Todo equipo y toda afición a la que se les acumulan los ceros a la derecha en su deuda tiene una condena. Debe asumir e interiorizar que, llegados a un punto, sus ídolos son más activos financieros que líderes deportivos y espirituales. Nada nuevo para una SAD. Muchas entidades se han enfrentado a esta tesitura y algunas han sabido ver una oportunidad donde había un problema. Saber vender, comprar y reinventarse. El mejor ejemplo es el Sevilla, que vio cómo partían Sergio Ramos o Julio Baptista y ahora se le acumulan las Europa League en las vitrinas. El inconveniente, que se convierte en preocupación extrema, para el Deportivo no es que Lucas Pérez se pueda marchar este verano, es que ahora mismo no está preparado para sobrevivir a su adiós. Hace unos meses parecía haber construido un sólido proyecto en torno a él que podría seguir en pie y enseñar el camino el día de su partida, pero ahora ¿qué hay? Involución de casi todos y a todos los niveles.

El gol de Oriol Riera, el primero de un suplente del Deportivo en esta Liga, servirá de enmascarante de lo vivido en Sevilla. Los primeros 75 minutos muestran un plan más que deficitario (invitar al área a Llorente e Iborra no anuncia nada bueno) y a unos jugadores entre desconectados y perdidos. Todos, salvo algunas honrosas excepciones. Las de siempre. Asombra comprobar desde dónde ha partido en esta cuesta abajo el Deportivo, pero sorprende casi más apreciar cada semana que aún no se ha detenido en la caída. Podía ser una racha negativa, un mal momento de forma, un calendario empinado... No, algo se ha roto y más le vale al vestuario y al club recomponerlo o levantarlo de cero antes de que empiece la próxima Liga.

Y en esa reconstrucción hay quien no puede faltar. Si hace unos meses el Dépor se podía permitir el lujo de dejarle la puerta entreabierta a Lucas, ahora no. Nadie niega el agradecimiento que se le debe tener por haber apostado por su club, el Dépor, a pesar de que competía en inferioridad de condiciones económicas, no sentimentales. No hay mejor atadura que convencer a la otra parte y el propio Lucas ya rechazó ofertas que retiraban a varias generaciones de su familia, por quedarse en su casa. No va a irse a cualquier destino por unos euros más en su cuenta. Hay que seguir apelando a ese sentimiento que le guía, a esa sensación de que ya tiene todo lo que había soñado y más. Y también está la cláusula de rescisión. 20 millones y todos los impuestos imaginables e inimaginables para que ligue su vida a A Coruña. Calderilla con lo que supone para su equipo, minucias para una de las grandes sorpresas del fútbol europeo. Un caramelo para clubes a los que se les cae el dinero del bolsillo. El Dépor no concibe ni puede tolerar la vida sin él. 16 goles, 9 asistencias, su labor de primer defensor, de guía espiritual? Tangibles e intangibles.

Morriña del Camp Nou

Desde hace una década medirse al Barcelona siempre es una pesadilla para cualquier equipo. Da igual que visite el Camp Nou o lo reciba en su casa. Para todos, menos para el Deportivo. Algunos de los mejores recuerdos de los últimos tiempos están asociados al equipo blaugrana. Y ahora que los blanquiazules tocan fondo, a pesar de estar prácticamente salvados, no está de más maravillarse con lo que ocurrió hace una vuelta. Recuerdos que alimentan el espíritu y ayudan a reencontrar la buena senda.

El abrazo de Lucas y Álex culminó un día espléndido. Y no solo por el empate, el mismo botín que paradójicamente sacó el pasado domingo del Sánchez Pizjuán. Un abismo de sensaciones. Ese gesto de cariño entre uno de Monelos y otro de La Sagrada Familia fue culmen y símbolo de un equipo que había sido capaz de remontar, de buscarle las cosquillas al campeón de Europa desde la pizarra y de hacer todo eso con dos coruñeses como protagonistas y con la baja de un puntal como Pedro Mosquera. Demasiado perfecto. Tanto que hasta inspiró camisetas. Desde entonces parece que han pasado varios siglos, incluso futbolísticamente. ¿Cómo este Dépor ha podido cambiar tanto?