Da igual cómo sea. El caso es ganar. Ayer el Dépor lo hizo con empaque y suficiencia, y además sin sufrir. Quiso y pudo. Empezó con hechuras de equipo grande, mandando, como tiene que hacer un candidato al ascenso. Esta vez no salió al campo a verlas venir, sino con decisión, mucho más metido en el partido que en Alcorcón y Alcoy. Luego, tras el descanso, poco a poco se fue diluyendo, como tantas otras veces esta temporada. Al final, victoria holgada y tres puntos con los que recuperar autoestima y confianza. Hacían falta, mucho, igual que hacía falta ver a Oltra en su sitio. Lo normal es que el técnico esté en el banquillo, no en la grada. Lo normal es que su equipo sea sólido atrás y el rival no le marque en sus únicas dos llegadas, como hizo el Nàstic hace ocho días. Lo normal es que sus delanteros vean puerta de vez en cuando, como Riki ayer. Lo normal es ganar a un rival como el Córdoba que, con todos los respetos, está a años luz del Dépor por mucho que esté haciendo un inicio de temporada soberbio. Eso es lo normal, lo lógico, aunque no siempre se cumpla. El problema es cuando lo extraordinario, lo insólito, se convierte en habitual. Ahí está el peligro. El alcorconazo iba a ser una anécdota, un episodio aislado, y luego pasó lo que pasó en Alcoy. Consecuencia: los rivales empiezan a perderle el respeto al Dépor. Ayer lo intentó el Córdoba, planteando un partido valiente, apretando arriba y tratando de tú a tú al equipo coruñés. Al final se impuso la lógica. Venció el mejor. Normal, por fin, pero que nadie se equivoque y piense que a partir de ahora el Dépor va a ganar de calle cada jornada. Ayer mostró muchas cosas buenas, cierto, pero aún es un equipo en construcción. El jueves, en Cartagena, le espera otra guerra.