Pocas cosas más importantes para un futbolista que el poso que deja en su grada. Intangibles que cuentan. Los números y el palmarés hablan, cómo haya podido calar en su afición, también. Nadie sabe cómo acabará esta segunda oportunidad que se han dado el Deportivo y Adrián López ni si será una aventura fugaz (al menos, no se irá en enero como Ryan Babel), pero lo que sí está logrando el asturiano es cambiar el recuerdo que tenía el estadio de Riazor de él. No puede darle al vídeo para atrás y borrar todo, sí contribuir en el presente para que en el futuro le vean de otra forma. Y eso, pase el tiempo que pase, ocurra lo que ocurra a partir de junio, es un bien muy preciado.

Hasta que se plantó esta temporada de vuelta en A Coruña, cuando se hablaba de Adrián, las imágenes recurrentes en la mente de los aficionados blanquiazules eran las de un jugador que no exprimía su talento, que cabeceaba tras fallar una y otra ocasión en aquella nefasta tarde ante el Valencia. 21 de mayo de 2011, imposible de olvidar. El Deportivo necesitaba un gol, solo uno. Y ni él ni Riki ni Lassad ni Xisco fueron capaces de contradecir a un destino marcado. Estaba escrito. Nadie discutía ni discute su calidad. Pero los martillazos de aquel día aciago, mezclados con cierta sensación de frialdad, empañaron un rendimiento más que aceptable en su primera etapa a orillas de la ensenada del Orzán. Era joven y estaba creciendo, en Riazor no sobraba la paciencia. No tuvo todas las oportunidades que hubiera querido y, por momentos, le faltaron socios en aquel ejercicio nefasto hasta que Valerón se hizo un fijo en el once en los dos últimos meses. Contexto.

El Adrián López que ha vuelto seis años después no tiene nada que ver con aquel. Baqueteado por las lesiones y por una elección torcida al irse a Porto, está un punto por encima del resto de sus compañeros. Otro nivel. Lo reconoció Juanfran en público, lo ve cualquiera, no hace falta ser un experto ojeador ni vivir agarrado a una parabólica. En un puñado de partidos ha desaparecido cualquier reticencia de la grada por haberse marchado tras un descenso y por aquella imagen dejada en 2011 que empieza a entenderse ya de otra manera. De la recriminación y el recelo a la ilusión y la expectativa cuando tiene el balón en los pies. Tres partidos como titular en Riazor, tres tantos. Pocas maneras mejores de despejar las dudas.

Y no solo goles. Aquellos últimos duelos en A Coruña en su etapa pretérita le reservaron un rol de mayor finalizador, algo que nunca fue del todo lo suyo. Cuando la clase viene de serie puedes engordar los números, es posible moverse en unas cifras más que resaltables, pero nunca serás un especialista. En esta nueva era de Adrián como blanquiazul es definitivamente un agitador. Llega, mezcla, revuelve el juego. Desequilibra desde la banda y tira hacia el centro para presentarse ante el gol, donde curiosamente falla menos que nunca. Y también es capaz de asociarse con futbolistas que orbitan en torno a él y que hablan el mismo idioma futbolístico. Conecta con Lucas Pérez, Carles Gil y, sobre todo, Emre Çolak. El turco aspira a ser su nuevo Valerón, hay mucho donde explorar ahí.

La piedra filosofal

Cuando una idea funciona y se despliega de una manera tan rotunda como el pasado sábado en Riazor, se le suele atribuir a varios padres. Uno, sin duda mayor, es Cristóbal. Supo ver que al equipo le tiraban los dos trajes que se ponía habitualmente, el de los tres pivotes y el de los dos delanteros. Se agarró a la pelota y a un mediapunta clásico y todo fluyó. Los otros tres que reclaman la paternidad son el trío de enganches. Adrián como el nuevo Babel que da sentido y matiza el fútbol de toque de Çolak y Carles Gil, el turco como el líder en la creación y en la defensa con la pelota y el ex del Aston Villa como el socio perfecto del 8 y de Juanfran. A uno lo desboca por la banda y con el otro toca y toca, nunca se cansa, siempre rápido. La dictadura del rondo. La fórmula no parecía tan complicada y ha vuelto otra vez en el mes de diciembre. Posesión, líneas adelantadas, equipo corto, cada uno en su sitio, sin exposición atrás, con los pivotes más cómodos... Ahora el reto es hacer que dure en el tiempo, convertir al Dépor en un conjunto menos discontinuo, más regular. Esa ya es otra historia.