La historia del Tour de 1971 comenzó a escribirse veinte años antes, el día en que la familia de Luis Ocaña decidió abandonar la deprimida Cuenca en busca de un lugar en el que ganarse la vida. El pequeño Luis sólo tenía seis años cuando sus padres le subieron a un autobús en dirección a Francia. La decisión resultaba dramática para la familia, que se aferró a la posibilidad de quedarse en su tierra hasta que no vieron otra salida para huir del hambre y la pobreza.

En el último momento, cuando atravesaban el Valle de Arán, decidieron darle una nueva oportunidad a España y se instalaron al pie del Portillón, el puerto que separaba los dos países. Su padre trabajó de carpintero durante seis años, pero la vida apenas mejoraba. El clima, además, perjudicaba a Luis, el niño pequeño, que por una afección respiratoria necesitaba sol y buen tiempo. Y los Ocaña decidieron cruzar el Portillón, un episodio que quedó grabado a fuego en la memoria de la familia que abandonó España con el alma rota.

Veinte años después de aquel episodio Luis Ocaña era el mejor ciclista español del momento en compañía de José Manuel Fuente. Era un corredor inconformista y valiente como pocos. En 1971 Merckx perseguía su tercer Tour de Francia consecutivo. Eran los años duros del belga, de su insoportable tiranía, de sus ataques salvajes, de las etapas enloquecidas desde el banderazo de salida?la dictadura más absoluta que ha existido en el ciclismo.

Pero Ocaña estaba convencido de que podría con él, que en la montaña derribaría su resistencia y que la clave estaba en no perder tiempo en esas transiciones por el llano en las que Merckx ponía a todo el equipo a tirar mientras los españoles se miraban y se decían en voz baja "este hijo puta nos va a matar". Ocaña estaba en la general a la par del belga cuando llegaron a la undécima etapa que finalizaba en Orcières Merlette.

Se puso de acuerdo con el equipo de Fuente y comenzaron a reventar al pelotón bajo un calor asfixiante, las mejores condiciones en las que se movía Ocaña. "Españoles de mierda" solía gruñir Merckx cuando veía que el Kas o el Fagor le agitaban la carrera al empinarse la carretera. Aquel día no se cansó de repetirlo. Fue un día memorable. Muy memorable.

Una cabalgada asombrosa

El conquense se marchó con Fuente, pero luego se quedó solo en su cabalgada asombrosa hacia la meta. Su victoria de etapa es de las más grandes de la historia del Tour de Francia. Aventajó en más de ocho minutos a un desfondado Merckx y medio pelotón llegó fuera de control, lo que obligó a la dirección de carrera a repescarlos para evitar semejante masacre. Parecía que la historia del ciclismo cambiaba. El caníbal, el hombre que no dejaba ni las metas volantes para el resto de ciclistas, había sido aniquilado por primera vez en su carrera. Pero el orgullo de Merckx había quedado muy tocado y eso constituía un enorme problema.

Tres días después la carrera atravesaba los Pirineos en busca de Luchon. El recorrido incluía la ascensión al Portillón para entrar en España. Para Ocaña no era un día cualquiera. La herida de su salida de España seguía abierta y aquel puerto tenía un valor simbólico enorme para él. Quería ganar el Tour, pero por encima de todo quería atravesar el Portillón como un héroe y quitarse de encima el recuerdo del viaje que hizo con su familia veinte años atrás.

Le esperaban centenares de españoles que habían ascendido para verle. Merckx, en medio de un día de viento y frío, atacó en la subida a Mentè y Ocaña le sigue sin problemas, sobrado de piernas. El descenso es una locura. La carretera se llena de barro y hace imposible frenar. Merckx se queda por delante con Fuente, Van Impe y Zoetemelk, pero Ocaña sigue tras ellos como un poseso hasta cogerles. Lo lógico era manejar la distancia, pero le puede el recuerdo del Portillón, el siguiente puerto en el recorrido. Se cae Merckx, pero se levanta. Unos metros después es Ocaña el que se va al suelo.

Consigue levantarse, pero justo en ese momento Zoetemelk no puede frenar y lo embiste con violencia. El español cae inconsciente sobre la ladera donde le recogen las asistencias. Cuando despierta grita de dolor porque tiene la clavícula rota y el Tour se ha terminado para él, pero también porque nunca verá cumplido su sueño de atravesar el Portillón vestido de amarillo.

Los aficionados no se pueden creer lo que dice la radio y cuando llega Merckx algunos le insultan y escupen. El belga acababa de sentenciar su tercera victoria en la ronda francesa. Al día siguiente se niega a salir vestido de amarillo: "Será una victoria manchada para siempre", proclama.

Dos años después, sin Merckx en escena por culpa de una lesión, Ocaña cumpliría su ilusión de ganar el Tour de Francia, pero ese triunfo no le arrebatará nunca el doloroso recuerdo de 1971. Su carrera, como su vida, fue más recordada por las caídas que por sus victorias. En 1994, en medio de una terrible depresión a causa de la enfermedad que sufría, se mató de un disparo en su casa en Francia.