De Zidane hay un detalle curioso que llama la atención desde que se sienta en al banquillo del Madrid: nunca pierde la sonrisa. Como si le hiciera cosquillas la misma presión que consumió a tantos otros, el técnico galo ha ido caminando de la mano de su equipo sin hacer ningún ruido más allá del deportivo. No hay con él fuegos que apagar en un club que, por su dimensión, no hace mucho acostumbraba a ser un incendio constante. Él, a lo suyo, tomaba sus decisiones en el campo al mismo tiempo que ponía buena cara en la sala de prensa. Ahora insisto con Bale y le hago un guiño al palco y ahora saco a Isco y le hago un guiño al vestuario; ahora sonrío. Ahora saco un once y ahora saco otro con nueve cambios; ahora sonrío. Ahora siento a Cristiano, ahora sonrío. Y así.

Su aparente tranquilidad, su buen hacer y, sobre todo, su saber estar en un escaparate repleto de dinamita, le convierten aquí y ahora, a ojos del madridismo (la última palabra la tendrá él), en un entrenador de medio largo plazo, algo así como la versión blanca del Guardiola del Barcelona. De momento, va camino de ello. Su zurrón no engaña: en 17 meses en la caseta blanca, menos de año y medio, ha conseguido meter en él cuatro títulos: una Liga de Campeones, una Supercopa de España, un Mundial de clubes y la reciente Liga. Y a la vuelta de la esquina en Cardiff tiene la oportunidad de volver a entrar en la historia que tan bien conoce. No ya por ganar la Champions a la Juve sin más, no ya por convertir al Madrid en el primer equipo en revalidarla con el actual formato sino por desempolvar en Chamartín el doblete Liga-Champions que se resiste desde hace 57 años.

Sonríe Zidane con esa cara de no romper un plato al tiempo que, a su alrededor, van cayendo uno a uno a sus pies. Florentino Pérez, presidente del club, fue ayer muy elocuente al verbalizar una de esas sentencias que tanto le gustan en las buenas: "Fue el mejor jugador del mundo y ahora es el mejor entrenador del mundo", señaló el mandatario blanco en los festejos.

"De todos los partidos de Liga me quedo con el último, que es el que nos da victoria final. Eso ha sido lo mejor", declaró ayer el técnico galo, que saltó del Castilla al Madrid en enero de 2016. Desde entonces, de todos sus partidos como entrenador del primer equipo la conclusión no suena tan superficial como su sentencia: ha dirigido al conjunto blanco en 86 partidos y sólo ha perdido siete, un ocho por ciento del total. De ese total, ha logrado ganar 65 y ha empatado 14.

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