Si el martes hubiese estado Iker Casillas en la portería española, a estas horas el ruido del debate nacional alcanzaría niveles insoportables. Pero estaba De Gea y su actuación sólo se medirá, en líneas generales, desde una perspectiva puramente deportiva. En ese sentido el guardameta del Manchester United no sale muy favorecido. Y más que por los goles, por otras intervenciones en las que no se le vio todo lo seguro que se espera de un jugador de su categoría. Sobre todo, en la indecisión que dio lugar a la carambola larguero-poste de Rakitic y en una salida en el segundo tiempo en el que dejó el balón muerto en el área. En el empate no tuvo nada que ver, ya que Kalinic le remató desde muy cerca, y el 2-1 admite matices. Cierto que el balón se coló pegado al poste que debía de cubrir, pero tiene la coartada de que el roce en la bota de Piqué desvió la trayectoria lo justo para que no llegase.