Aquel 20 de junio de 1.979 se habían celebrado en toda España las primeras elecciones libres, democráticas, para los Ayuntamientos. Resultado en nuestra ciudad: 8 concejales para UCD, 6 para el PSOE, 4 para Coalición Democrática (en la que yo militaba como independiente), 2 para el Bloque Nacionalista Gallego, 2 para el Partido Comunista de Galicia, y 5 para la coalición de Unidade Galega, en la que se integraban el Partido Socialista de Galicia y el Partido Galleguista). A la vista de tales resultados era lógico que la izquierda, con mayoría de representantes, asumiese la futura Alcaldía.

Y así fue, en efecto. Por los pactos del Hostal, a Vigo y a Santiago correspondieron alcaldes socialistas, y a la ciudad coruñesa le tocó en suerte el cabeza de lista de Unidade Galega, o sea, Domingo Merino Mejuto, a quien cedió la vara de mando la última alcaldesa del anterior régimen, Berta Tapia Dafonte, en un acto frío pero correcto. Merino se asomó al balcón y saludó a los cientos de coruñeses allí congregados.

Persona íntegra, honesta, cabal, paciente y táctica, como buen jugador de ajedrez que era, con varios títulos gallegos de la especialidad, a Merino le faltó un pronto de coruñesismo en aquellos turbulentos días en que se estaba jugando la capital de Galicia. En la corporación se hablaba de todo, menos de temas coruñeses, y mucho menos de temas coruñesistas. Merino era un prisionero de su partido, que apostaba claramente por Santiago como sede del gobierno autonómico. Esta actitud motivó que una gran parte de coruñeses lo criticasen y pidiesen su dimisión, a veces en actos multitudinarios, como aquel mitin en pro de La Coruña como capital gallega celebrado en el Palacio de Deportes y en que la silla reservada al alcalde estaba vacía.

Y le llegó la hora. El PSOE, por boca de Antonio Carro, rompió el pacto, y, de acuerdo con UCD, CD y PG, aceptó la moción de censura presentada por UCD, y hubo de abandonar el cargo en beneficio de Joaquín López Menéndez. Ocurría esto un 31 de marzo de 1981, abriéndose entonces un singular "penta-partito", pues a los cuatro citados también se unió el PCG. Y así fueron gobernando en común, huyendo de ideologías y pensando en temas de ciudad, los dos años largos de legislatura.

A Merino le hubiera gustado entrar en el juego, pero el partido no se lo hubiera permitido, pues estaba más interesado en la ventura rupturista que en el gobierno de la ciudad.

Por eso concluimos que a Domingo Merino no le dejaron ser un buen alcalde.