"Esta película ya la vimos". Muchos deportivistas repetían en su interior esta frase, mientras cabeceaban. Otra vez, otra vez. El empate en Valencia generaba repulsa, no tanto por la deplorable imagen, sino por la pegajosa e insoportable sensación de déjà-vú. Fue retrotraerse a hace unos meses, a las dos últimas temporadas. Una pereza, una angustia, un callejón sin salida. Las permanencias son vida para un club ahogado económicamente como el Dépor, pero la afición necesitaba un vuelco, aire fresco, progresar... Y, por ahora, no se abrió ni media ventana, el volantazo está lejos de producirse. La holgura que supuso la refinanciación de la deuda con Abanca, más salvadora que impulsora, no ha tenido aún un reflejo en el césped.

Muchos movimientos de mercado son interesantes por la calidad que atesoran los futbolistas, más de la que muestran. La apuesta conllevaba el riesgo de un idéntico desenlace. Está claro que la secretaría técnica considera que son jugadores que con un hábitat favorable y bien conducidos pueden rendir mucho más. Opinión compartida. El inconveniente es que no se atisba la chispa del cambio y la fisonomía de la plantilla y el entrenador son los mismos. Esas decisiones continuistas pueden llevar a transitar lugares comunes, a fomentar relaciones viciadas. Y así se vio en Valencia a un Dépor rematador a la par que insulso, sin vida en el juego, a merced de la marea.

"No hemos entendido el partido", anunciaba Mel entre el cabreo y el reconocimiento de la culpa. El técnico pregonaba que el plan era tener la pelota y apretar arriba, mientras Fede Cartabia decía en la zona mixta que era juntarse y correr. Sin movilidad, a pelotazos. Esa fue la realidad. Está claro que el entrenador no le supo transmitir la idea a sus futbolistas, le falló el pinganillo durante el partido o simplemente el grupo trazó una hoja de ruta paralela por su cuenta. Y lo peor es que no es una situación novedosa: a Mel le cuesta llegar a sus jugadores, no es capaz de hacerse con el timón. El Dépor funcionó en sus primeras semanas ante Atlético, Sporting y Barcelona y luego volvió a dejarse ir, a pesar de sus desesperadas y efectistas llamadas de atención. La coartada era que se había subido al tren en marcha. Esta temporada se montó en la primera estación y... ¿Será su culpa o de un grupo de futbolistas que se ven más fuertes que su técnico en un banquillo sin estabilidad en el último lustro o de quien los contrató a todos?

Mientras Mel y el equipo se dan una segunda oportunidad y la secretaría técnica insiste de manera lógica en el milagreiro Lucas, hay ideas claras, nubarrones y hasta luces en el naufragio general. Un equipo configurado para tener la pelota no puede correr detrás de ella. Primera premisa. Hay más. Emre Çolak y Sidnei son una sombra de lo que eran, Mosquera y Guilherme vuelven a chirriar juntos y Rubén, Adrián, Fede Cartabia y Schär son valores al alza.

Al turco no le sienta bien jugar lejos de Riazor, la desconfianza del cuerpo técnico y los planes de juego que no se ajustan a sus cualidades. Y así sigue una cuesta abajo ante la que no se revuelve. Urge recuperarlo. El brasileño no deja de ser el peor enemigo de sí mismo. Confía demasiado en sus cualidades físicas, en sus correcciones, se despista en las marcas. El doble pivote ya empezó junto la temporada pasada y no cuajó, este año va camino de volver sobre sus pasos. Los dos reclaman la salida de balón, no se escalonan como deberían. Queda nada para que Borges vuelva a escena. Otro clásico de septiembre.

Adrián, un poco de Babel

No todo fueron desgracias. Una semana después y ante las dudas que generó ante el Madrid, Rubén se reivindicó. Y lo hizo como sabe, tres buenas paradas, tirando de reflejos más que de método, salvando un punto. Le toca asentarse y tener continuidad. Fede, aún sin sacar a relucir todo el brillo que lleva dentro, marcó un gol y generó peligro cuando le surtieron de balones. Su llegada desde segunda línea es un bien preciado e irrenunciable para este Dépor. El suizo es, por ahora, el mejor fichaje. Le tocó achicar, cumplió. Aporta toda la tranquilidad que a veces no da Sidnei y sus desplazamientos en largo, sin abusar, son una baza interesante. Pronto parece que le peleará esa condición Adrián. El asturiano generará dudas en Riazor, por momentos será algo frío, pero ante el Levante cada balón que tocó lo mejoró. Fue punzante, desequilibrante y dio aire al equipo para recolocarse, avanzar metros, sentirse cómodo. Ojalá en el centro o en la banda se pueda parecer un poco al Babel de hace un año.