes familias con y sin estudios, de pequeños que no entendían por qué, de repente, no había agua o luz algunos días en su casa, y de abuelas que tenían que volver a apretarse el cinturón para ayudar a sus hijos y a sus nietos.

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Desde 2007 a 2015, tan solo en 2009, en 2012 y 2013, en A Coruña hubo más familias que llegaban a fin de mes sin problemas, que las que lo hacían luchando contra las matemáticas, esa realidad contrasta con el número de personas perceptoras de ingresos [de 16 o más años], que no paró de bajar desde 2007 hasta prácticamente 2013, cuando se produjo el punto de inflexión y la proporción comenzó a subir. En 2007, la media de personas que percibían ingresos era 1,9; en 2013, la cifra bajó hasta 1,69 y, en 2015, 1,73.

Con el despido de trabajadores, el cierre de factorías, las deudas y el final de los ahorros o el inexistente apoyo familiar, hubo otro índice que se disparó durante los años de la crisis: el del riesgo de pobreza. Y es que, si en 2007 era de 7,67%, es decir, que casi ocho de cada cien vecinos de la ciudad tenían unos ingresos equivalentes o inferiores a los marcados como límite de la pobreza en Galicia, ese índice le fue comiendo terreno a las familias de clase media a pasos agigantados, saltando en 2009 al 10,31% y tan solo dos años después, en 2012, al 13,05% y, en 2013, instalándose en el punto más alto de toda la evolución de la que aporta datos el Instituto Galego de Estatística con un 16,01%.

Hasta 16 personas de cada cien estaban en riesgo de caer en la pobreza en 2013. El porcentaje sube si se tienen en cuenta otros valores, como que los vecinos se encuentren en "carencia material severa", es decir, que hayan sufrido retrasos en los pagos de sus recibos, que no puedan hacer frente a gastos imprevistos, o que no puedan permitirse comer carne, pescado o pollo cada dos días ni mantener su vivienda a una temperatura adecuada para cada época del año. Entonces, en 2011 -no hay datos anteriores- la tasa de riesgo de pobreza o exclusión social era del 17,62%; en 2012, del 19,09% y, en 2013, del 22,39%, es decir, más de la quinta parte de la población de la ciudad estaba pasando dificultades.

Con tanta necesidad, visible e invisible -porque la pobreza también se puede vivir entre las paredes de un piso-, las entidades sociales se convirtieron en un salvavidas para todas aquellas familias que nunca antes se habían imaginado que se les haría tan inalcanzable tomarse un café o encender la calefacción. Entidades sociales, como La Cocina Económica, ampliaron sus servicios para llegar a más familias, y empezaron a repartir comida en envases para que a los más pequeños no les faltase de nada en sus casas y que pudiesen sentarse a la mesa con su familia, en lugar de hacerlo en un comedor social. La solidaridad de los vecinos ha permitido que, a pesar de la crisis, esta institución no haya cerrado sus puertas y pueda seguir prestando servicio en esta época marcada por los desahucios, el paro y las ayudas.