Es complicado encontrar un club con tanta ansia por construir que cimiente tan poco deportivamente. El Dépor apuesta por invertir en jugadores que ha tenido cedidos, por el mismo perfil de futbolistas que se llevan bien con la pelota, por recuperar a viejos activos revalorizados, por tener paciencia y mantener a principio de temporada a técnicos que ya generan cierta contestación en la grada... Da tiempo, parece tener las ideas claras. Y aun así, Liga tras Liga, se encuentra al mes de competición con una desesperante sensación de provisionalidad, de salvemos-los-muebles-este-año-y-luego-ya-veremos. No ha vivido descapitalizaciones deportivas como Málaga, Las Palmas o Alavés, incluso los recién ascendidos parecen pisar sobre más seguridades en la categoría, a pesar de que el Dépor afronta su cuarta temporada consecutiva en Primera. No todo se mide en las imprescindibles salvaciones, es avanzar. ¿Qué está pasando? ¿Qué falla? ¿Dónde tomó el camino equivocado? ¿Es una cuestión de estilo, un cúmulo de insistentes y discutibles decisiones, de cartera estrecha a pesar de haber refinanciado la deuda o simple mala suerte? Cuesta asumir que todo se deba a la última variable, los análisis requieren mayor profundidad.

Mientras el Dépor sigue en ese diván al que ya le tiene hecha la horma desde 2010, Pepe Mel fue la imagen de la frustración en la rueda de prensa tras el duelo ante la Real. Más allá de las reprochables formas, está muy nervioso y ese estado de exasperación es la constatación visible de que no tiene la conciencia tranquila con su trabajo, de que no domina el barco. Siete meses y no conoce los entresijos de una plantilla sin cambios estructurales este verano, no es capaz de exprimirla, le es imposible activar a un grupo de futbolistas con las revoluciones muy bajas. Una pretemporada de dudoso aprovechamiento que lo pone en entredicho. El crédito del consejo de administración al madrileño se mantiene porque es pronto y, sobre todo, porque cuesta apretar el botón de la destitución cuando se activa una vez al año y, según apuntó Richard Barral, tampoco sobra dinero en el límite salarial.

Aun así, es simplista centrarlo todo en el técnico cuando hay patrones de conducta que se repiten en los últimos años. El equipo vivió otra de sus habituales desconexiones al principio del duelo. No es la primera vez, ni son patente de Mel. El fallo es general, endémico, tiene que ver en ocasiones con el perfil de las contrataciones. Y hay efectivos del grupo que van en una cuesta abajo preocupante, se les debe exigir más. Tyton no ha hecho una parada destacada desde que llegó al Dépor, Juanfran es una sombra de lo que fue, la pareja Guilherme-Mosquera ha demostrado hasta ahora que son como el agua y el aceite y la irrupción de un imperial Schär hace más patente que la versión de los dos primeros años de Sidnei en A Coruña debe estar en el mismo cajón del Ministerio donde se encuentran los papeles de su nacionalidad. El brasileño resiste poco la comparación en estos momentos, quizás Arribas sea capaz de dar mejor la talla, aunque con otras cualidades, las suyas. Nada desdeñables. Hay que agitar el árbol en más de una zona del terreno de juego.

Adrián y Lucas

Al igual que hace un año, el panorama del Dépor le obliga a intentar agarrarse a las pocas seguridades que tiene. Una de ellas es Fabian Schär. Su jerarquía, su capacidad para superar líneas en la salida de pelota en corto y en largo. En uno de esos envíos conectó con un exquisito Adrián. Si el asturiano le debía algo a Riazor, cada control, cada movimiento con y sin balón del domingo era una pequeña erosión a la resistencia de algún deportivista de la grada aún con el orgullo herido. Está derribando las reticencias a golpe de clase, pocas maneras mejores en un Dépor por ahora tan plano. Él es otra de esas tablas de salvación en el mar blanquiazul. Él y la voracidad de Andone. Él y Lucas. El cansancio pudo con ambos en los últimos minutos, sobre todo, con el coruñés. Su versión del domingo demuestra que es humano, que sufrió emocionalmente en verano, pero que también se han resentido su cuerpo, su fútbol. Le hace falta ponerse a tono, el cariño de Riazor. El Dépor lo necesita como siempre, al máximo. En breve, volverá a besar el escudo.