La silueta de Sissoko distrae, pero con quien el Dépor se juega las habichuelas del ascenso es con Rabello. Toché, si le surten una cantidad considerable de balones, hará goles. Salomão es la mejor aparición de largo en esta monocorde Segunda. La veteranía de Lopo le hará moverse con soltura en su rol. Y si el marfileño no se convierte en futbolista profesional, Fernando tiene opciones de sobra en las que cree. Pero con el chileno ya es otra historia. De su capacidad para sobreponerse a las circunstancias y a su juventud dependerá en gran parte la fiesta de Cuatro Caminos. Aún es pronto, pero sobre él se ciernen dudas de canterano cuando realmente es un fichaje estrella. La lógica invitaba a pensar en que el mercado traería un mediapunta con más cuajo, para ponerle la camiseta. Solución, no apuesta. Que dominase los tempos, con cierto poso. Un enganche para crecer a través de la posesión y la pelota. Un futbolista conductor que mezclase con Juan Domínguez. Una opción que matizase al equipo, lo diversificase y lanzase a las centellas. Pero no. La oferta no era boyante y las condiciones del hijo y nieto de mineros eran camelantes. Su destello cegaba. ¿Y si ese futbolista vivaz, veloz y lleno de clase lograse hacer clic y encontrase esa pausa? La tentación era grande y la secretaría técnica se encomendó a ese deseo, a lo que puede llegar a ser. El problema es que Rabello, aún con sus primeros aromas, sigue oliendo a futuro y no a realidad, y solo quedan cuatro meses. El fútbol lo tiene dentro y la duda es si es el momento de que salga o si los condicionantes lo acabarán engullendo. Riazor necesita que Bryan, cual abegondiano, derribe las puertas del primer equipo, que venza su timidez y su desventaja física con tal exhuberancia que ya nadie repare en su DNI, que nadie dude. Su meta es hacer confluir su fútbol con la sensación de jugador rotundo, redondo, algo que ha escaseado en este equipo. Solo Insua, Lux y Salomão y por momentos Luisinho, Marchena y Wilk lo han conseguido.

Pero Bryan no tiene la culpa o, por lo menos, no toda. La granítica Segunda, las angustias vitales del Dépor, la escasez de creadores puros y los futbolistas intermitentes o planos (sin término medio) que le rodean tampoco le ayudan y centran las miradas y las soluciones en él. El equipo ha dado la sensación de desconectado todo el año. Salvo el balón parado, defendía como los ángeles y ganaba, pero desde el primer instante había algo en el circuito de su fútbol que no funcionaba. Se atascaba y no reinaba. Solo dio esa sensación en la segunda parte de Sabadell y poco más en todo el ejercicio. Las escasas opciones y la sensación de que Culio y Juan Domínguez eran como el agua y el aceite aparecían como las razones de tal falta de fluidez. Y apoyado en las victorias y en la omnipresencia del argentino, aquel Dépor cobró vida. Si el circuito no funcionaba, Culio era capaz de hacer cuatro empalmes con los dientes y al final arrancaba, aunque en una versión poco lúcida. Y con eso llegaba. Sin él, su carácter y todo lo que representaba para bien y para mal, el deportivismo sacaba el confeti ante los fichajes en cascada. Pero el fútbol no es matemática; mudó el ecosistema. El Dépor da sus primeros pasos como nuevo ser vivo y si Rabello se acompasa, todo será más fácil. Es único, pero aún incompleto. Calidad y talento le sobran, el tiempo escasea.

De la empatía a la pizarra

Hoy se cumple un año de la llegada de Vázquez. Y nadie, ni siquiera Lendoiro, imaginaba tal impacto. Lo llamó porque pocos números disponibles le quedaban en la agenda y la opción de emergencia llegó con una primitiva bajo el brazo. La virtud de Fernando es que lee a la institución y al deportivismo como nadie. Incluso supo interpretar lo que necesitaba el equipo sin caer en el paternalismo de Oltra ni en la frialdad de Domingos. Todo empatía. Limpió un ambiente que olía a autodestrucción, dio serenidad. Cerró al equipo, vio lo distintivo y recuperó a Valerón y Juan Domínguez para salvarse, aunque no llegó. No le importó ejercer de portavoz y director deportivo cuando en la plaza de Pontevedra llegaba el agua por los tobillos y supo ver lo identitario este verano: construir al equipo desde atrás. Hasta templó la transición. Y ahora le queda el más difícil todavía: armar un nuevo equipo y solucionar viejos debes ya enquistados. La solución a la sangría a balón parado, más allá de fallos individuales, es responsabilidad suya. Y no es la única. Derrotas con estrépito como la de Murcia, esa sensación de impotencia, son más penalizables en la abundancia, a pesar de atenuantes como el césped y las bajas. El Dépor falló y se le vio perdido. Fernando debe pasar de los sentimientos a la pizarra. Ya lo hizo otras veces con éxito y ahora debe reinventarse por enésima vez en su primer aniversario.