Cuándo empieza realmente un viaje? Michael Onfray plantea esta importante pregunta en su Teoría del viaje, un bonito ensayo que va mucho más allá de la solemne bobada que ensucia la contraportada del libro: "Una hoja de ruta para quienes quieran sentirse viajeros y no turistas". Puaj. La distinción entre turistas y viajeros apesta, pero ese rollo de "sentirse" viajero da nauseas. En todo caso, Onfray habla con pasión de los viajes y sus circunstancias, y creo que da con la clave (la clave, un guiño que se entenderá dentro de unas líneas) cuando dice que un viaje comienza no cuando tomamos la decisión de partir y de ir a un lugar en vez de otro, ni cuando cerramos una maleta o un bolso de viaje. No. El viaje comienza con el movimiento de la llave en la cerradura de la puerta de nuestro domicilio, cuando cerramos y dejamos nuestra casa, nuestro puerto de atraque. La clave es la llave (ahí está el guiño). Ahí empieza el viaje. Pues bien, ¿saben cuándo empieza un partido de fútbol? Un partido de fútbol no empieza con los entrenamientos, ni con las charlas tácticas previas, ni con las entrevistas, ni con el cartel que anuncia el partido ni, por supuesto, cuando los jugadores salen (y no "ingresan") en el terreno de juego. Un partido de fútbol empieza cuando el entrenador cierra con llave (es una forma de hablar) la puerta del vestuario y habla con sus jugadores. Es el momento del cónclave (cum clavis: con llave). El momento de los futbolistas y de su entrenador. Todos fuera. También tú, capellán del Sporting.

Al mundo del fútbol le encanta la polémica absurda. Cuanto más absurda, mejor. Rubi, el entrenador del Sporting de Gijón, prohibió la entrada en el vestuario a Fernando Fueyo, capellán del Sporting, que durante muchos años rezaba con los jugadores un Padrenuestro antes de cada partido en El Molinón. Es difícil de creer, pero la polémica no se centró en el hecho objetivo de que durante muchos años un cura rezó el Padrenuestro con los futbolistas del Sporting antes de un partido, sino en el hecho subjetivo de que Rubi prohibiera la entrada en el vestuario al cura y sus rezos. Y digo que esto es un hecho subjetivo porque lo que nadie dice, excepto Mario D. Braña, es que el entrenador del Sporting decidió prohibir también la entrada en el vestuario no sólo al capellán, sino también a los servicios médicos, los auxiliares y supongo que a los carpinteros, fontaneros, periodistas, agricultores ecológicos, empleados de la siderurgia, estilistas, madres, padres, tíos y amigos del alma. No entra nadie. No entra ni Dios. ¿Por qué? Porque el entrenador lo ha decidido así. Fin de la polémica. El capellán no se enfada, pero cuenta a quien quiera escucharle (y también a quien no quiera) su versión de los hechos mientras Rubi, ese comecuras, queda etiquetado como un tipo insensible que echa del vestuario a un simpático cura que no hacía ningún mal rezando el Padrenuestro con los chicos antes del partido.

Sin embargo, el simpático cura debería entender mejor que nadie la decisión de Rubi porque en un cónclave (sí, estoy comparando un vestuario de fútbol con un cónclave, y puedo hacerlo porque el capellán del Sporting lleva años comparando un vestuario con una iglesia), una vez que los cardenales han jurado secreto, el Maestro de Ceremonias Litúrgicas Pontificas pronuncia las palabras "Extra omnes!" ("fuera todos") y todos (to-dos) los que no participan en el cónclave salen de la Capilla Sixtina y se cierran las puertas. Cuando Rubi dice "Extra omnes!", está pidiendo a todos los que no participan en el cónclave futbolístico (médicos, carpinteros, familiares y curas) que abandonen la Capilla Sixtina del Molinón. Fuera todos. Todos. El día que Rubi pueda estar en la Capilla Sixtina mientras los cardenales deciden la táctica para elegir al próximo Papa, hablamos del capellán del Sporting. Mientras tanto, silencio. Se juega.