A Ryan Babel le encantan los vídeos. Además de ser un gran futbolista, es un joven impregnado de esa cultura urbana del extrarradio de Amsterdam, del utópico y luego consumido barrio de Biljmer. Rapea, habla a la cámara, disfruta mostrando su imagen... Lo ha hecho siempre. En Liverpool, en Estambul, en Dubái, también en A Coruña. Es multimedia. Utiliza un nuevo lenguaje, algo parecido le ocurre en el terreno de juego. Su físico le lleva a utilizar todavía de manera rudimentaria sus potentes herramientas futbolísticas y aun así ya se nota. Habla otro idioma. Su latigazo a palos que incendió Riazor y su inteligencia para crear fútbol y hacer la diferencia a medio gas demostraron que está un peldaño por encima de casi cualquier futbolista del Deportivo. Nunca se fue, no se le había olvidado jugar al fútbol. Solo era un fórmula uno aparcado en un circuito menor. Es muy probable que nunca vuelva a ser ese jugador al que señalaron como el "nuevo Van Basten" o que hizo buenas migas con The Kop. Riazor no necesita nada parecido. Toda explosión inesperada será bienvenida, pero al Dépor le hace falta una solución en un momento clave de la temporada y de su historia, y Babel lo es. Ahora hay que cuidarlo, dosificarlo, hacerlo crecer sin malgastar ese tesoro olvidado. Sin Lucas, sin Joselu y con Andone y Marlos aún buscando su identidad en la élite europea, es un activo más allá de que su figura pueda despistar. Lo importante es que es un gran futbolista y el deportivismo lo puede disfrutar. Así como le gustaba ponerse ante el micrófono, Rio (apodo artístico de Ryan Babel en sus incursiones en el mundo del hip hop) está en un escenario que por fin que le gusta, que le atrae, dispuesto a rimar. Se ha encendido la luz roja, A Coruña escucha.

Y si hay alguien que entiende mejor que nadie su lenguaje es Emre Çolak. Comparten risas y confidencias en algunos vídeos de Instagram. Y la conexión no es solo virtual: se amplía al terreno de juego y al plano personal. Es difícil no entenderse futbolísticamente con el turco. Lleva solo tres partidos y parece que esa alfombra fuese suya desde hace una década. Cada vez más suelto, se atreve y se atreve con el aliento de una grada con la que estaba predestinado a conectar. En un Dépor tan acelerado, tan voluntarioso a la par que preso de los nervios, el 8 sigue siendo un oasis. Un futbolista terapéutico.

Y si Emre y Babel ponen el fútbol, la pausa y el desequilibrio, Celso Borges es la llegada, el gol. El tico se ha lanzado. Siempre ha tenido ese instinto, la necesidad le ha dado rienda suelta. Más allá de los tantos, es uno de los grandes triunfadores personales de este arranque. El Dépor acudió al mercado a buscarle competencia y Guilherme empezó la Liga por delante de él; ni un tercio de campeonato y parece inamovible. De hecho, quien se fue al banquillo en el Calderón fue un Pedro Mosquera más en el aire que nunca. Precisamente, esa es una de las zonas a ajustar en el engranaje del proyecto de Garitano, la creatividad y la conectividad en la salida de balón, pero Borges tiene una cualidad que le diferencia del resto. Valor en alza.

Unos calmantes

Una victoria, y más si es merecida, endulza cualquier panorama. El Dépor salvó una bola de partido, pero lo pasará mal en las próximas semanas, no sería extraño que cayese a zona de descenso; es lo normal con el botín que tiene y con las paradas que debe hacer en el camino. En el equipo coruñés, a pesar de las adversidades, se empiezan a atisbar una idea y unos líderes para ejecutarla. Sidnei, Albentosa, Borges o Emre son capitales. Babel pide paso y a Joselu se le espera. Los nombres están claros, queda por matizar la propuesta. Garitano quiere equipos intensos, transiciones rápidas, partidos sin respiro incluso cuando su equipo está por delante en el marcador. Lícito. Bien ejecutado, hasta es atractivo. Pero el Dépor necesita añadir registros a su fútbol, a su plan. Esa velocidad, mezclada con momentos de pausa, con cambios de ritmo, es la que le dará el punto justo de cocción. No hace nada jugando 90 minutos con el acelerador pisado a fondo, algo que por momentos fomenta el nerviosismo y el descontrol. Un Dépor por apuntalar.