Firme. Sin desviar el rumbo. El susto de la última Liga pide tranquilidad, seguridad al deportivismo. Y como si no se quisiese despegar de ese alivio, el equipo arrancó con un paso pequeño, indudable. Un punto y en progresión. El grupo de Víctor Sánchez del Amo quiere transitar sobre certezas. Y así se mostró ante una Real Sociedad punzante, de otra Liga. Pero el Dépor, aún a medias y con alguna apuesta fallida, se cerró, peleó, jugó. Se vislumbra una creación. Hay proyecto.

Mosquera es quizás todo lo que desea ser este nuevo equipo. Identidad, fútbol, progresión gradual. Y sobre él empezó a pivotar todo en el primer acto. Respiraba aún mirando al Camp Nou y le daba la pelota al coruñés. Aquel milagro fue un regalo del cielo y desde el minuto cero se puso a trabajar y a jugar al fútbol para labrarse su propio porvenir. Los donostiarras tampoco se lo ponían fácil. Su jerarquía es indudable en la segunda unidad de la Liga. Pero, con el exmadridista y Fayçal al mando y Sidnei liderando una retaguardia veterana, no rehuyó el envite. Con humildad y el balón al pie.

La salida de balón de este Dépor es más limpia. Otra vez Mosquera. Se ofrece, se ofrece y toca. Y, de repente, sorprende con un desplazamiento en largo, una rara avis en los últimos años en Riazor. Fajr seguía su estela mezclándolo con su movilidad. Y ahí se acababa la luz. En la zona de la mediapunta es donde empezaban los problemas, sobre todo, en la banda derecha. La apuesta por Juanfran no funcionó en ataque y justo en esa zona del campo es donde morían gran parte de los ataques. Los otros, ante la impaciencia de Lucas, muy desasistido. No estaba rodeado de ningún futbolista vertical que le diese un relevo y le acompañase. Mucha asociación, poca llegada al área, ningún remate con peligro a puerta.

La falta de conectividad del Dépor en esos últimos metros le puso trabas, pero aun así no se escondió. El problema es que los donostiarras acabaron inclinando el campo. Era casi inevitable si los coruñeses no le daban salida a su fútbol. La calidad manda y más cuando parte de las botas de Carlos Vela. El mexicano empezó a dirigir el ataque desde la derecha y a buscar a Jonathas. Precisamente, el brasileño estuvo a punto de batir a Lux. El argentino recordó al de antaño con una parada providencial, muy de balonmano, muy suya. Buena noticia para él y para el Dépor, un chute de autoestima. En los últimos minutos a los blanquazules no les faltó empuje e intención, pero seguían ahogándose en la zona definitiva. El descanso les podía valer para oxigenarse.

La Real pareció salir decidida tras refrescar las ideas en el vestuario. Su dupla de siempre buscaba martillear a Lux. Poco le duró el empecinamiento. Las piernas aún pesan y el viento no era a favor. El Dépor, sin hacerle asco a la pelota, empezó a empujar más con corazón que con fútbol.

El duelo empezaba entonces a partirse y esa ruptura favorecía la fogosidad e predisposición coruñesa. Fayçal se desplegaba unos metros más adelante, aunque en general a Lucas le tocó hacer la guerra por su cuenta. Solo la aparición de Oriol le hizo soltar amarras. Liberado, ya se le vio más cómodo. Con la entrada de Fede y el paso atrás de la Real se dibujó un panorama alentador. No fue suficiente. Los donostiarras parecían esconderse, pero de vez en cuando agijoneaban. Un despite atrás obligó al meta argentino a multiplicarse y una maravilla de Jonathas sobre la línea de fondo no encontró portería. Los sustos fueron tan inesperados como mayúsculos.

Dos centros al área con el bullicioso Cartabia anunciando lo que lleva en las botas y un par de ataques furtivos de la Real sirvieron para bajar el telón de un duelo visto en clave de futuro. El Dépor progresa, da la cara y pide paso. Ahora está en él seguir por la buena senda. Riazor aguarda tranquilo y con ilusión serena.