-Echando la vista atrás, ¿cómo y cuándo surgió su relación con la vela?

-Soy de Portosín y en el Náutico mi padre daba clases de tenis. Con doce años me anime a participar en los cursos básicos y desde entonces ya he pasado por las clases optimist, 420, 470, cruceros y 49er.

-Con Diego Botín como patrón nadie mejor que usted para descubrirnos las cualidades de un buen tripulante en esta clase.

-El 49er es un barco muy exigente físicamente. Te requiere fuerza y atleticismo porque tienes que correr de un lado al otro del barco continuamente durante todas y cada una de las maniobras. Es básico ser lo más ágil posible para poder sacarle el máximo rendimiento al barco en cada momento.

-¿Cuántos años lleva con el santanderino?

-Empezamos en diciembre de 2014. Me fui a estudiar a Santander y coincidió que su tripulante Pablo Turrado dejó de navegar para centrarse en los estudios. Desde el principio la evolución fue muy rápida. Nos juntamos mucho durante todo el año y cuando lo hacemos entrenamos dos o tres horas diarias, además de las competiciones que hacemos durante el año.

-Parece que sus sueños olímpicos apuntaban más hacia Tokio 2020. A eso se le llama apurar los plazos.

-Eso es. Desde un principio siempre pensamos en Tokio, pero todo se nos puso de cara. Eso también hace que vayamos a Río con la intención de aprender lo máximo posible porque sabemos que nos queda mucho recorrido por delante. No tenemos la misma presión que los australianos, por ejemplo.

-Las medallas parece que ni se les pasan por la cabeza. ¿De verdad que no lo valoran?

-Yo prefiero no pensar en ello. Nos centramos más en el rendimiento y en dar lo mejor de nuestro nivel encima del barco. Cualquier otra cosa es una distracción. Ya veremos en dónde nos pone el rendimiento que podamos llegar a alcanzar en Río.