Unos minutos que pudieron cambiar la historia del fútbol de los años 20, tal y como se conoce hoy en día. 2 de mayo de 1924, Parque de Riazor. El Dépor, un equipo que no alcanzaba los veinte años de vida, hacía de humilde anfitrión de Uruguay, selección dominadora en América y llamada a conquistar el cetro mundial en los Juegos Olímpicos de París. Lo que se presumía como un paseo no lo fue. Los charrúas con Nazali, Scarone, el negro Andrade, el gallego Pedro Cea... se habían adelantado. 0-1. Pronto el modesto dio guerra. Antes del descanso empataba Chiarroni y en el segundo tiempo el intercambio de golpes fue constante. De repente, Francisco Alonso, un potente y habilidoso extremo coruñés, se sacó un chut de la manga que clavó en la escuadra visitante. 2-1. Todo lo que era estupefacción en los charrúas fue júbilo a orillas de la ensenada del Orzán. La celebración fue interminable. Los aplausos no cesaban entre los espectadores e incluso se vino abajo un anexo de una grada que se había improvisado para la ocasión. La celeste se rehizo y acabó remontando 2-3.

Pero a los responsables federativos del gigante sudamericano no se les pasó con facilidad el susto y el enfado. "Su técnico (Ernesto Fígoli) le echó una bronca tremenda a sus jugadores. Les dijo que si no les daba vergüenza que un equipo de provincias les hubiese dado un repaso, que como siguiesen así, que se volvían de vuelta a Uruguay. De hecho, la idea era solo jugar un partido y se quedaron a disputar otro, pero también lo pasaron muy mal, casi pierden", relata José Alonso, hijo del coruñés que estuvo a punto de cambiar la historia de los primeros pasos del fútbol de selecciones a nivel mundial. En la revancha, disputada el 4 de mayo, el resultado volvió a estar apretado. Ganó Uruguay 1-2, pero el colegiado, de la expedición sudamericana (en el primero pitó Félix Gila), recibió innumerables críticas por excesiva parcialidad en algunas decisiones clave. La amenaza no se cumplió y este grupo histórico se hizo dominador de la escena mundial, el primer gigante del fútbol planetario.

Era el Dépor de Luis Otero, de Ramón González, de Chiarroni. Un equipo que aquel día había recibido el refuerzo de lujo del mediocentro ferrolano Manuel Rivera, que en la temporada 33-34 jugó varios partidos oficiales en el Dépor.

Estas estrellas, algunas venidas de Vigo tras el nacimiento del Celta de la fusión del Vigo y el Fortuna, eran algunos de los primeros profesionales del fútbol gallego, no así Alonso, que "nunca quiso cobrar". Eso sí, no le faltaron oportunidades, quizás la más importante le llegó por aquel amistoso. "Mi padre era muy coruñés y presumía de ello. Entre un amistoso y otro ante los uruguayos se ofreció a enseñarles la ciudad. Su entrenador le preguntó: '¿Usted cuánto cobra?'. Él le dijo: '¿Yo? Nada, no soy profesional'. Cuando se enteró le dijo que era él el que debía cobrar más de todos y le ofreció un talón en blanco para que se fuese al Iberia de la Habana, que entonces pagaba muy bien. Mi padre no quiso, pero aquel día hizo un gran partido. Volvió loco al negro Andrade y le marcó a Nazali, que era considerado el mejor portero del mundo. Era habilidoso, con regate y mucho carácter".

Francisco Alonso Alonso estuvo ligado casi una década al Dépor, incluso "jugando con una ficha falsa porque era muy joven", aunque solo disputó duelos oficiales entre 1923 y 1927, fecha en la que ganó el primer campeonato gallego de la historia del Dépor. El coruñés de Cuatro Caminos se retiró para formar una familia y fue durante años gerente de una importante empresa de A Coruña. A sus descendientes siempre les transmitió que su infancia había estado entregada al fútbol. "Dormía casi con la pelota", apunta su hijo y era habitual verle demostrando sus habilidades en el campo de A Estrada, donde hoy está el Abente y Lago. El Dépor como futbolista pasó a un segundo plano. Eso sí, su familia conserva carnets de socio de él de las décadas siguientes y fue uno de los invitados del club en los actos por el 75º aniversario del Deportivo antes de fallecer unos años después. El blanquiazul no era profesional pero puso contra las cuerdas al primer campeón del mundo.