Un perro se convirtió en el primer héroe del Mundial de 1966 disputado en Inglaterra. Se llamaba Pickles y pasó a la historia por haber encontrado la Copa Jules Rimet que unos días antes alguien había robado de la sala donde estaba expuesta al público. El can salvó a los ingleses de un ridículo mundial.

A los ingleses no se les ocurrió otra cosa en 1966 que perder la Copa del Mundo que organizaban ese mismo año en lo que estuvo a punto de ser uno de los grandes ridículos en la historia del deporte. Stanley Rous, el presidente de la FIFA por aquel entonces, había conseguido llevar a su tierra el Mundial. Para él, dirigente vocacional desde joven y reconocido árbitro, era la mayor empresa a la que se había enfrentado en toda su vida. Quería que los aficionados disfrutasen de aquel momento tanto como él y tomó la decisión de exponer la Copa Jules Rimet en el Salón Central de Westminster. Todo muy elegante, todo muy inglés. Rous quería que su país estuviese a la altura de aquel compromiso, sentía una enorme responsabilidad e insistía en que los inventores del fútbol debían ofrecerle al planeta el "mejor campeonato de todos los tiempos" y, además, ganarlo. Como así sucedió.

Sin embargo, el 20 de marzo de aquel año alguien entró en la sala donde se exponía el legendario trofeo y se marchó con él debajo del brazo. Sin ruido, sin violencia, sin testigos. El escándalo fue mayúsculo. Scotland Yard se movilizó de inmediato, anuló permisos, reforzó sus dotaciones y puso en marcha lo que bautizaron como operación rescate. La propia Reina de Inglaterra siguió de cerca la evolución de las investigaciones ya que el país se enfrentaba a un ridículo de proporciones bíblicas. El descrédito a nivel internacional crecía a medida que se sucedían los días sin noticias del famoso trofeo. El Gobierno llegó a ofrecer una recompensa de 6.000 libras para el que diese alguna pista sobre su destino e incluso se comenzó a encargar a distinguidos joyeros de Londres la fabricación de una réplica exacta. La presión mediática y social iba en aumento; la prensa británica echaba mano de toda su acidez y los dirigentes de la Federación y el propio Rous eran el objetivo predilecto de los humoristas gráficos que habían encontrado un filón inagotable en el suceso.

Inglaterra temía que la copa nunca apareciera como sucedió con el primer trofeo de la historia del fútbol, el de la Copa Inglesa. Era un pequeño objeto de latón que había costado 20 libras y que durante más de veinte años se fueron repartiendo varios equipos hasta que la conquistó el Aston Villa en 1895. Los villanos colocaron el trofeo en sus oficinas y un buen día desapareció. Lo llamaban el Little Tin Idol (el pequeño ídolo de latón) y algunos románticos lo siguen considerando el auténtico Santo Grial del fútbol.

Con el recuerdo, lejano eso sí, de lo sucedido en las oficinas del Aston Villa a finales del siglo XIX, los ingleses se empezaron a poner en lo peor. Sin embargo, unos días después del robo la Policía detuvo a un tal Edward Bletchley. Aunque siempre dijo ser un simple intermediario, este ex soldado había comenzado a chantajear al presidente de la Federación Inglesa. Pedía 15.000 libras a cambio de devolver el trofeo e incluso acordó una cita con el dirigente para cerrar el trato. Allí fue detenido, pero se negó a desvelar el paradero del trofeo mientras continuaba con su regateo.

La comedia finalizó el 27 de marzo, una semana después del robo. Aquella tarde Dave Corbett, trabajador de los muelles, paseaba por el sur de Londres con su perro Pickles. El can se puso a escarbar entre unos matorrales y encontró un objeto envuelto en papel de periódico. Corbett lo agarró y comprobó que era un objeto dorado que pesaba más de tres kilos. Lo llevó a la Policía y toda Inglaterra respiró tranquila. Acababa de aparecer la Copa Jules Rimet que unos meses después, en la final más polémica de la historia, acabarían por pasear los jugadores de la selección inglesa por el césped de Wembley.

Pickles se convirtió en una celebridad. Recibió toda clase de homenajes, una firma de piensos lo utilizó como reclamo publicitario, paseó por Wembley con su dueño en la ceremonia de inauguración del Mundial y le dejaron las sobras del banquete con el que la organización homenajeó a los participantes. Incluso lo invitaron a viajar al siguiente campeonato, el de 1970 en México. Pero Pickles no llegó. Un día se ahogó con su propia correa mientras perseguía un gato. Murió convertido en un héroe.