TMZ, portal de cotilleo, cuelga dos fotos de Delonte West desastrado y somnoliento, casi ido. Un aficionado se lo ha encontrado deambulando por los alrededores de un local de comida rápida en Houston y lo ha reconocido.

- ¿Eres Delonte West?

-Solía serlo, pero ahora ya no llevo esa vida.

El propio aficionado relata el diálogo y envía las imágenes a TMZ. Desde la publicación aseguran que han intentado ponerse en contacto con el jugador. No lo han conseguido. Nada se sabía de él desde el pasado abril, cuando militaba aún en los Texas Legends de la liga de desarrollo, justo antes de lesionarse. Sonreía a la cámara, con su mujer embarazada, Caressa, del brazo y su hijo Cash en el regazo. ¿Qué le ha sucedido en estos meses? Quizás otra sima en su tortuosa existencia. O una imagen mal interpretada, fuera de contexto. Dolor y mistificación componen su itinerario.

El baloncesto fue siempre su refugio ante las asperezas del mundo. Afroamericano de piel clara y pelo rojizo, ciclotímico y desubicado, Delonte creció en Maryland sufriendo las burlas de los otros niños. Era en la cancha donde se agigantaba y acertaba a expresarse. Así que cuando se dañó una pierna decidió dejar de ir a clase. Su madre lo envió con su padre a una zona rural de Virginia. Allí sufrió su primer episodio severo de depresión. Comenzó a autolesionarse. Aunque podía volcar su ira en los demás, siempre era él mismo su peor víctima.

Glenn Farello, su entrenador en el instituto, recuerda un tiempo muerto en el que abroncó a su equipo. Delonte levantó el dedo.

-¿Tienes algo que decir?

- Quiero pedirle disculpas a usted y a mis compañeros. Hoy no estoy jugando a mi mejor nivel y nunca volverá a suceder.

Farello confesaba: "Lo cierto es que era el único con el que yo estaba contento. Pero ése es Delonte, siempre más duro consigo mismo que lo que cualquiera podría ser".

Sus demonios interiores permanecieron relativamente calmados durante su etapa universitaria. En Saint Joseph sobresalió con 18,9 puntos y 4,7 asistencias de media. Los Celtics se fijaron en él y lo eligieron en el 24º puesto de la primera ronda del draft de 2004. Su carrera profesional discurrió con ciertos sobresaltos, como una pelea en el vestuario con Von Safer. Era ese base de mirada triste e indudables condiciones, que no acababa de acomodarse. En 2008 fue traspasado a los Cleveland Cavaliers de LeBron James. Allí los médicos le pusieron un nombre a sus permanentes vaivenes emocionales. Delonte sufría un trastorno bipolar.

El diagnóstico generó la simpatía del público. Pero esa corriente cálida pronto se torció. Delonte se había separado de su primera mujer. Los Cavaliers fracasaron en los play offs de 2009 y un extraño rumor, de origen incierto y que nadie supo frenar, le adjudicó a Delonte una tórrida aventura sexual con la madre de LeBron. En septiembre su vida estalló definitivamente. Un policía lo descubrió realizando una maniobra ilegal con su motocicleta de tres ruedas. Cuando lo detuvo y registró su vehículo, encontró tres armas de fuego cargadas, dos de ellas automáticas, para las que carecía de licencia. Sentenciado a ocho meses de arresto domiciliario, Delonte tuvo que acostumbrarse a vivir con una pulsera electrónica que solo podía quitarse en los entrenamientos y partidos.

Para la NBA se había convertido oficialmente en un jugador problemático. El divorcio, los abogados y otros líos lo arruinaron. Durante el cierre patronal de 2011 trabajó en una tienda de muebles. Los Dallas Mavericks lo contrataron por 900.000 dólares, el mínimo para un veterano de su recorrido. Tras dos suspensiones por comportamiento inadecuado acabaron cortándolo. Delonte, tras dormir al principio en su coche o en el vestuario del equipo, había alquilado un apartamento delante del American Airlines Arena. En los días posteriores a su despido se pasaba el tiempo en el balcón, viendo desfilar a los aficionados los días de partido, inmóvil, deshecho en llanto. Dejó de comer.

Caressa fue su salvavidas. Se conocieron en casa de un amigo y se enamoraron de inmediato. Delonte se la llevó a vivir a su hogar de Fort Washington, una casa de un millón de dólares pero vacía, con todo empeñado. No tenían siquiera dinero para un nuevo calefactor y cuando Caressa se quedó embarazada, Delonte calentaba agua en la cocina para que pudiese bañarse. La arandela de una comba fue la sortija con la que Delonte se declaró. Todo aquello que le recordaba el baloncesto acababa en la basura.

Luego la marea negra volvió a remitir. Lo llamaron los Texas Legends, vinculados a los Mavericks. Aunque le costó aceptar que el regreso a la NBA le llevaría tiempo, acabó aceptándolo. Jugó también en China. Consideró ofertas de Venezuela o Turquía. Caressa y él tuvieron un segundo hijo. Marc Cuban, el propietario de los Mavericks, le recomendó un consejero financiero que puso orden en su economía. Ahí está, en abril, feliz en apariencia. Asegura que ha dejado de medicarse porque se siente capaz de manejar sus vuelcos.

Y desde entonces hasta las fotos de TMZ, nada salvo otra extraña polémica. Aparecen en su cuenta de una red social ácidos ataques hacia LeBron. Al cabo se sabrá que es una cuenta falsa. Delonte aprecia a LeBron. Ha contado como éste, una vez que Mike Brown lo expulsó de un entrenamiento, se sentó junto a él: "D, no sé a dónde vas o lo que estás a punto de hacer, pero voy a estar aquí cuando regreses". Tal vez el problema es que nadie sabe hacia dónde se dirige Delonte.